Tras el asesinato de su hijo Juan Francisco, en 2011, el poeta Javier Sicilia recorrió el país, haciendo un llamado a los mexicanos a repudiar la violencia que generaba la llamada guerra contra el crimen organizado y a restablecer la paz y la armonía. Atribuyó el baño de sangre a criminales y autoridades y pidió un cambio estratégico y moral, una evaluación de conciencia.
Han transcurrido ocho años, que abarcan a tres gobiernos con diferentes estrategias, desde que fundó el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, pero nada ha cambiado. Por el contrario, la violencia está peor que nunca. A pesar de la promesa de cambio del presidente Andrés Manuel López Obrador, 2019 ya es el año más violento en la historia de México desde que se miden los datos.
Días después de la masacre de miembros de la familia LeBarón en Bavispe, Sonora, hablamos con Sicilia sobre la tragedia que le ha dado la vuelta al mundo y sobre los caminos que la sociedad mexicana tiene frente a sí para, nuevamente, exigir al gobierno que haga frente a la violencia.
En tu carta a Julián LeBarón te preguntas y le preguntas “si no es tiempo de que el pueblo de México vuelva a congregarse para sentar al poder, no a exigirle, sino a obligarlo a realizar una verdadera política de verdad, justicia y paz”. Más allá de si ha llegado el momento, ¿cómo hacerlo?
Creo que ya es tiempo, el país ya no aguanta más. Si seguimos con esta política de “abrazos y no balazos” vamos a llegar a lo mismo que con la política de los balazos. En este gobierno de abrazos tenemos 30 mil muertos, varias tragedias que se coronan y culminan –hasta este momento– con la masacre espantosa de la familia LeBarón. El gran tema es cómo hacerlo. No hay por desgracia una figura moral que pueda aglutinar la indignación y sacar a la ciudadanía de su parálisis.
Desde hace tiempo he tratado de unificar a la “reserva moral del país” y no ha sido posible. Tengo pensado volver a salir, con las limitaciones que eso implica. La situación es muy distinta a la que fue cuando estaba Felipe Calderón, pero a mí no me queda más remedio que salir, volver a enfrentar al presidente y decirle que teníamos acuerdos muy específicos sobre una política basada en la justicia transicional para enfrentar realmente al crimen organizado y a aquellos que dentro de los partidos y dentro del Estado están coludidos con él. Eso implica, para empezar, una Comisión de la Verdad muy grande y acuñada por la comunidad internacional. Ese sería uno de los caminos y voy a ir a recordárselo. La situación de la familia LeBarón me volvió a tocar de manera muy profunda y a remover las llagas que se han acumulando con el paso de los años y las tragedias que vivimos todos los días.
Acusas a AMLO de haber traicionado ya, tras un año en el poder, la política de “verdad, justicia y paz” que planteaba tu movimiento y con la que él se había comprometido.
Más que con el movimiento, se comprometió con las víctimas y con la nación. Fue el 8 de mayo del año pasado, que hicimos el foro La agenda fundamental, donde él comprometió su palabra para generar con la secretaría de Gobernación, particularmente con Olga Sánchez Cordero y con Alejandro Encinas, esa política que terminó por no ser asumida, como siempre sucede con los gobiernos, por dar largas, por no mandar a la gente adecuada, por no escuchar y diferir las cosas. Sigue allí ese pendiente. Su eslogan es “Juntos haremos historia”. Yo entiendo por “juntos” a la nación entera, sobre todo en un problema que nos es común y sobre el cual no podemos tener muchas divergencias que es la seguridad, la justicia y la paz.
Has atribuido el derramamiento de sangre a autoridades y al crimen organizado, pero diversos estudios sugieren que buena parte de la violencia no solo se genera ahí, sino en la población civil: en riñas, violencia intrafamiliar, venganzas personales, etc. ¿Qué papel juega un pueblo de 130 millones de habitantes en disminuir la violencia? ¿Cuál es tu evaluación del papel que han tenido las autodefensas?
Las autodefensas son coaliciones de gente indignada pero con intereses oscuros que poco a poco se han ido visibilizando y terminan por ser parte de la propia corrupción que genera la violencia. No es lo mismo con las policías comunitarias o con estructuras que nacieron de una experiencia también comunitaria, como el EZLN. Son dos realidades absolutamente distintas. La ausencia de una verdadera política de Estado y la falta de tomar en serio la dimensión de la tragedia humanitaria que vive el país, junto con el deterioro y la violencia, hacen que las autodefensas florezcan por todos lados o que subflorezcan cosas igual de terribles, como son los linchamientos.
Entonces aquí hay una responsabilidad muy fuerte del Estado. Ahora le toca a Andrés Manuel, como en su momento le tocó a Enrique Peña Nieto o a Calderón o a Fox. Los ejecutivos de los estados cargan con el pasado, cargan con una deuda y demanda absolutamente ciudadana y legítima, que es garantizar las mínimas condiciones para que la democracia pueda tener sentido.
Mucho se ha escrito sobre el modo en que las creencias religiosas de AMLO pesan en sus planteamientos políticos. ¿Pesan específicamente en sus visiones sobre cómo enfrentar el problema delincuencial? ¿Cómo? Tú, como hombre de fe, ¿cómo interpretas la religiosidad de AMLO?
Yo creo que es una religiosidad y no una experiencia espiritual profunda. Es justamente una religiosidad y toda religiosidad se articula de maneras muy simplistas, muy maniqueas en muchos sentidos.
Por otro lado, creo que no es la condición de un presidente decir y actuar como cristiano. Hay una distinción muy buena que Humberto Beck escribió para Istor hace tiempo, y es la distinción que hace uno de los grandes filósofos católicos que fue Jacques Maritain, hablando de la participación política, particularmente los católicos, pero hay que extenderlo al cristianismo en general o a cualquier religión: en política hay que actuar en tanto cristiano y no como cristiano. El cristianismo como fe, con una carga ideológica interpretativa, se hace en la iglesia y en la familia. En el espacio político hay que hacerlo más sutilmente y desde la inspiración que proviene del cristianismo. Yo no veo eso en el presidente. De hecho, una pregunta que yo le haría al presidente, o se la hago a cualquier creyente fervoroso y que asuma un puesto de poder, es ¿cuál es el vínculo con el evangelio y el poder? Para mí, es una contradicción. Si la postura de Cristo es la negación del poder, es la negación de asumir una realeza. Está en todo el evangelio, desde la encarnación hasta su muerte.
AMLO insiste en que la manera de terminar con la violencia es el combate a la pobreza, la corrupción y la desigualdad. ¿Sigues creyendo que el origen de la violencia está en estos factores o hay un componente teológico?
Yo no creo que hay que combatir la pobreza, yo diría que hay que fortalecerla en el sentido en que lo entendía Gandhi. Gandhi tiene una frase relacionada con su programa de Reconstrucción de la India: “Si quieres combatir la miseria, cultiva la pobreza”. Esto significa que tendríamos que cambiar todo el concepto económico, todo el concepto de las instituciones y los pactos sociales que se crearon a partir de la Revolución Francesa, de la Ilustración y de la Revolución Industrial y crear un pacto que vaya hacia el fortalecimiento de las localidades, de las autonomías y el fortalecimiento de formas económicas que no tienen que ver con la idea del desarrollo, con la idea del progreso, que son el origen y la base fundamental de lo que se llama neoliberalismo. Ese yo creo que es el componente teológico que hay, es decir, que más o menos esbozaron las primeras comunidades cristianas que han aparecido a lo largo del tiempo en estos momentos históricos, como la Revolución, el movimiento zapatista. Pero esto es una reconversión muy brutal.
Muchas personas interpretan la justicia transicional como un pacto con el crimen, aunque son conceptos distintos y hasta contrapuestos. ¿Cómo los definirías tú?
Yo creo que la justicia transicional no es un pacto con nadie, es un acto de justicia. Donde se ha aplicado, principalmente en regímenes dictatoriales, ha funcionado. Por ejemplo, en Sudáfrica, en Chile, en Argentina. En una primera etapa tiene que ver con la verdad, saber qué sucedió, quiénes son los perpetradores, las relaciones de complicidad de gente de gobierno. Entonces, hay que iluminar la verdad y ver quiénes están allí, hay que traerlos a la justicia y juzgarlos. Después viene esa última palabra sobre la que el presidente López Obrador ha estado insistiendo desde el principio, es decir, la amnistía. Pero la amnistía no la da el Estado, pues su función es hacer verdad y hacer justicia. La amnistía en estas condiciones es entre la víctima y el victimario.
Veo que la gente lo confunde, pero allí no hay ningún pacto, hay un acto extremo de justicia. No de venganza: de justicia que solo puede ser real y hacerse a la luz de la verdad. La verdad implica que aquellos que estuvieron relacionados por omisión o por comisión en la perpetración de estos crímenes sean juzgados. No hay pacto, hay justicia y hay verdad.
¿Cómo puede incidir la presión de Estados Unidos en el panorama mexicano en ese momento?
Es un tema muy complicado. Yo creo que después de la masacre de la familia LeBarón, quienes son ciudadanos también norteamericanos, el gobierno estadounidense está apuntando hacia la violencia. Esa es la consecuencia de no haber asumido la agenda de una Comisión de la Verdad con apoyo internacional.
Desde 2011, cuando llegamos con nuestra caravana a Estados Unidos, planteamos una agenda bilateral. El tema pasa por las drogas que nosotros mandamos y que tanto el gobierno de Calderón como este decidieron asumir como un problema de seguridad nacional y no de salud pública. Por otro lado, los Estados Unidos tiene ante sí un tema de seguridad nacional y de seguridad internacional con la producción y comercio de armas, con los cuales está alimentando la guerra que tenemos nosotros. A Estados Unidos le corresponde trabajar junto con México en el mensaje a las cañerías del crimen organizado y a los vínculos que tienen tanto allá como acá en políticos y bancos que hacen posible el flujo de capitales y tienen que poner un límite a las armas. Mientras que acá hay que tomar las drogas como un tema de salud.
Ante la presión, México tiene que responder a Estados Unidos: “Sí, pero no es a balazos, sino es con su intervención, es con una agenda bilateral que toca esos temas fundamentales: armas, drogas y una estrategia a profundidad para detener el asunto”. Pero todo se ha reducido a balazos porque Trump dijo: “ahí les van el FBI y si es necesario hasta tropas”. Ya vimos que el asunto no es por ahí. Las balas, Andrés Manuel tiene razón en eso, no han funcionado. Pero tampoco los abrazos.
Entonces ves improbable que López Obrador consiga la paz a pesar de que tantos millones de mexicanos depositaron su esperanza en él. ¿Cómo sobrellevar semejante decepción?
Hay dos factores terribles. Uno, que a fuerza de horror, a fuerza de violencia, a fuerza de sufrimiento, la gente empieza a tener una tintura apática terrible, espantosamente parecida a la figura del “musulmán” en los campos de exterminio retratada por Primo Levi; esa persona que a fuerza de todo el horror se ha vuelto apática y ha perdido cualquier impulso vital.
Luego está la ilusión que construyó Andrés Manuel. Yo nunca he hablado de esperanza en este sentido; en el fondo era una ilusión, dadas las condiciones de crisis de las instituciones que hoy están siendo devastadas por el crimen organizado y por equívocas políticas públicas. No es posible que Andrés Manuel pueda solucionar el problema solo, ni que hay que tenerle paciencia, como dice ahora, mientras la gente muere, mientras el dolor sigue, mientras no hay un gramo de justicia. Entre esa ilusión y la apatía tenemos esta inacción de la sociedad civil.
También ha faltado que esa figura o esas figuras que tienen representación moral se unan para convocar, para tratar de sacudir a la gente y decirles que tienen que reaccionar. Allí Julián LeBarón hace esta pregunta: somos 130 millones de mexicanos y no creo que no podamos detener el asunto, pero los gobiernos se mueven cuando la ciudadanía se mueve. Los grandes momentos políticos son las grandes movilizaciones respaldadas por la mayoría de la reserva moral del país. Frente a esto el crimen de alguna forma piensa dos veces antes de hacer más atrocidades y el gobierno empieza a responder y a movilizarse. Pero faltan esas figuras que puedan catalizar dos cosas: la indignación moral que está inhibida por el miedo, la idea de que no podemos confiar en que un presidente solo, y una política de gobierno que solucione el problema. Los gobiernos no se mueven sin la presión de la ciudadanía.