Imagen: Wikimedia Commons

La discreción siria

Las dictaduras pueden dar la sensación de ser estables, pero al interior de ellas transitan la tragedia y el melodrama.
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Una buena dosis de vulgaridad tiende a acompañar la estela brutal de las dictaduras. Más de trece años de guerra civil en Siria diluyeron las fronteras de la racionalidad, el salvajismo y la muerte. Este mes, una nueva elección para la Asamblea Popular, sólo votada en las zonas controladas por el régimen, dio los resultados esperados. El Partido Baath mantiene la cámara que modificó la constitución con la que Bashar al-Assad podrá reelegirse en las presidenciales de 2028.

La guerra se lee como parte de la historia y el día a día, en simultáneo. Pasó ya demasiado tiempo. La familia de muchos fue expulsada y casi ninguna piensa volver. La vida se hizo en otros lugares con lo que se pudo, y eso fue suficiente para empezar de nuevo, lejos de la memoria.

Recuerdos dispersos entre nuestras casas que se perdieron, los amigos que desaparecieron, aquellos asesinados o entre quienes se convirtieron en refugiados y migrantes, reaparecen cada tanto y pocas veces de manera tan continua como en estas semanas.

Autoridades de Estados Unidos arrestaron en California a Samir al-Sheik, general de brigada del ejército de Bashar al-Assad. En su forma de visado y ciudadanía, al-Sheik declaró no haber participado en la persecución de ningún individuo por su inclinación política, religión, raza, etcétera. Vivía en Los Ángeles desde 2020. Soy incapaz de imaginar o entender el tipo de artimañas necesarias para su llegada.

Antes de las Primaveras árabes, estuvo a cargo de la prisión de Adra, al norte de Damasco. Los métodos históricos en Adra se recrudecieron entrada la guerra civil. Prisioneros políticos llenaron sus celdas e historias de tortura a su interior fueron documentadas en 2014. Al-Sheik, retirado desde 2010, ocupó la gobernatura de Deir-ez-Zor con el objetivo de contener las protestas que iniciaron en 2011.

Durante 2011 y 2013, cuando la realidad no imaginaba el delirio en que se transformó, estudiantes de la Universidad de Alepo se reunieron para apoyar las manifestaciones en el resto del país. Como era habitual, Damasco depositó en la Unión Nacional de Estudiantes Sirios (NUSS) las labores de vigilancia, inteligencia, disuasión y posterior control de las manifestaciones. Las funciones de la NUSS, hoy conocida fuera de Siria por sus siglas en inglés y las investigaciones en su contra, siempre incluyeron extender el brazo del poder ejecutivo al interior de los centros de educación, dispersar el proyecto ideológico del baathismo, señalar grupos opositores y reclutar miembros para el Mukhabarat, la policía secreta.

La intimidad de la relación con el aparato de gobierno convirtió a su viejo presidente, Ammar Saati, en cabeza de las juventudes baathistas, miembro del parlamento y líder del Partido Baath. Más tarde se casó con Luna al-Shibl, antigua colaboradora de Al-Jazeera, encargada de la estrategia de comunicación oficial y posteriormente, quizá la principal asesora de Bashar al-Assad.

En los primeros años de las revueltas, Omar Aroub, jefe de la NUSS en Alepo y segundo al mando de las Brigadas Baath, una de las milicias afiliadas a Assad, ordenó el asalto a las instalaciones universitarias; sus tropas y los shahiba, paramilitares del lustro inicial de la guerra y leales a la dinastía en el poder, desnudaron a los varones y los dirigieron a las instalaciones de mujeres, donde obligaron a tirarse en el suelo para caminar sobre ellos. Desde los pisos altos de los edificios, arrojaron a estudiantes disidentes. Otros, muchos, terminaron en Adra. Son parte de sus presos políticos. Los actos están ampliamente registrados.

Omar Aroub es presidente de la Federación General de Deportes del gobierno sirio. Madres y activistas, junto a familiares de los estudiantes torturados o asesinados por Aroub, exigieron al Comité Olímpico que se le impida asistir a París 2024.

Aroub le es funcional al régimen, pero en algún momento dejará de serlo. Ammar Saati, a pesar de su trayectoria en la NUSS y el partido Baath, ya no lo es.

Luna al-Shibl murió recientemente en un accidente de auto. La aparente embestida por un vehículo blindado resulta natural en ciertas geografías. Rumores –se dice que el blindado estaba equipado con una plancha de metal al frente–, sus tangentes e implicaciones son más relevantes y significativos que la verdad.

Al hermano de al-Shibl, oficial en la guardia presidencial, lo arrestaron bajo sospecha de entregar información a Israel en los derredores de su ataque al consulado iraní de Damasco, en abril de este año. Saati, removido de su plaza en la Universidad de Damasco, terminó en prisión domiciliaria. La molestia sobre ellos provino de dos fuentes, Hezbolá y Asma Assad, esposa de Bashar. La visibilidad de al-Shibl competía con ella.

Aunque las dictaduras pueden dar la sensación de ser estables a partir de su vocación a lo inamovible, al interior de ellas las líneas entre la tragedia y el melodrama transitan de forma paralela para cruzarse ocasionalmente.

En los últimos años, Asma Assad consolidó su poder a través del control de los flujos de ayuda internacional y fondos para la reconstrucción. Telecomunicaciones, bienes raíces, materiales, empresas fantasmas, cuentas en el extranjero, turismo, educación.  Lazos con los pilares económicos del régimen hasta volverse una de sus columnas centrales. Entre esos pilares, ninguno como la familia Qaterji. Los hombres de negocios del régimen.

El 15 de julio, un ataque israelí cerca de la frontera con el Líbano asesinó a Bara’a Qaterji. En una época, junto a su hermano, se les acusó de ser responsables del comercio de hidrocarburos y trigo con facciones del Estado Islámico. Encargado de la importación de petróleo iraní con destino a las regiones controladas por la dictadura, su nombre ha estado vinculado tanto al lavado de dinero como a la asistencia en las actividades económicas del Hezbolá, el financiamiento a diferentes milicias proiraníes en sus operaciones contra Israel y relacionado con negocios de combustible y armas entre suficientes partes, para hacerse blanco de todas ellas.

Su muerte puede percibirse como un golpe a la dictadura, pero permite también verse en los márgenes de una oportunidad con la que Asma Assad saldrá fortalecida, discreta y cínicamente. En marzo de este año, tras una disputa entre Hussam Qaterji –hermano de Bara’a– y la mujer fuerte de Damasco, su oficina le congeló al empresario fondos y propiedades al oponerse a pagar el 40% de sus recursos.

La condición de desechable es inherente a las cercanías de todas las dictaduras.

Si Omar Aroub desfila frente al mundo en la inauguración olímpica, más de uno le aplaudirá al criminal de guerra. Salvo a sus víctimas, no importará si lo vuelven a ver. ~

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es novelista y ensayista.


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