¿Qué hacemos si el presidente nos miente?

En la consulta del nuevo aeropuerto se pueden ver señales de un gobierno que promoverá debates sobre los asuntos públicos basados no en estudios, datos y hechos, sino en opiniones emotivas, falacias, medias verdades y algunas mentiras.
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 La mayor parte de las mentiras triunfa porque
nadie se toma la molestia de pensar cómo detectarlas.

Paul Ekman

 

Hemos elegido a un mentiroso para gobernarnos: a esa conclusión han llegado muchos ciudadanos estadounidenses respecto a Donald Trump. No es que sea el primero ni el último presidente en decir mentiras. Mintió Nixon, y mucho, respecto a casi todo… y le costó el puesto. Mintió Clinton respecto al affaire Lewinsky. Mintió Bush en cuanto a las armas de destrucción masiva en Irak. Y hasta nuestro media darling Barack Obama también ha azucarado con varias mentirillas y medias verdades el oído de sus gobernados.

Pero Trump se cuece aparte en el número, intensidad, relevancia y alcance de sus mentiras. Según el Washington Post, ha realizado más de 5 mil afirmaciones falsas en 600 días en el cargo, o más de ocho al día. Básicamente, el eje de la comunicación y el discurso de Trump está desapegado de eso que los demás llamamos “realidad”. La era Trump es la era de la posverdad. Pero antes de culpar a alguna patología mental, debemos entender que la posverdad como forma de comunicación gubernamental sirve intereses muy concretos: la información y la desinformación pueden usarse como arma de control político para confundir deliberadamente al ciudadano y dividir a la sociedad con el fin de conservar el poder.

¿Qué están haciendo los ciudadanos allá?

Primero, llamar a las mentiras por su nombre, aunque vengan del poderoso. Los medios de comunicación, la academia, los think tanks y los organismos no gubernamentales se han sumado al debate público con más fuerza e intensidad para evitar que la mentira se pasee impune sin que nadie la señale como lo que es. 

Segundo, se han dedicado a medir el problema para visibilizarlo y denunciarlo, al poner al servicio del público sistemas de verificación de hechos (fact-checking) para contrastar los dichos de Trump y los suyos con la realidad, a pesar de sus amenazas.

Y tercero, han comenzado un análisis autocrítico a fondo de la sociedad y la vulnerabilidad de las instituciones democráticas ante la mentira. En especial resulta muy interesante la reflexión sobre el papel de los medios que, por un lado, tienen que cumplir su papel de vigilantes del poder y, por el otro, hablarle a un público que cada vez confía menos en lo que lee, ve y escucha.

En México no podemos darnos el lujo de quedarnos atrás en estos pasos. Si bien Andrés Manuel López Obrador está lejos de decir ocho mentiras al día, tampoco tiene el contador en cero. Con la “consulta popular” para decidir el futuro del nuevo aeropuerto (argumentos en contra de la consulta se pueden leer aquí y aquí) se están dando señales muy preocupantes de un gobierno que promoverá debates sobre los asuntos públicos basados no en estudios, datos y hechos, sino en opiniones emotivas, falacias, medias verdades y sí, también en algunas mentiras.

“Seré neutral en la decisión”. No ha sido así. “La OACI avala Santa Lucía”. El organismo de aviación de la ONU desmintió por completo esta afirmación. “Cesaron al comandante de la Fuerza Aérea por darnos información sobre Santa Lucía”. El comandante sigue en su cargo. “El avance de Texcoco es de apenas 20 por ciento”. Las cifras oficiales no respaldan este dicho… Así podríamos ir enumerando afirmaciones que, amplificadas por los medios de comunicación y potenciadas por los aguerridos defensores del lopezobradorismo en redes sociales, están confundiendo a la sociedad para obtener un resultado específico.

Ante esto: ¿dónde están los Politifact mexicanos? ¿Los medios están alertando al lector cuando los dichos del presidente electo faltan a la verdad? ¿O solo los reportan como salen de su boca, porque “todo lo que diga AMLO es nota”?

Ganen o pierdan Texcoco o Santa Lucía como sitios para construir el aeropuerto, la credibilidad del gobierno entrante ha sido comprometida. Y eso nos debe preocupar a todos, porque el nuevo aeropuerto, tan importante y urgente como es, palidece comparado con otros temas de mayor relevancia para el país. El manejo de la economía y la seguridad pública son temas en los que es esencial que el gobierno de AMLO genere confianza, liderazgo y credibilidad.

¿En esos y otros temas vitales, López Obrador y su gabinete sí nos hablarán con la verdad? ¿Vamos a creer a ciegas en lo que nos digan, como fieles de un culto? ¿O adoptaremos nuestro rol de ciudadanos y les exigiremos que rindan cuentas por lo que dicen y hacen? Nos puede gustar o no López Obrador, pero a todos nos conviene que él y los suyos entiendan que la posverdad como política de comunicación gubernamental solo traerá consecuencias negativas para México.

 

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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