Este verano mi hijo, que estaba a punto de cumplir siete años, me preguntó cuál era el desierto que más tiempo costaba atravesar. Yo recordaba que en clase nos habían dicho que el más extenso es el Sáhara (aunque eso puede haber cambiado), así que le dije que el Sáhara. Él me corrigió: el colegio. Con estos antecedentes no me sorprende que el debate sobre la semana laboral de cuatro días haya despertado preocupación en su clase. ¿Con la semana de cuatro días los niños seguirán yendo al cole cinco días? Saben que tienen muchas más vacaciones que los adultos, y por otro lado en España durante la pandemia encerramos a los niños en casa durante seis semanas: eso es lo que cuentan sus deseos. Así que asumen que ellos seguirán yendo a clase cinco días aunque los adultos tengan más tiempo libre.
Puede que, si la idea se instala, resulte en un aumento de las vacaciones que pueda coincidir (o no) con las vacaciones escolares, pero la posibilidad de que sea (digamos) un viernes libre a la semana causa una inquietud comprensible en segundo de primaria. ¿Qué van a hacer los niños con los padres tirados en casa remoloneando? Será difícil salir hacia el colegio sabiendo que dejan solos a seres no solo desamparados, sino a menudo torpes e irresponsables. Estarán en clase angustiados por una llamada que les diga que ha surgido algún problema, que han cometido una imprudencia, que han tenido un accidente doméstico o no han sabido conectar la tele. Las fuentes de desasosiego son infinitas: pueden arrasar con el contenido de la nevera, pasarse horas pegados al móvil, perder la tarde viendo conciertos de grupos de su juventud en YouTube o quedar a tomar vermú (o peor: coca-cola) con amigos que, como saben perfectamente sus hijos, ejercen una influencia perniciosa.
Algunos temen que desarrollen hobbies absurdos, desde los bonsáis al crossfit o al origami (o peor: leer libros de crianza), y un par de niñas se preocupan por la huella de carbono que pueden generar sus despendolados padres. Los más materialistas temen que el tiempo libre les anime a tener otro hijo, y esa opción les deprime, porque han leído que cuantos más hermanos tienes más pobre eres. Los más tremendistas y sentimentales presienten que, si sus padres pasan juntos demasiado tiempo, acabarán por divorciarse: son partidarios de que se apunten a bailes de salón, escuelas de idiomas, clases de natación (todo por separado). Otros temen que su padre aproveche las horas libres del viernes para jugar con sus juguetes: sospechan en particular de algunos regalos incomprensibles en su momento. Y ya se sabe lo descuidados que son los adultos. Alguno considera que lo más prudente es que se encarguen de ellos los abuelos, pero ya los cuidaron bastante en su día.
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).