En 1975, Sam Peltzman escribió un paper llamado “Los efectos de la regulación de seguridad del automóvil”, en el que ponía en duda la afirmación de que las muertes por accidentes de tránsito serían 20% más si los fabricantes de autos no estuvieran obligados a instalar cinturones de seguridad.
De acuerdo con Peltzman, todos los estudios que respaldaban semejante dato ignoraban el “efecto de compensación” de esta política de seguridad, según el cual al sentirse “más seguros” los conductores conducirían de manera más imprudente. Peltzman descubrió que “manteniendo constantes otros factores que podrían cambiar la cantidad de accidentes […] el número neto de muertes de conductores no se vio afectado por la ley […] Desafortunadamente, debido a que los conductores eran más arriesgados, hubo más accidentes con peatones y ciclistas”. El llamado “efecto Peltzman”, como poco después se conocería este estudio, tiene que ver con el “riesgo moral”, esto es nuestra tendencia a asumir más riesgos cuando estamos aislados de los costos de esa toma de riesgos.
De acuerdo con Paul Krugman y Robin Wells, existe “riesgo moral” “cuando un individuo tiene más información acerca de sus propias acciones que el resto de los individuos. Esto provoca que sea otra persona la que cargue con los costos asociados a la falta de esfuerzo o responsabilidad”. Y aunque es un término estrechamente vinculado a aspectos económicos (seguros y finanzas), al ser su esencia la falta de responsabilidad por el comportamiento arriesgado o incompetente, el “riesgo moral” también aplica a los políticos y sus decisiones.
Traigo el término a cuento porque me parece que las últimas semanas de esta larga y zarandeada transición política han sido un despliegue de amplios “riesgos morales”. Por un lado el presidente electo, con el cómodo cinturón de seguridad que ofrecen 30 millones de votos y mayoría en el Congreso, llama a una consulta para cancelar el NAIM. Hace unos días remarcó, solo para que no nos olvidemos, que ni esta ni cualquier otra decisión en realidad la está tomando él, sino el pueblo, porque él “ya no [se] pertenece y su amo es el pueblo de México”. Por otro lado, están los desmanes de María Elena Álvarez-Buylla, Ricardo Monreal, Yeidckol Polevnsky y Jesús Ramírez Cuevas. Todos ellos se han involucrado en eventos “riesgosos” –llámense intervenir en las comisiones bancarias o intentar suspender convocatorias para becas– confiados en que cualquier resultado adverso puede ser desechado rápidamente si se le disfraza con el mantra de la defensa del pueblo. Pero los resultados de esas decisiones arriesgadas, cortoplacistas y mal concebidas no se pueden barrer bajo la alfombra. Alguien tiene que asumir los costos y las consecuencias, y ese “alguien,” me temo, somos nosotros.
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.