Nadar contra la corriente demográfica. Desmontando a Trump

Debido a la nueva configuración étnica y racial que se abre paso en Estados Unidos, quizás estemos siendo testigos de la última elección donde un candidato puede apelar, como Trump, a la supremacía blanca. Sin embargo, asumir la posibilidad real de su presidencia permite analizar los escenarios que México podría enfrentar en materia de seguridad fronteriza y tratados comerciales, la creciente importancia que está teniendo China para América Latina y las consecuencias políticas de la inesperada visita de Trump a nuestro país.
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Estados Unidos está ante una encrucijada en estas elecciones. Las plataformas electorales del Partido Republicano y del Demócrata difieren en casi todos los temas, pero en lo que atañe a la inmigración sus posturas son completamente opuestas. En el programa electoral republicano se leen pasajes como “es indefendible que continuemos ofreciendo residencia legal y permanente a más de un millón de extranjeros cada año” o que “la inmigración ilegal pone en peligro a todos”. El programa acentúa la oposición categórica “a cualquier forma de amnistía” y “respalda la construcción de un muro que recorra nuestra frontera sur”. Los demócratas, en cambio, declaran su deseo de “enfrentarse a aquellos que pretenden excluir o eliminar las vías legales de inmigración”, al tiempo que aseguran que los inmigrantes “que ya están viviendo en Estados Unidos […] son de gran valor para sus comunidades”, y que “deben ser incorporados plenamente a nuestra sociedad por medio de procesos que respeten la ley”.

Las consecuencias previsibles de una presidencia de Donald Trump son aterradoras. Mientras que Hillary Clinton promete impulsar una reforma migratoria integral, Trump exige la deportación inminente de once millones de personas y la exclusión de millones más. Una gran cantidad de familias se separarían y las comunidades se harían pedazos. Los inmigrantes indocumentados que cruzaron a Estados Unidos siendo niños y que se registraron para la Consideración de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (daca) serían identificados, detenidos y expulsados de manera inmediata, junto a las personas con las que viven, ya que sus nombres y direcciones están en los archivos del gobierno. El Partido Republicano –el partido de Abraham Lincoln– se ha convertido en el partido del nacionalismo blanco.

Por fortuna, esta será –con certeza– la última elección en la que una campaña pueda apelar de manera tan burda a la supremacía blanca. La razón es que Estados Unidos está viviendo un momento de cambio, tanto demográfico como político. De hecho, el aumento del enojo de la población blanca, que impulsa el ascenso de Donald Trump, se explica como una reacción de los votantes anglosajones mayores ante ese cambio en la configuración racial y étnica del país. La perspectiva de una sociedad en la que los blancos no sean mayoría resulta alarmante, en especial para los hombres blancos, que han sido históricamente los grandes beneficiarios del privilegio blanco.

Durante su campaña, Donald Trump ha insultado reiteradamente a las mujeres, ha denigrado minorías y ha difamado religiones. Estas declaraciones han alejado a los millennials –los jóvenes de dieciocho a veintinueve años, que se inclinaron por Bernie Sanders–, pero han conectado de manera poderosa en los hombres blancos de mayor edad. Los baby boomers, que hoy tienen cincuenta años o más, han vivido en la sociedad más blanca y homogénea de la historia de Estados Unidos. En ella, el patrimonio todavía era lo más importante. En la década de los setenta, por primera vez en su historia, el porcentaje de no nacidos en el país cayó por debajo del 5%, hasta un inédito 4.7%. En los años cincuenta y sesenta el “inmigrante” tradicional era el abuelo italiano, polaco o ruso de algún conocido. Los afroamericanos vivían segregados y no eran visibles en los medios de comunicación, las comunidades latina y asiática eran pequeñas –poblaciones aisladas en zonas bien identificadas– y las mujeres seguían en la cocina.

A principios de los setenta trabajé durante varios veranos en una obra para pagar los primeros años de la universidad. Mis compañeros eran obreros jóvenes que no estudiaban. Recuerdo que cuando algo salía mal se daban ánimos: “al menos soy libre, blanco y soltero”, decían. Racismo y patriarcado resumidos aforísticamente en un chiste. Hoy ese mundo está desvaneciéndose con rapidez y en muchas partes de Estados Unidos ha desaparecido por completo. Los hombres mayores, blancos y poco educados padecen de manera acentuada esa pérdida y esto, a su vez, los ha llevado a apoyar la candidatura de Trump. Él ha dado voz al resentimiento que estos votantes habían guardado durante mucho tiempo, pero que temían decir en voz alta.

Sin embargo, al atar el destino del Partido Republicano al resentimiento del hombre anglosajón de mayor edad, Trump ha unido el futuro del partido a un grupo demográfico literalmente moribundo. Entre la población que tiene dieciocho años o más, el 21% son millennials, el 52% son mujeres, el 12% son negros, el 6% son asiáticos y el 15% son hispanos. Después de alejar a las mujeres, las minorías y la gente joven, no queda mucho más del electorado. Hoy, los hombres blancos que tienen más de cincuenta años representan el 31% de los votantes. Aunque los musulmanes constituyen un porcentaje pequeño en el electorado estadounidense, otras minorías religiosas han tomado nota del desdén de Trump, especialmente los mormones, cuya incertidumbre en el voto ha puesto a Utah como posible estado demócrata por primera vez en décadas.

Los matices raciales, religiosos y misóginos de los mítines de Trump son difíciles de obviar, y algunos cínicos han llegado a decir que el eslogan de Trump, “Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser grande”, es percibido por muchos de sus seguidores como “Hagamos que Estados Unidos vuelva a ser blanco”, lo que explica las posturas histéricas del programa electoral republicano sobre migración en particular y extranjeros en general. La gran paradoja es que poner fin a la migración no va a detener la inevitable creación de un grupo demográfico de “mayoría minoritaria” en Estados Unidos. El desenlace de esa historia ya está escrito en la estructura demográfica del país.

De acuerdo con cifras del último censo de Estados Unidos, los niños blancos, no hispanos, de cinco años o menos son solo el 49.7%, y los nacimientos con al menos un padre que pertenece a una minoría racial superan a los nacimientos de padres blancos. En dieciocho años esta será la nueva cohorte de votantes. Aunque se estima que el 69% del electorado es blanco, se trata de un porcentaje que caerá sucesivamente, y de manera inexorable, con cada elección. La idea de algunos seguidores de Trump de que su candidato podrá detener esa transición y los transportará mágicamente al mundo de 1960 que recuerdan con nostalgia resulta delirante.

Por lo tanto, es improbable que en cuatro años se repita una campaña racialmente divisiva y basada en el miedo y el odio al otro. La buena noticia es que las probabilidades de que Trump llegue a la presidencia no son tan altas. La mala noticia es que no es imposible, y el riesgo de que gane la elección representa una grave amenaza para Estados Unidos y el mundo. Pero soy un demógrafo, y como los de mi oficio dicen: “demografía es destino”. La realidad es que la estructura demográfica de Estados Unidos apunta hacia una derrota de Trump, en especial cuando uno considera el panorama demográfico de los estados más importantes en el Colegio Electoral estadounidense.

Al día de hoy, las encuestas parecen indicar que Trump perderá la elección en noviembre, acompañado de un fracaso del Partido Republicano en la Cámara y el Senado. Si se presenta este escenario, las elecciones de 2016 serán el preludio de una reestructuración fundamental en Estados Unidos, como pasó con el surgimiento de una reacción nativista contra inmigrantes alemanes e irlandeses en la década de 1850 y la respuesta xenófoba a los inmigrantes provenientes del sur y el este de Europa en los años veinte del siglo pasado. No se puede ir contra la corriente demográfica, especialmente en un país cuya ciudadanía se gana como derecho de nacimiento. ~

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Traducción del inglés de Patricia Nieto.

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