Foto: Marco Provvisionato/IPA via ZUMA Press

Silvio Berlusconi: obituario retórico de un populista neoliberal

Asomarse al estilo de Berlusconi es reconocer a un pionero del populismo que hoy asedia a muchas democracias.
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Silvio Berlusconi (1936-2023)marcó la política italiana de finales del siglo XX y principios del XXI. Amo de los medios de comunicación, entendió antes que otros que, en los “tiempos líquidos” que vivimos, la realidad económica, política y social es tan confusa, volátil y compleja que, para algunos, solo puede ser comprensible si se narra en clave de espectáculo.

Asomarse al estilo de Berlusconi es reconocer a un pionero del populismo que hoy asedia a muchas democracias. Es ver a un hacker audaz poniendo bajo su control a un sistema político corroído por la corrupción. Es escuchar a un comunicador nato moldear el lenguaje para crear realidades paralelas. Es sentir a un demagogo capaz de atizar las emociones del electorado contra sus adversarios para acrecentar su popularidad y poder. Es sorprenderse ante un inescrupuloso populista que ofrecía al elector una mano en señal de honestidad, mientras que con la otra se arreglaba con la mafia.

En el corazón de la comunicación de Silvio Berlusconi está la idea de que la política es la suma de imagen, emoción y relato. Magnate de la televisión y del futbol (fue dueño del AC Milan y del Club Monza), él sabía muy bien que un equipo que mete goles puede ser popular, pero un equipo que desata pasiones se vuelve imbatible. Para avivar esas emociones, tanto en el futbol como en la política, uno necesita adversarios. Berlusconi los señaló desde su primer discurso político: toda la vieja clase política italiana –desprestigiada, corrupta y aburrida– a la que había que desplazar del poder para regenerar a la nación y devolvérsela al “pueblo”. Esos adversarios “no creen en el mercado, no creen en la iniciativa privada, no creen en el lucro, no creen en el individuo. No creen que el mundo pueda mejorar. No han cambiado. Les gustaría transformar el país en una plaza de gritos y condenas.”

Berlusconi ofrecia la llegada de algo diferente, refrescante, lleno de energía. Su movimiento, “Fuerza Italia”, defendía un credo neoliberal light que, en los años noventa, era muy novedoso y atractivo: “creemos en el individuo, en la familia, en la empresa, en la competencia, en el desarrollo, en la eficiencia, en el libre mercado y en la solidaridad, hija de la justicia y la libertad. Queremos dar a Italia una mayoría y un gobierno a la altura de las necesidades más profundas de la gente común. Una fuerza política formada por hombres totalmente nuevos.  Queremos renovar la sociedad y crear un nuevo milagro italiano”.

Berlusconi fue siempre mejor candidato que gobernante. Sus tres periodos como primer ministro (1994-95, 2001-2006 y 2008-2011) estuvieron marcados por la incompetencia, la polarización y los escándalos, especialmente en temas de corrupción gubernamental, negocios turbios y sexo. Pero sus campañas eran imbatibles. ¿Su secreto? Entender que en nuestros tiempos la gente no vota por las mejores propuestas, ni por el candidato más capaz, sino por el personaje más atractivo con el mejor relato. En su caso, la historia del hombre común que sigue su llamado a la grandeza, un italiano promedio que llegó a ser rico gracias a su enorme habilidad para los negocios y que, de manera desinteresada, ofrecía su inmenso talento para salvar al país de la corrupción y la mediocridad de los políticos y ponerlo en la senda de la prosperidad. Es otro caso más del exitoso engaño populista, que postula que las supuestas virtudes de una persona pueden pasarse a su gobierno y, de ahí, transformar al país sin necesidad de instituciones funcionales, equipos competentes ni planes sensatos.

Narcisista y megalómano –estaba tan convencido de que pasaría a la historia que se mandó construir su propio mausoleo monumental– el arma secreta de Berlusconi era la pantalla televisiva. Sus constantes apariciones en programas de entrevistas y espectáculos eran instrumentos de propaganda diseñados para fortalecer su poder carismático y su control de la realidad. “Si no sale en la televisión, no existe”, era su mantra. Llenaba el espacio con sus declaraciones escandalosas, sus chistes políticamente incorrectos, sus juegos de palabras, sus insinuaciones sexistas y sus aventuras amorosas. Luciendo orgulloso la falsa jovialidad que prestan el bisturí y el cabello injertado, mantenía a los italianos enfocados en su imagen y persona para que evitaran exigirle rendición de cuentas sobre sus decisiones de gobierno.

Decenas de veces le abrieron procesos judiciales por causas que iban del conflicto de interés a la evasión fiscal y de ahí a la prostitución de menores. En varios fue condenado, pero nunca pisó la cárcel. “En otros países, siempre se preguntan cómo es posible que los italianos le hayan permitido alcanzar el poder y luego perdonarle todo”, dice Andrea Donofrio. Y responde: “hay que recordar que Berlusconi no es “un extraterrestre”, una figura ajena al país, sino más bien el producto de la sociedad italiana”. Il Cavaliere era  “un ejemplar italianísimo, un producto puramente ‘made in Italy’: simpático, campechano, elegante, ocurrente. Sólo un país tan fascinante, contradictorio y cínico como Italia puede inventar un político así”.

Lamentablemente para el mundo, esta última frase no ha resultado correcta. Silvio Berlusconi no fue una excepción, sino un precursor de una forma de hacer y comunicar la política que hoy se ha vuelto normal: controlar la realidad con propaganda, posverdad y demagogia para mantener a la sociedad dividida y distraida, ahogada en sus propias emociones. Si Italia sigue siendo Italia después de un populista como Berlusconi es gracias a sus instituciones y su pertenencia a Europa. Otros países no están corriendo con la misma suerte. ~

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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