Siete conclusiones luego del tercer debate presidencial

Los nuevos formatos de debate que fueron introducidos en esta contienda fueron una mejoría frente a los que se habían usado antes. Dejan, sin embargo, lecciones valiosas para seguir enriqueciendo esta práctica.
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Qué buena idea fue cambiar de formato. La rigidez del formato que habíamos tenido desde 1994 había convertido a los debates en ejercicios de resistencia al sueño para los televidentes. De los tres, me quedo con el tercero porque los candidatos tuvieron la posibilidad de hablar un poco más de tiempo y hacer lo que tienen que hacer: debatir. Si no hubo más altura en las ideas fue por el perfil de los candidatos y sus estrategas, no por el formato o los moderadores, quienes hicieron un buen trabajo.

Hay que reducir el número de temas en cada debate. La falsa necesidad de cubrir absolutamente todos los capítulos del Plan Nacional de Desarrollo llevó a la autoridad electoral a meter con calzador demasiados temas en cada debate, lo que, aunado al número de candidatos, generó espacios excesivamente breves de intervención para tratar temas muy complejos. Por su formato, el tercer debate me pareció el mejor, al darles más tiempo para exponer ideas. Para la próxima elección, sería mejor que cada debate sea de un solo tema, máximo dos, de interés ciudadano, elegidos de acuerdo con las encuestas. 

Hay que darle más difusión a los ejercicios de análisis de propuestas convocados por las organizaciones de la sociedad civil. Mucho de lo que quisiéramos saber de las propuestas de los candidatos también se ha presentado en esos diálogos con OSCs. Tal vez valdría la pena consolidar estos ejercicios y darles la misma difusión e importancia que los debates.

No a las cartulinas. No he visto nunca a un presidente o primer ministro serio –en la era Trump hace falta aclararlo– que a medio debate en el G-20, la COP o la ONU se ponga a sacar cartulinas con gráficas y fotos para ganar la discusión. Se supone que los debates son ejercicios pensados para que el votante se imagine a los candidatos también en estos escenarios internacionales representando los intereses de México. A esos niveles lo que cuenta es la capacidad argumentativa, no quién trae más grafiquitas con datos a conveniencia. 

Ningún candidato tiene los tres elementos de la persuasión. Hemos dicho en esta bitácora que la persuasión se logra cuando un mensaje combina argumentos racionales (logos), argumentos emocionales (pathos) y un emisor con una personalidad y esencia congruentes con el mensaje (ethos). Ninguno de los tres candidatos logra esa combinación: AMLO es pathos al cien por ciento, pero su mensaje no tiene argumentos lógicos claros ni eficaces (lo de resolver todo “con honestidad” ya es un meme). Meade está muy cargado hacia el logos, sin capacidad retórica para transmitir emoción con sus palabras. Y Anaya, además de tener un mensaje saturado de argumentos racionales, enfrentó a lo largo de esta campaña una serie de ataques que minaron su ethos y lo dañaron gravemente en su credibilidad. 

La narrativa venció a las propuestas. Si el voto se orientara solamente con base en la cantidad y calidad de las propuestas de política pública, tal vez el primer lugar se lo estarían disputando Meade y Anaya. Pero sus graves problemas de credibilidad y la absoluta falta de una narrativa de campaña atractiva les dejaron sin capacidad para competir contra López Obrador, lo que se refleja de modo dramático en las encuestas.

López Obrador dejó de ser un fin y se convirtió en un medio. Haciendo una analogía, pensemos que los electores quieren, en su mayoría, derribar un muro con el que están muy enojados: el gobierno del PRI. Meade es el defensor del muro y así le ha ido. Anaya nos ofrece una navaja suiza con abrelatas, cuchillito, cortaúñas, sacapuntas, lamparita, desarmador, descorchador, USB y mil curiosidades más, pero es muy pequeña y evidentemente no sirve para derribar un muro. Y AMLO nos ofrece un mazo medio entelarañado, oxidado, con el mango astillado… pero que está a la mano y parece que sirve para lo que se quiere lograr. Tanto Meade como Anaya se han dedicado a advertirnos que el mazo nos va a lastimar las manos, que cargarlo nos afectará la espalda y que está tan viejo que su pesada cabeza se puede zafar y rompernos un hueso. Nada de eso importa cuando el objetivo de la mayoría es descargar su ira contra el muro. ¿Lo podrá derribar ese mazo viejo que nos ofrece AMLO? ¿O terminaremos muy lastimados y con el muro de pie? Pronto lo empezaremos a saber. 

 

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Especialista en discurso político y manejo de crisis.


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