La semana pasada se celebró la Convención Nacional de Movimiento Ciudadano, una oportunidad para analizar los discursos de los líderes más conocidos de ese partido. Podemos hacer esa evaluación partiendo de las exigencias que se plantean desde la sociedad a las principales fuerzas de oposición (PRI, PAN, y PRD). Esas exigencias son:
- Una narrativa poderosa y atractiva, que compita con la narrativa populista de Andrés Manuel López Obrador y que sirva para convencer a amplios sectores de la sociedad de la urgente necesidad de un cambio de rumbo.
- Que esa narrativa venga acompañada de una serie de propuestas de políticas públicas eficaces y aceptables para las élites de opinión, intelectuales, económicas y políticas.
- Que los portavoces de esa narrativa (aspirantes, precandidatos, candidatos y líderes partidistas) sean figuras libres de escándalos de corrupción, con buena reputación y que también acrediten capacidad política y de gobierno.
- Que esas figuras no dejen de hacer un reconocimiento sincero y humilde de sus culpas y errores del pasado y un diagnóstico adecuado de las fallas del sistema político y económico, más allá de criticar al gobierno actual.
A partir de lo que vi y escuché, concluyo que el discurso de Movimiento Ciudadano – al igual que el del resto de la oposición– todavía no es capaz de dar respuesta cabal a todas esas exigencias, aunque tiene algunos ingredientes a su favor que le permitirían lograrlo.
Comencemos por la narrativa de MC. Esta no va más allá de un planteamiento de “pasado” contra “futuro”. Con la posible excepción de Dante Delgado, presidente nacional del partido, los principales oradores de la convención no intentaron articular un relato unificado y convincente del presente del país, de cómo llegamos a la situación actual y a dónde nos podría llevar su partido. Hay en sus discursos un planteamiento permanente de contraste de “la vieja política”, representada por los demás partidos, contra “la nueva política”, que supuestamente encarnan ellos. Harían bien en revisar si la división “pasado” vs. “futuro” no es ya la marca del populismo lopezobradorista, que ha logrado afianzarse ante muchos ciudadanos como la opción que rompe con los gobiernos de los últimos cuarenta años. Movimiento Ciudadano tendría que buscar entonces otro camino discursivo para acreditar novedad, innovación, frescura y futuro.
La buena noticia para MC es que no tiene que ir lejos, ya que la juventud de sus cuadros más visibles les permitiría construir una narrativa diferente a la del liderazgo nostálgico y patriarcal que ofrece el lopezobradorismo.
En ese sentido, las dos figuras más llamativas del evento fueron Luis Donaldo Colosio, alcalde de Monterrey, y Samuel García, gobernador de Nuevo León. Por su relativamente corta trayectoria, ellos no cargan aún con el peso de la corrupción y podrían ofrecerse al votante como una generación de políticos nuevos y distintos. Sin embargo, como demostró la “nueva generación” de gobernadores del PRI que acompañaban a Enrique Peña Nieto, la juventud no es garantía de honestidad ni de profesionalismo. Hay que tener contenido, ideas y capacidades reales.
Ahí se hace evidente la necesidad de un discurso más sólido para los cuadros jóvenes de MC. Por ejemplo, el discurso de Luis Donaldo Colosio en el evento fue una buena idea mal ejecutada. Buena idea, porque se centró en la niñez como la prioridad de un buen gobierno. Mal ejecutada, porque no aprovechó al máximo la potencia de su relato personal para engarzarlo con el compromiso que Colosio tiene con la infancia, y luego unir ese compromiso con una visión amplia de futuro para el país.
Por su parte, el discurso de Samuel García fue más bien una serie de planteamientos desordenados de la que podría rescatarse dos cosas: i) la forma en la que en su gobierno ha venido recuperando servicios públicos para la niñez que fueron destruidos por López Obrador (estancias, medicinas, vacunas, etc.); y ii) la preocupación genuina del padre primerizo por el país en el que nacerá su hija. El común denominador en ambos discursos es una causa poderosa que podría abanderar el partido: la niñez y la juventud.
En ese tema, Movimiento Ciudadano podría encontrar el sentido y significado de su planteamiento de “el derecho a la alegría”, que hoy no deja de ser un eslogan publicitario vacío con el que podrían anunciarse lo mismo refrescos que viajes. Hablar de la alegría de niños sanos y educados, para la cual resulta urgente la reconstrucción de los sistemas públicos de salud y educación. La alegría de jóvenes con estudios, acceso a tecnología y con oportunidades de futuro, para lo que urge revivir la economía y la inversión. La alegría de aspirar al progreso y alcanzarlo en un país que premia a quien se esfuerza, en vez de criticarlo y castigarlo. La alegría de niños que pueden ir a la escuela con seguridad, en vez de esconderse debajo de las bancas a esperar a que pase la balacera. Por ahí podría hilarse un discurso más concreto y aterrizado que toque una fibra emocional importante para una sociedad que parece desentenderse del abandono en el que el gobierno está dejando a los más jóvenes.
“¡Podemos ganar la presidencia, porque somos el partido del nanana!”, dijo Dante Delgado, aludiendo al estribillo musical que identifica las campañas del partido, en la arenga final de su discurso en el que, por cierto, se esforzó en reconocer con más énfasis que a nadie a Mariana Rodríguez, la mediática y telegénica esposa del gobernador de Nuevo León. Esas dos cosas dicen mucho de lo que Movimiento Ciudadano puede estar pensando como objetivo de su estrategia electoral. Si su meta es sacar 15% del voto y asegurar con ello más escaños y recursos públicos, la fórmula Mariana + “alegría” + “nanana” es óptima. Pero si realmente quieren rescatar a México del fracaso populista, si realmente quieren acreditarse como una opción seria para construir una socialdemocracia moderna, la alegría y el “nanana” no bastan.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.