Foto: Luis Barron/eyepix via ZUMA Press Wire

La democracia mexicana necesita más valor civil

En México, el valor civil tiene muchos enemigos. Pero hay esperanza y motivación en la valiente decencia democrática de quienes no se conforman y defienden lo que es de todos.
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“Las instituciones no se defienden solas”, dice Timothy Snyder en su pequeño gran libro Sobre la tiranía. Por eso el autor hace un llamado a protegerlas cuando un aspirante a tirano las ataca, pues de lo contrario “caerán una tras otra, a menos que cada una sea defendida desde el principio”.

Defender las instituciones democráticas es más que quejarse de quienes las quieren violentar o destruir. Exige mucho más que lanzar un tuit indignado o compartir una noticia en Facebook. Exige incluso más que dar a conocer una opinión contraria al orden que las fuerzas autoritarias buscan imponer. Defender las instituciones exige, a veces, dar un paso al frente y tomar el riesgo de entrar al ruedo de la política dura. Ello demanda, sin duda, mucho valor civil.

El valor o coraje civil puede definirse como “la determinación de una persona para defender públicamente sus posiciones propias, arriesgando con ello la posibilidad de la aparición de conflictos e incluso de desventajas personales”. Se trata de un acto que se realiza “frente a los superiores, frente a los poderosos, frente a las opiniones mayoritarias prevalentes y oficiales, y frente a las opiniones que están de moda”. En ese sentido, el valor civil “es lo contrario a la comodidad, al servilismo, al conformismo, al oportunismo”.

Muchos mexicanos despliegan a diario valor civil como parte de su trabajo. Periodistas, activistas sociales, líderes comunitarios, defensores de derechos humanos y animales, ambientalistas, entre otros muchos, confrontan a los poderes legales y fácticos para defender causas trascendentes. Hay también muchos ejemplos discretos de personas valiosas que, desde el Estado y sus instituciones, trabajan a diario con valor civil para impedir que la demencial maquinaria del autoritarismo y la violencia organizada del crimen termine de aniquilar la convivencia que solo es posible bajo la Constitución, la ley y la República.

Para algunos ciudadanos, el valor civil es algo lejano, ajeno, hasta que deja de serlo. Es el caso de la defensa del Instituto Nacional Electoral (INE), causa que sacudió la conciencia cívica de millones y sacó a las calles a cientos de miles para evitar que una institución que representa lo mejor de nuestra democracia sea destruida.

Esa misma causa nos permitió ver en acción a ciudadanos valientes que decidieron dar un paso adelante para participar en el proceso de selección de consejeras y consejeros del INE, aun sabiendo que tenían al sistema en contra, que serían escudriñados por los agentes del poder y que sus posibilidades no eran las más elevadas en un proceso que depende más de los vínculos políticos que del mérito. Pienso en candidatos que conozco y respeto personal y profesionalmente, como Javier Aparicio, Vanessa González Deister, Miguel Ángel Thorton y Horacio Vives. Ellos hicieron a un lado la comodidad y el conformismo, se prepararon a conciencia, se presentaron ante el Congreso, dieron lo mejor de sí en los exámenes y entrevistas, y pusieron su buena fe, voluntad, energía e inteligencia al servicio de la democracia y la República.

En México, el valor civil tiene muchos enemigos. No hablo solo de quienes, cegados por el oportunismo o el fanatismo, están dispuestos a justificar la mezcla tóxica de resentimiento, incompetencia y soberbia que hoy abusa del poder en nombre de los pobres. Hablo, sobre todo, de sectores apáticos y acomodaticios, que a diario normalizan al autoritarismo con frases aparentemente inofensivas, pero profundamente corrosivas. “No veo la destrucción de la democracia que muchos gritan”. “En realidad, las cosas no han cambiado mucho desde 2018”. “Veo a las instituciones operando con normalidad”, y muchas otras por el estilo.  

Escuchar esas y otras expresiones normalizadoras del autoritarismo me resulta muy descorazonador. Pero al mismo tiempo, encuentro esperanza y motivación en el ejemplo de todas las mujeres y hombres que siguen dando la batalla por ocupar los espacios que corresponden a los mejores ciudadanos, a los más inteligentes, preparados y sensatos, no a los más cercanos al poderoso, ni a los más ávidos de poder y fama. Encuentro también esa virtud cívica en personas como Maite Azuela, quien no se dejó vencer por la tibieza y la obediencia, y alzó la voz para señalar lo evidente: nos están robando al INE para sortearlo entre familiares y amigos.

En estos tiempos de demagogia y furia, muchos buscan a un líder que compita a gritos con el desquiciante megáfono matutino. Están en su derecho, pero como lo he expresado muchas veces en este espacio, pienso que el verdadero antídoto contra la demagogia no es la democracia: es la decencia. Por eso, invito a reconocer, celebrar y apoyar la valiente decencia democrática de quienes no se conforman y defienden lo que es de todos. Gracias, Javier, Miguel Ángel, Vanessa, Horacio y Maite. Y gracias a todas y todos los funcionarios del INE y a los ciudadanos que siguen dando la lucha por la democracia. ~

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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