Una noche de hace varios años mientras esperaba a que escampara, un hombre se me acercó. Era más o menos claro que no buscaba resguardarse de la lluvia, me preguntaba si conocía un centro comercial por los alrededores, si andaba yo siempre tan sola, si no me gustaba mojarme. Mientras yo daba respuestas vagas a ese interrogatorio errante metí la mano en mi bolsa, por ese entonces solía cargar con un discreto gas pimienta. Era una bolsa (¡carajo!) sin compartimentos así que, sin quitarle la vista de encima a este hombre, tenía que encontrar el tubito de gas. Mi mano dio con las llaves, sonaron algunas monedas, por ahí identifiqué un par de bolígrafos, la libreta, un libro, el celular, el estuche de los lentes… Él comenzó a acercarse, metió su mano a la chamarra y la llevó hacia su espalda. Me dio terror: ¿debía atacarlo con lo que en ese momento tenía en la mano, y que lo mismo podía ser el tubo de gas pimienta que un plumón, o correr? Corrí como desquiciada.
Comprendí que el gas pimienta era inútil no bien me las ingeniara para diseñarme un sistema a la spiderman que pudiera dispararlo. Lo intenté, pero como las manualidades siempre se me han dado mal, fracasé.
Traigo esta historia a cuento porque ayer, tras el anuncio del Miguel Ángel Mancera de dar silbatos rosas[1] a las mujeres para prevenir el acoso sexual (pues al sonarlos darán “una señal de alerta a la sociedad de que algo está pasando”) imaginé el caos que sería encontrar esos pititos (5x2cms) en la bolsa y que no veo como, salvo dejando sordo al acosador, pueda ser efectivo si en verdad logras hacerlo sonar en un sendero peligroso y abandonado.
Por otro lado, vale la pena decir que la idea de los silbatos contra el acoso sexual no es un (completo) disparate de Mancera. Una estrategia similar se implementó, con bastantes buenos resultados, en 2012 en Myanmar. Pero, a diferencia de lo que parece sucederá en México, en este país del sureste asiático Whistle for help, campaña organizada por una activista por los derechos de las mujeres llamada Htar Htar, tenía objetivos muy específicos: estaba dirigida a las mujeres que viajaban en autobuses públicos; que se acompañó con una serie de acciones para reforzarla: durante nueve meses, cada martes por la mañana, 150 voluntarios vestidos con playeras moradas que tenían estampada la foto de un silbato distribuían silbatos y folletos en las ocho paradas de autobús de Yangon. El folleto, que incluía una calcomanía, aconsejaba a las mujeres soplar el silbato cuando se sintieran acosadas y, se animaba al resto de los pasajeros a ayudarlas. Adicional a esto se activó una dirección de correo electrónico para que los usuarios enviaran sus experiencias como víctimas o como testigos del acoso sexual en la calle.
Whistle for help fue elogiada por dar a las mujeres la oportunidad de hablar sobre el tema y aumentar la conciencia pública sobre el acoso sexual. Pero parte fundamental de su éxito radicó en lo concreto y claro de su alcance. ¿Qué si no eso es lo que permite distinguir una política pública de una ocurrencia?
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Acá puede leerse el informe What Works’ in Reducing Sexual Harassment and Sexual Offences on Public Transport Nationally and Internationally: A Rapid Evidence Assessment de febrero de 2015. Y acá el 2012 Annual Round Up of Street Harassment Activism.
Es politóloga, periodista y editora. Todas las opiniones son a título personal.