De niño, cuando enfrentaba yo un dilema, mi mamá, que era Católica, intentaba explicarme que la solución al problema no dependía de mi porque “los caminos de la divina providencia son inescrutables”. Su aclaración, aunque bien intencionada, me dejaba igual de perplejo.
Después de la cobarde, irracional, cruel y caprichosa decisión de Donald Trump de rescindir DACA el programa que impedía la deportación de cientos de miles de seres humanos que fueron traídos a Estados Unidos siendo niños y sin la documentación migratoria necesaria, recuerdo lo dicho por mi mamá y siento un modesto optimismo.
Me anima saber que a la fecha, 16 estados han presentado una demanda en la corte federal de Nueva York para bloquear la cancelación del programa. California todavía no se ha unido a la demanda pero debe hacerlo esta semana. En California residen más de 240,000 beneficiados por el DACA, el mayor número en la nación.
Asimismo me conforta que la Universidad de California haya demandado legalmente a la administración de Trump por rescindir las protecciones para los estudiantes inmigrantes sin estatus legal, alegando que es un acto inconstitucional que viola sus derechos por “nada más que un capricho irracional del Ejecutivo”. El sistema de la Universidad de California cuenta con 10 campus y tiene cerca de 4,000 estudiantes, maestros, investigadores y proveedores de atención médica que están en el país sin documentos migratorios.
También estimula mi optimismo el decidido apoyo de la mayor parte congregaciones religiosas del país, Católicos, Evangélicos Luteranos, Cuáqueros, Presbiterianos, Judíos e Islámicos al programa de protección de estos jóvenes. Los líderes de la iglesia Católica apoyaron los esfuerzos del presidente Barack Obama para ayudar a los inmigrantes indocumentados desde el principio, e incluso muchas iglesias católicas les han abierto sus puertas como parte del movimiento de “santuario”.
Desafortunadamente no todas las iglesias han estado a la altura de las circunstancias y ha habido algunos grupos evangélicos que desvergonzadamente han apoyado la cruel decisión de Trump. Por ejemplo, Tim Head, el presidente de la Asociación Nacional de Evangélicos y quien representa a más de un millón de conservadores que se autodefinen como “personas de fe”, se atrevió a calificarla de compasiva.
Pero la verdadera prueba de fuego tendrá lugar en el Congreso y aunque el lamentable expediente de las leyes migratorias en Congresos mucho más ilustrados que el actual no es esperanzadora, veo resquicios por donde se podría colar un resultado positivo para los “Dreamers” si creo, como decía mi mamá, que “los caminos de la divina providencia son inescrutables”.
Me explico: Obama crea DACA como último recurso para proteger a los jóvenes dada la obstinación del Congreso republicano de no resolver su situación, y confiando en que Hillary Clinton ganaría la presidencia y, por lo menos prolongaría la protección. Si Trump hubiera tenido paciencia para esperar a que se vencieran los plazos sin tomar decisiones abruptas no habría desatado la tormenta política que se avecina.
El debate sobre los “Dreamers” entrará en su apogeo el próximo año y el Partido Republicano llegará a las elecciones de 2018 profundamente dividido por el tema migratorio y con la opinión pública en contra. La mayoría de los estadounidenses apoyan a los “Dreamers”.
Enfrentado a la incertidumbre que provoca la volatilidad de Trump que un día dice una cosa y al día siguiente se contradice, quiero pensar que al final del día los republicanos en el Congreso se darán cuenta de que Trump metió a los Dreamers en este predicamento para afianzar su mensaje con ese grupo de supremacistas blancos que votaron por él, y optarán por el camino más seguro: aprobar un proyecto de ley que proteja permanentemente a este grupo de casi 800,000 jóvenes que crecieron en Estados Unidos, que hablan inglés porque estudiaron aquí; que aquí hicieron una carrera y aquí trabajan. Son niños que nacieron en México, El Salvador, Guatemala, Honduras, Corea del Sur, Colombia, Argentina, Filipinas, India o Venezuela; que en su mayoría llegaron a este país cuando tenían en promedio 6 años, aunque la mayor parte de ellos tenían solo tres años cuando sus padres los trajeron a vivir aquí. Que no tienen otra patria que esta.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.