Barack Obama quiere que sepas en lo que estaba pensando. “Siempre que fuera posible, quería ofrecer a los lectores una impresión de cómo es ser el presidente de Estados Unidos”. En setecientas páginas, el presidente número 44 de Estados Unidos explica el laberinto mental de elecciones, riesgos, cálculos políticos y efectos de sus grandes decisiones como candidato, y más adelante como presidente durante los primeros tres años: su alejamiento del reverendo Jeremiah Wright (el ex sacerdote de Obama cuyos sermones polémicos se hicieron públicos), su apoyo al TARP durante la campaña (el Troubled Asset Relief Program, la ley de octubre de 2008 que permitió al gobierno adquirir activos tóxicos para estabilizar los mercados financieros), su defensa del paquete de estímulo y la reforma sanitaria en el Congreso, la ejecución de Osama Bin Laden.
También se esfuerza en describir el coste humano que tiene ser una de las personas más famosas del mundo. Su sinceridad al contar cómo su trayectoria política y fama afectaron a su matrimonio, su familia y su idea de paternidad es original.
El libro no es en absoluto un ajuste de cuentas; Obama en ningún momento aprovecha para sacar los trapos sucios o contar cotilleos de su gobierno. El libro se parece a su presidencia: es reflexivo, hasta un punto irritante. Sin embargo, a pesar de un análisis aparentemente objetivo de su trabajo como presidente, hay tres cuestiones en las que erra el tiro, no ve la realidad o cuenta una versión ficcionalizada de ella.
La guerra de Irak
“No me opongo a todas las guerras […] A lo que me opongo es a una guerra estúpida”. En 2002, solo unos pocos meses después de que comenzaran las operaciones de combate en Irak–, el senador de Illinois Barack Obama explicó su posición contra la guerra en una protesta en Chicago. No era una figura nacional, pero su postura crítica le diferenció de los demás senadores. Años después, durante las primarias demócratas de 2008, los principales competidores de Obama (Hillary Clinton, John Edwards, Joe Biden) decían que la guerra fue un fracaso.
Sin embargo, todos apoyaron la Autorización del Uso de Fuerza Militar en 2002. Obama era, básicamente, el candidato antiguerra. Tener esta postura tan pronto era algo valiente. Hoy el fracaso de la guerra de Irak nos parece algo predeterminado, pero cuando Obama dio su discurso en 2002, el gobierno de Bush estaba convenciendo con toda su maquinaria a la opinión estadounidense y global de que Sadam estaba produciendo armas de destrucción masiva. Más de un 60% de la población estadounidense apoyaba la guerra en Irak. En los debates de la campaña y en los mítines, Obama sobresalía como el único candidato importante que podía decir que tuvo la razón desde el principio.
Este es el momento fundacional de la carrera de Obama. Fue una postura que le dio –a él, un senador junior con solo cuatro años de experiencia en la política nacional– la credibilidad para competir en la carrera presidencial, y es lo que también, podría decirse, le dio la nominación demócrata. Sin embargo, a pesar de que Obama dedica mucho tiempo a razonar cualquier decisión, no trata este tema en el libro. No explica sus razones para oponerse a la guerra, más allá de las cosas que sabemos hoy a posteriori. Cuando habla de los meses previos a la guerra, Obama escribe sobre los efectos de su decisión y no sobre las causas.
Matrimonio homosexual
Durante muchos años, la postura de Barack Obama sobre el matrimonio gay estuvo “evolucionando”. Era una manera de evitar un tema polarizador. Pero cuando comenzó su carrera política, Obama se presentó como un candidato explícitamente contrario al matrimonio homosexual. En 2004, en su campaña para el senado, el entonces candidato dijo “que el matrimonio es entre un hombre y una mujer”. Durante las primarias de 2008, mantuvo esta postura, con el matiz añadido de que apoyaba las uniones civiles para parejas del mismo sexo.
Aunque hizo historia en mayo de 2012 apoyando oficialmente el matrimonio homosexual, y el Tribunal Supremo lo legalizó durante su segundo mandato, su victoria legislativa más sustancial para los derechos civiles fue acabar con la ley Don’t ask, dont’ tell (No preguntes, no lo digas). Aprobada durante la presidencia de Clinton, DADT ilegalizó la homosexualidad en el ejército estadounidense. Durante los dieciocho años en los que estuvo vigente, más de 13.000 gays y lesbianas fueron despedidos de las fuerzas armadas por su orientación sexual.
Obama se enorgullece de que su gobierno fue capaz de derogar esta ley, especialmente teniendo en cuenta que lo hizo durante su periodo como lame duck o pato cojo, entre las elecciones de mitad de mandato de 2010 y el inicio de una nueva sesión del congreso, cuando los republicanos tomaron el control de la Cámara de Representantes.
Obama habla brevemente de su evolución con respecto al matrimonio gay. Señala su homofobia latente en el pasado y dice que “Me avergoncé de mi comportamiento en el pasado y me prometí no repetirlo.” Pero en este pequeño pasaje Obama no revela en ningún momento que su gobierno seguía estando públicamente en contra del matrimonio homosexual. La derogación de la DADT se aprobó en diciembre de 2010 y Obama esperó a mayo de 2012 para apoyar públicamente el matrimonio homosexual. A pesar de la sinceridad que abunda en todo el libro, parece que le cuesta aceptar que se equivocó en eso.
Obstruccionismo republicano
Obama encontró su voz en el discurso inaugural de la convención demócrata de 2004, cuando dijo que “no hay una América roja y una América azul”. A lo largo del libro, habla constantemente con clichés como “reducir la brecha”, “curar al país”, etc. Esto viene de un presidente cuyo legado está marcado profundamente por la oposición republicana a su presidencia.
Obama hace equilibrismos para justificar la actitud del Partido Republicano. Primero, dice que McCain fue un hombre honorable, luego está a punto de llamarlo vendido. Admira el pasado inconformista de McCain, pero luego se sorprende al ver que su campaña no tiene ningún plan para frenar la hemorragia económica durante la crisis financiera. Afirma que hay personajes oscuros e insidiosos “rondando por fuera del partido republicano”, pero luego dice que lo que define al partido es el resentimiento. Es capaz de analizar concisamente la historia del partido republicano y su relación con el supremacismo blanco, y sin embargo al final de su propio análisis dice: “pero no me quiero creer esto”.
Su opinión del Partido Republicano es, al fin y al cabo, incoherente. Hizo concesiones legislativas a los republicanos moderados para cubrirles políticamente mientras su Partido Demócrata estaba preocupado perdiendo escaños en el congreso y en el senado en todo el país. Parece obsesionado, hasta un punto naíf, con sus promesas de campaña. Cuando se encuentra con un obstruccionismo total, vuelve a recordar los millones de estadounidenses que le votaron con la promesa de unir Washington.
Al mismo tiempo se olvida completamente de los millones de estadounidenses que votaron por un Senado y Congreso republicano justo dos años después. Se queja de la maquinaria mediática de entretenimiento, que emite las 24 horas del día noticias sensacionalistas sobre su certificado de nacimiento, los “paneles de la muerte” y otros rumores extremistas. Pero es el mismo aparato mediático que lo lanzó al estrellato cuando cubrió su discurso en Berlín como candidato presidencial en 2008, como una reencarnación del propio Kennedy.
Lo más preocupante de la ceguera de Obama con el Partido Republicano es que estamos hablando de los tres años “fáciles” de obstruccionismo republicano. En el próximo volumen de sus memorias habrá un cierre del gobierno, una crisis del techo de gasto, esfuerzos legislativos congelados y un nominado para el Tribunal Supremo bloqueado. Obama es incapaz de afrontar el problema y denunciar el sensacionalismo, el resentimiento, las políticas hipócritas y el obstruccionismo de los republicanos. Como muchos políticos de su generación, siente nostalgia por una supuesta “era dorada” del bipartidismo: cuando el presidente Reagan y el portavoz demócrata Tip O’Neill se sentaban con una copa y llegaban a acuerdos. Pero Mitch McConnell no era Tip O’Neill, y por mucho que Obama lo intente, eso no va a cambiar.
Una tierra prometida está lleno de una retórica de campaña predecible sobre la idea de Estados Unidos. Pero ¿y si esa idea del país a menudo contradice la realidad de su gobierno? Obama prometía en el prólogo describir cómo es la presidencia. Repasa sus decisiones con una sinceridad refrescante, pero esa sinceridad no va suficientemente lejos. Tras setecientas páginas, los vacíos que deja se convierten en los protagonistas del relato: cuando le cuesta admitir algunas verdades incómodas se ofusca o pasa página. En el espacio que hay entre la idea teórica de Estados Unidos y la realidad del país hay muchas contradicciones. Es un espacio en el que podría aportar muchos matices un escritor reflexivo como Obama. Pero se niega a hacerlo. Su visión de la realidad estadounidense es puro cinismo. Es un eslogan soso y trillado de alguien que no puede participar en más campañas.
Traducción de Ricardo Dudda.
Michael Presiado estudió ciencias políticas en la Universidad de Wisconsin. Tiene un MBA en IE Business School y trabaja en IE University.