Me siento inmensamente agradecido con FAES por este reconocimiento. Compartirlo con estadistas que han trascendido a su tiempo –como el Rey Juan Carlos, Shimon Peres y Margaret Thatcher– me abruma y rebasa. Y compartirlo con un autor universal –mi admirado y querido Mario Vargas Llosa– es la mayor honra. Mi รบnica respuesta es la promesa de seguir defendiendo la libertad en la revista Letras Libres y en mis escritos.
No son estos tiempos propicios para la libertad. En casi todo el mundo estรก en repliegue. ¿Recuerdan ustedes el siglo XX? Parece tan remoto como el telefax o los telegramas. Se despidiรณ con hermosas promesas. Habรญamos dejado atrรกs –eso creรญamos– lo que Hannah Arendt llamรณ “el mal absoluto”, la barbarie extrema del nazismo y el comunismo, los campos de exterminio y el Gulag. La Uniรณn Soviรฉtica, que pocos aรฑos atrรกs parecรญa doblegar a las dรฉbiles democracias occidentales, habรญa declarado abiertamente –caso รบnico– su quiebra histรณrica. Y no se detenรญan ahรญ los prodigios: ¿quiรฉn anticipรณ el paso de la China de Mao a la de Deng Xiaoping? Nadie, y sin embargo ese trรกnsito inverosรญmil del Estado total al mercado global ocurrรญa frente a nuestros ojos.
A la libertad polรญtica, es verdad, le faltaba recobrar o conquistar espacios, pero el triunfo del libre mercado parecรญa ya irreversible. Y otras libertades (morales, sociales, sexuales, civiles) abrirรญan muy pronto sus propios cauces. Asรญ fue, por fortuna, en algunos casos. Pero esperรกbamos mucho mรกs. Esperรกbamos que el siglo XXI cumpliera el cรฉlebre tรญtulo de Benedetto Croce: “La historia como hazaรฑa de la libertad”.
Pero el azar gana siempre la partida. El azar y esas “vastas fuerzas impersonales” de las que hablaba, con horror y resignaciรณn, T. S. Eliot. Desde el subsuelo mismo de la historia reapareciรณ el fanatismo de la identidad religiosa con el designio de imponer al diverso “yo” de la democracia, la obediente uniformidad de un “nosotros” teocrรกtico.
Nadie lo previรณ. Ni siquiera Isaiah Berlin y Karl Popper, los grandes profetas de la libertad. En unas conferencias trasmitidas por la BBC en 1951 que comenzaron a cimentar su fama pรบblica, Berlin se refiriรณ a “seis enemigos de la libertad”: Helvecio y su racionalismo mecรกnico, Rousseau y su teorรญa de la “voluntad general”, Fichte y su mitologรญa de la naciรณn alemana, Saint-Simon y sus rรญgidas sociologรญas, Hegel y su teologรญa de la historia, y Joseph de Maistre con su encomio de la tradiciรณn y el poder. Aรฑos antes, en La sociedad abierta y sus enemigos, Popper habรญa trazado la misma genealogรญa remontรกndola a Platรณn y culminando en Hegel y Marx.
Ambas crรญticas hicieron un formidable servicio a la causa de la libertad (y ambas se sostienen en nuestro tiempo), pero los enemigos que combatรญan eran puramente ideolรณgicos, no religiosos. Ni Berlin ni Popper sospecharon que la razรณn liberal tuviese que enfrentar un regreso violento de la religiรณn a la esfera polรญtica global. Y creo no equivocarme en afirmar que ninguno de los grandes pensadores de la libertad en Occidente (Raymond Aron, Ortega y Gasset, George Orwell, Bertrand Russell, Daniel Bell, Albert Camus, Octavio Paz) previรณ la revuelta de la historia que dio comienzo el 11 de septiembre de 2001 y cuyo fin no se avizora.
Fue un grave bloqueo de la mirada histรณrica, que al menos no ocultรณ el carรกcter violento y opresivo de otros fanatismos de la identidad –nacionales, raciales– evidentes en las guerras de limpieza รฉtnica en los Balcanes o los genocidios en รfrica. Y tampoco impidiรณ constatar el surgimiento de nuevas formas de dominaciรณn carismรกtica en regiones como Amรฉrica Latina y la Uniรณn Soviรฉtica, herederas de viejas culturas polรญticas autoritarias. Cobijada por el mito de Fidel Castro, en Amรฉrica Latina reapareciรณ –en Hugo Chรกvez– la enรฉsima mutaciรณn del demagogo, del caudillo populista, del redentor. Y en Rusia, los siglos de ortodoxia y el zarismo reconstruyeron un รญcono viviente, Vladimir Putin.
La libertad, en el siglo XXI, enfrenta esos inmensos desafรญos y muchos otros (como la paradoja china de un capitalismo de Estado sin libertad polรญtica). Ante esos nuevos adversarios, la libertad occidental (su concepciรณn, su prรกctica) no puede ni debe desfallecer. El repliegue debe ser temporal, para tomar fuerzas, para adquirir perspectiva histรณrica, para imaginar con creatividad nuevas soluciones (mรกs realistas y prรกcticas) a las nuevas formas de opresiรณn y a los problemas ancestrales de marginaciรณn y pobreza que minan los fundamentos mismos de la sociedad abierta.
Y algo mรกs debe hacer el pensamiento liberal: debe ejercer la autocrรญtica.
La propia libertad econรณmica –es la verdad– conspirรณ contra sรญ misma provocando –en su falta de reglas, de lรญmites, en su ambiciรณn sin freno– una crisis que hizo mรกs por desprestigiar las virtudes del mercado que todas las ideologรญas totalitarias juntas.
¿Resultado? “La libertad estรก sobrevaluada”, comenzaron a propagar los cรญnicos de siempre o los nuevos escรฉpticos, con el efecto previsible de anestesiar la indignaciรณn ante la injusticia y abandonar a su suerte a quienes padecen ahora mismo el ahogo de las libertades. Pienso en los jรณvenes de Venezuela, pienso en su soledad. Ellos no necesitan lecturas liberales. Ellos conocen de manera inmediata el significado de la libertad porque la libertad –como el aire– solo se vuelve tangible, se palpa, cuando falta. Pero a ellos ¿quiรฉn los escucha?
Escuchรฉmoslos nosotros. En esta ocasiรณn tan significativa para mรญ, quisiera enviar un saludo solidario a esos valerosos jรณvenes venezolanos, y unir mi voz a la de quienes en foros diversos, incluido el de las Naciones Unidas, han exigido la libertad inmediata de Leopoldo Lรณpez, preso polรญtico del rรฉgimen que ha convertido al paรญs petrolero mรกs rico del mundo en lo que, paradรณjicamente, siempre buscรณ: una nueva, precaria y pesarosa Cuba.
Finalmente, quisiera dedicar una reflexiรณn a la preocupante situaciรณn de la libertad en dos paรญses que me competen directamente: Mรฉxico (el puerto de libertad que abrigรณ a mis padres, abuelos y bisabuelos), y Espaรฑa, naciรณn que inventรณ el sustantivo liberal, paรญs que desde 1975 ha sido vanguardia democrรกtica del orbe hispano, tierra que, por razones de amistad, de admiraciรณn, lengua y cultura, considero mรญa.
Dos fuerzas terribles y convergentes amenazan la libertad en Mรฉxico: la corrupciรณn y el crimen. Ambas hunden sus raรญces en la historia y no es este el lugar de explorarlas. Pero es un hecho doloroso que la democracia –que descentralizรณ el poder, que liberรณ las energรญas polรญticas y cรญvicas del mexicano– tuviera el efecto centrรญfugo de alentar tambiรฉn a los poderes oscuros, que ahora imponen su ley sangrienta en vastas zonas, ya intransitables. Hay fuerzas del bien que se le oponen, y son mayoritarias: las decenas de millones de mujeres y hombres que trabajan honestamente, y que esperan mejorรญas tangibles de las importantes reformas que se han aprobado en los รกmbitos de la energรญa, la educaciรณn, las finanzas y las telecomunicaciones. Pero la vieja corrupciรณn se ha refugiado en estados y municipios y ha establecido una alianza natural con el crimen y el narcotrรกfico. De este infierno no hay salida fรกcil: hay que vertebrar, casi desde el origen, un Estado de Derecho que no solo respete y haga respetar las leyes y libertades, sino lo mas preciado: la vida misma. No sรฉ cuanto tiempo nos llevarรก la tarea. Tal vez una generaciรณn. Pero es una batalla que se puede ganar, se va a ganar. No tengo duda.
El respeto a la vida y el Estado de Derecho me lleva a proponer una modesta reflexiรณn sobre Espaรฑa. Despuรฉs de una terrible guerra civil, despuรฉs de dรฉcadas de una fรฉrrea dictadura, Espaรฑa hizo un pacto consigo misma, un pacto de civilidad que provocรณ la admiraciรณn del mundo y –nunca lo olviden– fue el catalizador del cambio democrรกtico en Amรฉrica Latina. La civilidad a la que me refiero no es algo abstracto: se manifiesta, por ejemplo, en el respeto a la vida individual que se advierte en hechos aparentemente nimios como la indignaciรณn ante cualquier crimen pasional que llega a las primeras pรกginas de los diarios. Esa consideraciรณn por la vida es el cimiento imprescindible de una sociedad abierta y moderna. Contra todo pronรณstico, Espaรฑa se volviรณ esa sociedad moderna y abierta. En esta severa crisis, Espaรฑa no puede cerrar los ojos al milagro de civilidad democrรกtica que ella misma construyรณ y que le permitiรณ dar un salto histรณrico en todos los รณrdenes.
Al hacer el encomio de esa civilidad, al recordar aquel pacto, no cierro los ojos, en absoluto, a los escรกndalos de corrupciรณn. Tampoco ignoro el despilfarro de riqueza, las malas administraciones, los sacrificios inmensos, los millones de parados y el desaliento que todo ello provoca. Pero es mi deber de amigo advertir de los riesgos del populismo que veo crecer en Espaรฑa, sobre todo entre la gente joven. Ya vimos en la Argentina peronista esa pelรญcula. Ya vimos su mรกs sombrรญa versiรณn, en la Cuba de Fidel Castro. Ya la vimos –y la seguimos viendo, en tiempo real– en la Venezuela destruida por el chavismo. A ese horror –hecho de humo y mentira– lleva el populismo. Destruye por generaciones la nociรณn misma de civilidad, instaura el culto a la personalidad, empobrece a las naciones, envilece la vida pรบblica y parte en dos mitades irreconciliables a la sociedad. La sensatez debe privar sobre la desesperaciรณn en Espaรฑa. Es la batalla definitiva por la libertad. Y se va a ganar, la vamos a ganar, estoy seguro.
Gracias a FAES, una vez mรกs, por este premio tan preciado. Gracias, por permitirme abrazar a tantos amigos entraรฑables. Con ustedes, para ustedes, recuerdo ahora el legado de Octavio Paz y la tรกcita promesa que le hicimos sus amigos y colaboradores: vivir por la libertad, bajo palabra. ~
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.