Foto: Tânia Rêgo/Agência Brasil, CC BY 3.0 BR, via Wikimedia Commons

La batalla de narrativas sobre las protestas de junio de 2013 en Brasil

Hace diez años, las principales ciudades brasileñas atestiguaron protestas multitudinarias que amalgamaron numerosas causas. Su legado político sigue siendo motivo de discusión.
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Hace diez años, Brasil atestiguó un momento crucial en su historia. Las masivas protestas de junio de 2013 fueron el punto de inflexión de cambios políticos y sociales que persisten hasta hoy, aunque su interpretación sigue siendo motivo de controversia entre diferentes actores políticos.

En aquel entonces, las calles de Brasil se llenaron de manifestantes que protestaban principalmente contra el aumento del transporte público, pero también expresaban su descontento frente a otros problemas como la corrupción, la falta de servicios públicos adecuados y las millonarias inversiones para el Mundial de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.

Las protestas se extendieron a todas las capitales y a cientos de ciudades, sacando a millones de personas a la calle.

Las protestas de junio de 2013 no estuvieron impulsadas por un sector político específico, sino que reunieron a diversos grupos con diferentes ideologías. En las calles convergieron desde el Movimiento Passe-Livre (MPL), un grupo horizontal de activistas de ideologías muy diversas, que llevaba años organizando protestas contra la subida de las tarifas del transporte público en São Paulo, hasta partidos de izquierda pequeños como el Partido de la Causa Obrera (PCO), Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU) y Partido del Socialismo y Libertad (PSOL), ciudadanos sin simpatías políticas expresas y una variedad de diferentes fuerzas.

A medida que las protestas avanzaban, se sumaron nuevas demandas y actores. Ello generó un caldo político complejo. La incapacidad del MPL y de los partidos de izquierda para liderar el movimiento y presentar una alternativa clara permitió que otros actores políticos capitalizaran el descontento generalizado.

Para la izquierda gobernante, representada por el Partido de los Trabajadores (PT), y grupos cercanos al partido, las protestas fueron el detonante del crecimiento de la ultraderecha, que hasta entonces no había sido tan visible en las calles.

Junio de 2013 sirvió de inspiración a grupos de extrema derecha como Movimento Brasil Livre (MBL), fundado en 2014, y sin duda dio visibilidad a grupos como Vem Pra Rua, que dice luchar contra la corrupción y apoyó con entusiasmo al expresidente Jair Bolsonaro.

Para algunos estudiosos, como Bruno Cava Rodrigues, Alexandre Mendes, Clarissa Naback o Pablo Ortellado, sin embargo, el propio PT, que estaba en el poder en ese momento, abrió las puertas a la ultraderecha al optar por una represión violenta en lugar de abordar las demandas legítimas de los manifestantes.

En lugar de dialogar con los manifestantes, el gobierno optó por una postura defensiva, alimentando el miedo y el pánico dentro de su propia militancia. Esto llevó a una polarización extrema y a la aparente radicalización de la derecha, que se presentó como una alternativa apolítica frente a un PT que no sabía cómo conectar con la masa de manifestantes.

La disputa por el poder entre diferentes actores políticos, especialmente dentro de la izquierda, llevó al proceso de cooptación y creación de narrativas revisionistas. Algunos movimientos de izquierda que participaron en las protestas posteriormente se acercaron al PT, en lugar de mantener su independencia, lo que contribuyó a fortalecer la posición hegemónica del partido y debilitar la diversidad de voces en el campo progresista. Esto dejó un espacio vacío que la ultraderecha ocupó con su discurso populista y nacionalista.

A diez años de distancia, Brasil debe reflexionar sobre las manifestaciones de junio de 2013. Estas fueron una expresión legítima del descontento de la población brasileña, y comprender plenamente su significado y las consecuencias políticas y sociales es fundamental para el futuro del país.

Una de las principales consecuencias de las protestas fue el despertar de una generación más joven que se volvió activa en la política y en la defensa de sus derechos. Los jóvenes se convirtieron en actores clave en el escenario político y han seguido participando activamente en diferentes movimientos y causas sociales.

Además, las demandas planteadas durante las manifestaciones, como la lucha contra la corrupción, la mejora de los servicios públicos y la promoción de la participación ciudadana, continúan siendo relevantes en el debate político y han influido en la agenda del país.

En términos de representación política, las protestas de junio de 2013 llevaron a una mayor fragmentación y reconfiguración del espectro político. Surgieron nuevos partidos y movimientos políticos, desafiando el tradicional dominio de los partidos establecidos. Esto trajo una mayor diversidad en el sistema político brasileño, pero también ha generado desafíos en términos de gobernabilidad y construcción de consensos.

Otro legado importante de las protestas fue el fortalecimiento de la sociedad civil y la ampliación del espacio para la participación ciudadana –aunque no necesariamente a la izquierda del espectro político que tradicionalmente ha apoyado tales movimientos. Los ciudadanos brasileños se dieron cuenta de su poder colectivo y de la importancia de hacer oír su voz en la toma de decisiones.

No obstante, Brasil enfrenta desafíos persistentes. La corrupción, la desigualdad, la violencia y la falta de acceso a servicios básicos siguen siendo problemas apremiantes. Si bien las protestas de junio de 2013 fueron un momento de esperanza y movilización, aún queda mucho trabajo por hacer para lograr un país más justo y equitativo.

La consecuencia más importante y discutida de los sucesos de aquel año es, sin embargo, política. De alguna manera, gracias a grupos surgidos a raíz de aquel junio Jair Bolsonaro se convirtió en una opción para la presidencia.

Pero el ascenso de la ultraderecha no puede atribuirse directamente a las protestas de junio de 2013. Fue el resultado de la forma equivocada en que se enfrentaron y gestionaron estas manifestaciones. La falta de diálogo y la polarización política permitieron que la ultraderecha se fortaleciera y capitalizara el descontento popular.

El orden de los factores cambia efectivamente el resultado. Mejor dicho, el resultado solo fue posible porque uno de los bandos, la izquierda, decidió sacar al equipo del campo –por la fuerza– y prefirió atrincherarse en el poder (efímero), dejando la vía libre a un adversario que se creía derrotado: el reaccionarismo, que, como la batalla de narrativas en torno a junio de 2013, nos perseguirá durante más de una década. ~

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es periodista. Ha publicado en DW, Al Jazeera, Undark, The Washington Post, Business Insider, Remezcla, entre otros medios. Es doctor en derechos humanos por la Universidad de Deusto.


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