Este domingo leí en el periódico sobre un incidente que me conmovió mucho porque conozco a uno de los protagonistas. Del centenar de personas que sintieron el impacto de la orden ejecutiva de Donald Trump que prohíbe la entrada a Estados Unidos de personas de siete países de mayoría musulmana, el caso de la familia de mi amigo Mohammed basta para revelar a fondo la perversidad y el daño que ocasionan los prejuicios del actual presidente.
Durante la invasión estadounidense a Irak, los reporteros de Los Angeles Times contrataron como intérprete a un brillante joven iraquí que no solo hablaba inglés sino cuyos conocimientos tecnológicos eran imprescindibles para ayudarles a enviar sus despachos del frente de batalla al periódico. Cuando una bomba hirió de gravedad a los corresponsales mientras comían en un restaurant de Bagdad, Mohammed se salvó de milagro. También sobrevivió balaceras y amenazas de muerte pero finalmente tuvo que dejar su país y, afortunadamente para él y su familia, encontró refugio y trabajo en Estados Unidos. Luego llegó al país su madre, una lúcida ingeniera que abandonaba su trabajo y su país para estar cerca de los hijos y los nietos. El padre, también ingeniero, prefirió quedarse en Bagdad.
Este fin de semana, armado con una visa emitida por el gobierno estadounidense el padre salió de Irak para visitar a su familia y ver a la nieta que no conocía. Nunca llegó a su destino, el prejuicio de Trump contra los musulmanes en siete países lo impidió y el padre de Mohammed que ya se encontraba en Qatar tuvo que viajar de regreso a Bagdad.
Para mi amigo Mohammed y su familia al desconsuelo le aumentan la angustia. ¿Qué sigue ahora, se preguntan? ¿Irán a mandarnos a un campo de concentración como les sucedió sin razón alguna a los americanos de origen japonés al principio de la Segunda Guerra Mundial? Y sus preguntas me hacen dudar y yo también me pregunto, ¿Quién sigue? ¿Estará pensando Trump en un campo de concentración para los inmigrantes de países no europeos? Espero que no, pero la incertidumbre se palpa en todas las comunidades de inmigrantes con papeles o sin ellos.
Afortunadamente, Trump, sus empleados y seguidores, no representan al país porque somos muchos más quienes desaprobamos sus medidas impensadas y racistas. Nunca se había dado en la historia de este país un desgaste de la figura presidencial como el que ahora estamos viviendo. Según la firma encuestadora Gallup, apenas a ocho días de su toma de posesión, ya más de la mitad de los estadounidenses desaprueba su trabajo. A Bill Clinton le tomó 573 días que la mayoría de los ciudadanos reprobara su gestión, a Ronald Reagan 727, y a Obama 936. Nunca un presidente había tenido una luna de miel tan corta como Trump.
Para quienes nos oponemos a Trump, la ruta a seguir es clara. Por lo pronto, ya las organizaciones defensoras de los derechos humanos interpusieron demandas judiciales contra la orden presidencial, y por lo menos en tres estados de la Unión Americana ha sido bloqueada temporalmente. Se espera que en el transcurso de la semana aumentará el número de demandas judiciales.
Por otro lado, los procuradores de justicia de quince estados, que representan a más de 130 millones de personas, se han pronunciado en contra del decreto presidencial y se alistan para presentar las batallas legales que sean necesarias para mitigar el daño cometido y prevenir nuevos abusos.
Así mismo, desde el sábado no han parado las manifestaciones de protesta en aeropuertos, plazas y calles de las principales ciudades del país. De Nueva York a Seattle, de Boston a San Diego, de Los Angeles a Chicago, de Washington D.C. a San Francisco, de Dallas a Detroit, miles de personas han manifestado su solidaridad con los refugiados y su repudio a las políticas de Trump. Cabe destacar el activismo cívico de políticos como el alcalde Nueva York, Bill de Blasio, los senadores republicanos John McCain y Lindsey Graham, y de la senadora demócrata Elizabeth Warren, de los Representantes John Lewis, Nydia Velazquez y Jerrold Nadler y muchos más, que de inmediato acudieron a los aeropuertos de sus respectivas ciudades a pelear por la liberación de viajeros que llegaban con sus papeles en regla.
Trump ha dicho que la finalidad del decreto, que tendrá enormes repercusiones al interior del país y en el resto del mundo, es mantener seguro al país de actos terroristas. La respuesta doméstica empezamos a verla y no parece estar convencida de que la medida vaya a mejorar la seguridad nacional ni un ápice. En el resto del mundo la reacción en contra de Trump ha sido casi unánime. “Estigmatizar por razón de la nacionalidad es divisivo y equivocado” dijo la primera ministra británica Theresa May; “la lucha antiterrorista no justifica la sospecha generalizada’, dijo la Canciller alemana Angela Merkel; “hay que responder con firmeza” a los decretos de Trump, dijo el francés Francois Hollande, y no les falta razón, la única manera de enfrentar a un bully como Trump es con unidad, sin prejuicios y con firmeza.
Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.