Ilustración: Emmanuel Peña

Sueños de utopía más allá de la frontera

La crisis de los refugiados ha creado una división entre este y oeste en la Unión Europea. No estamos ante una falta de solidaridad, sino ante diferentes legados históricos y un choque entre distintos conceptos de solidaridad: uno nacional, étnico y religioso frente a otro más universal y cosmopolita.
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Hace diez años, el filósofo y exdisidente húngaro Gáspár Miklós Tamás observó que la Ilustración, que es la raíz de la idea de la Unión Europea, exige una ciudadanía universal. Pero la ciudadanía universal requiere una de estas dos cosas: o los países pobres y disfuncionales se convierten en lugares en los que merece la pena ser un ciudadano, o Europa abre sus fronteras a todo el mundo. Ninguna de esas cosas va a suceder pronto, si es que ocurre alguna vez. Hoy el mundo presenta muchos Estados fallidos de los que nadie quiere ser ciudadano, y ni Europa puede mantener sus fronteras abiertas ni sus votantes lo aceptarán nunca. Por tanto, el verdadero debate en Europa no es si la Unión Europea debe hacer que sus fronteras resulten más difíciles de atravesar: es evidente que debería hacerlo. La clave está en si deberíamos sentirnos bien moralmente al hacerlo y en cómo podemos ayudar de la mejor manera a las personas más vulnerables del mundo.

La dictadura de la comparación global

En 1981, cuando unos investigadores de la Universidad de Michigan realizaron la primera Encuesta Mundial de Valores, les sorprendió descubrir que la felicidad de los países no dependía del bienestar material. Pero ahora, 35 años después, la situación ha cambiado. Según los últimos estudios, en la mayoría de los lugares la gente es tan feliz como predeciría su pib. Lo que ha ocurrido en los años que han pasado es que los nigerianos tienen televisores y la implantación de internet ha hecho posible que jóvenes africanos o afganos vean cómo viven los europeos y cómo son sus colegios y hospitales. La globalización ha convertido el mundo en un pueblo, pero este pueblo vive bajo una dictadura: la dictadura de las comparaciones globales. La gente no compara sus vidas con las vidas de sus vecinos: se compara con los habitantes más prósperos del planeta.

En este mundo conectado, la migración es la nueva revolución. No se trata de la revolución de las masas del siglo XX, sino de una revolución impulsada por el éxodo de individuos y familias, y no se inspira en las imágenes del futuro que han pintado ideólogos sino en las fotografías de Google Maps que muestran la vida al otro lado de la frontera. Ofrece un cambio radical. Esta nueva revolución no requiere ideología, movimientos políticos o líderes para tener éxito. Por tanto, no debería sorprendernos que para muchos de los parias de la tierra cruzar la frontera de la Unión Europea sea más atractivo que cualquier utopía. Para una creciente cantidad de gente, la idea del cambio significa cambiar el país en el que vives, no el gobierno bajo el que vives.

El problema de esta revolución migratoria es que tiene una inquietante capacidad de inspirar una contrarrevolución en Europa.

La política de puertas abiertas amenazada

La multitud de actos de solidaridad hacia los refugiados que huían de la guerra y la persecución que vimos hace unos meses se ve hoy ensombrecida por su reverso: un ruidoso temor a que esos extranjeros pongan en peligro el modelo de bienestar y la cultura tradicional de Europa, y a que destruyan nuestras sociedades liberales. El miedo al islam, el terrorismo, una creciente criminalidad y un temor general hacia lo desconocido están en el corazón del pánico moral de Europa. Los europeos no solo están abrumados por el más de un millón de refugiados que han pedido asilo, sino también por la perspectiva de un futuro en el que las fronteras de la Unión Europea reciben de forma reiterada refugiados o inmigrantes.

Ya antes de los sucesos de Colonia, la mayoría de alemanes había empezado a dudar de la política de puertas abiertas de su gobierno. La canciller Angela Merkel, que hasta hace poco era el símbolo de la confianza y resiliencia de la Unión Europea, es ahora retratada como una figura similar a Gorbáchov, noble pero ingenua, alguien cuya política de “podemos hacerlo” ha puesto Europa en peligro.

La crisis de los refugiados ha obligado a la Unión Europea a afrontar la crisis de sus fronteras. Ha señalado que las mayorías amenazadas que han surgido como una fuerza importante en la política europea temen y odian un “mundo sin fronteras” y exigen una Unión Europea con fronteras claramente definidas y protegidas. Esas mayorías amenazadas temen que los extranjeros se apoderen de sus países y amenacen su forma de vida, y están convencidas de que la crisis actual es producto de una conspiración entre élites de mentalidad cosmopolita e inmigrantes de mentalidad tribal.

En resumen, la crisis de los refugiados está cambiando la política europea y amenaza el proyecto europeo de una manera que no han hecho ni la crisis financiera ni el conflicto con Rusia.

Si la crisis financiera dividió la ue entre acreedores y deudores, abriendo un espacio entre el norte y el sur, la crisis de refugiados reabrió el hueco entre este y oeste. Lo que ahora vemos no es lo que Bruselas describe como una falta de solidaridad, sino un choque de solidaridades: una solidaridad nacional, étnica y religiosa frente a nuestras obligaciones como seres humanos. La crisis de los refugiados dejó claro que los europeos orientales ven los valores cosmopolitas en los que se basa la Unión Europea como una amenaza, mientras que para muchos de los occidentales esos valores cosmopolitas son precisamente el núcleo de la nueva identidad europea.

“Me cuesta entender –confesó el presidente alemán, Joaquim Gauck– que precisamente esos países cuyos ciudadanos estuvieron políticamente oprimidos y experimentaron la solidaridad retiren su solidaridad a los oprimidos.”

Coalición de los que no quieren

Hace tres decenios “Solidaridad” era el símbolo de Europa central y los intelectuales disidentes señalaban que la diferencia entre el este y el oeste era que el este creía de verdad en la Unión Europea, mientras que el oeste solo pertenecía a ella. Entonces, ¿por qué hoy los ciudadanos de Europa central están tan alejados de los valores fundamentales que apuntalan la Unión Europea y tan poco dispuestos a mostrar solidaridad con el sufrimiento de los demás?

El escándalo del comportamiento de los europeos del este tal y como se percibe en el oeste no es su disposición a levantar vallas para mantener a los refugiados fuera en los mismos lugares donde se destruyeron los muros hace solo veinticinco años, sino su afirmación de que “no debemos nada a esta gente”. Mientras que en Alemania casi el 10% de la población participó en iniciativas voluntarias enfocadas a ayudar a los solicitantes de asilo en Europa oriental, el público de Europa oriental permanece indiferente ante la tragedia de los refugiados y los líderes políticos arremetieron contra la decisión de Bruselas de redistribuir refugiados entre los Estados miembro de la Unión Europea. El primer ministro eslovaco, Robert Fico, ha afirmado que su país solo está preparado para aceptar cristianos (no hay mezquitas en Eslovaquia, argumentó, así que los musulmanes no tienen nada que hacer allí). El líder del Partido Ley y Justicia, actualmente en el poder en Polonia, Jarowsław Kaczyński, advirtió que admitir refugiados sería un riesgo para la salud, ya que traerían enfermedades desconocidas y peligrosas. El húngaro Viktor Orbán defiende que el deber moral de la Unión Europea no es ayudar a los refugiados, sino garantizar la seguridad de sus propios ciudadanos. Si en la mayor parte de los países de Europa occidental la crisis de los refugiados polarizó sociedades, enfrentando a los abogados de una política de puertas abiertas contra sus críticos, causando una divergencia entre quienes abren sus casas a los refugiados y quienes incendian los campos de refugiados, en Europa central y oriental la crisis unió a sociedades fragmentadas en todo lo demás en una hostilidad casi unánime hacia los refugiados. Es una de las pocas ocasiones recientes en las que los gobiernos dicen lo que la abrumadora mayoría de la gente piensa. Mientras los alemanes intentan comprender el déficit de compasión de los europeos del este, a los europeos orientales les asombra que los alemanes que no estaban dispuestos a pagar la cuenta de los griegos pretendan ayudar a los sirios y los afganos.

El resentimiento de los centroeuropeos hacia los refugiados parece extraño si tenemos en cuenta dos cosas: en primer lugar, que durante la mayor parte del siglo XX los habitantes de Europa central y oriental estuvieron preocupados por emigrar o por atender a inmigrantes. En segundo lugar, que en la actualidad sencillamente no hay refugiados sirios en la mayoría de los países de Europa central y oriental. En 2015, entraron en Eslovaquia 169 refugiados, y solo ocho pidieron quedarse.

El regreso de la división este-oeste en Europa no es un accidente o cosa de mala suerte. Tiene sus raíces en la historia, en la demografía y en los giros de la transición poscomunista, y al mismo tiempo representa una versión centroeuropea de la revuelta popular contra la globalización.

Razones históricas

La historia importa en Europa central y oriental y a menudo las experiencias históricas de la región contradicen algunas de las promesas de la globalización. Más que en ningún otro lugar del continente, Europa central es consciente de las ventajas pero también de los aspectos oscuros del multiculturalismo. Mientras que en la mitad occidental de Europa el legado de los imperios coloniales dio forma a los encuentros con el mundo no europeo, los Estados de Europa central nacieron de la desintegración de imperios y de los procesos de limpieza étnica posteriores. El paisaje étnico de Europa occidental en el siglo XIX era armonioso, como un paisaje de Caspar David Friedrich, mientras que el de Europa central era más parecido al de una obra de Kokoschka. Aunque en el periodo anterior a la guerra Polonia era una sociedad multicultural donde más de un tercio de la población era alemana, ucraniana o judía, en la actualidad Polonia es una de las sociedades étnicamente más homogéneas del mundo: un 98% de la población es étnicamente polaca. Para muchos polacos el regreso a la diversidad étnica es el regreso a la época turbulenta del periodo de entreguerras. Y, aunque la Unión Europea se basa en la noción francesa de la nación (donde la pertenencia se define como lealtad a las instituciones de la república) y la idea alemana del Estado (poderosos Länder y un centro federal relativamente débil), los Estados de Europa central se construyeron al revés: combinan una admiración francesa por el Estado centralizado y todopoderoso con la idea de que la ciudadanía significa unos ancestros comunes y una cultura compartida, como sostienen los alemanes.

Según el politólogo francés Jacques Rupnik, los ciudadanos de Europa central se han sentido especialmente indignados por la crítica que los alemanes han dirigido contra ellos durante la crisis de los refugiados porque tomaron precisamente de los alemanes del siglo XIX la idea de la nación como unidad cultural.

Transición poscomunista

Pero el resentimiento hacia los refugiados de Europa central no solo tiene su origen en la historia sino también en las experiencias de la transición poscomunista. Lo que vino después del comunismo y las reformas liberales fue un cinismo que se extendía por todas partes. Europa central es un líder mundial de la desconfianza en las instituciones. Enfrentados a la llegada de inmigrantes y angustiados por la inseguridad económica, muchos europeos orientales creen que se ha visto traicionada la esperanza de que unirse a la Unión Europea significaría el comienzo de la prosperidad y de una vida exenta de crisis.

Puesto que somos más pobres que los europeos occidentales, señalan, ¿cómo se puede esperar solidaridad de nosotros? Nos prometieron turistas, no refugiados. El turista y el refugiado se han convertido en símbolos de los dos rostros de la globalización. Los turistas representan la versión de la globalización que nos gusta. Atraer turistas y rechazar inmigrantes: ese es el resumen de la visión de un mundo ideal para los europeos orientales. El turista es el extranjero benevolente. Viene, gasta, sonríe, admira y se va. Nos hace sentir conectados con el resto del mundo, sin imponernos sus problemas. En cambio, el refugiado, que podría haber sido el turista de ayer, es el símbolo de la naturaleza amenazadora de la globalización. Viene con toda la miseria y los problemas del resto del mundo.

Demografía

Curiosamente, la demografía es uno de los factores de los que menos se habla cuando se analiza el comportamiento de los europeos orientales hacia los refugiados. Pero es crítico. Los países y los Estados tienen la costumbre de desaparecer en la historia reciente de Europa central. En los últimos veinticinco años, en torno al 10% de los búlgaros ha abandonado el país para vivir y trabajar en el extranjero. Según las proyecciones de las Naciones Unidas, la población de Bulgaria habrá disminuido un 27% en 2050. La alarma por la “desaparición étnica” se puede sentir en muchas de las pequeñas naciones de Europa oriental. Para ellos, la llegada de inmigrantes señala su salida de la historia, y el argumento popular de que una Europa envejecida necesita inmigrantes solo refuerza la creciente sensación de melancolía existencial. Cuando ves en televisión escenas de ancianos que protestan por el asentamiento de los refugiados en aldeas despobladas donde no ha nacido un niño en decenios, tu corazón se rompe por dos partes: por los refugiados, pero también por esa gente anciana y solitaria que ha visto cómo su mundo desaparece. ¿Quedará alguien que lea poesía búlgara en cien años? Además, el laicismo que impuso el comunismo hizo que los habitantes de Europa central y oriental se volvieran muy sensibles con respecto al riesgo de destrucción de su identidad cristiana. No hace falta ser creyente para preocuparse por el futuro del cristianismo y su cultura en Europa central y oriental. También merece la pena recordar que esta es probablemente la región europea que tiene una relación más compleja con el islam. En la región hay dos tipos de países: países como Bulgaria, que tiene la minoría musulmana más grande de Europa y está en la frontera del mundo islámico, y países como Eslovaquia, un país sin una sola mezquita. Por razones opuestas, tanto a Bulgaria como a Eslovaquia les produce gran inquietud la idea de que la mayor parte de los refugiados son musulmanes.

La fallida integración de los gitanos también contribuye al déficit de compasión de Europa oriental. Los europeos orientales temen a los extranjeros porque desconfían de la capacidad de su sociedad para integrar a “otros” que ya están entre ellos. En muchos países de Europa oriental los gitanos no están solo desempleados sino que son imposibles de emplear, porque abandonan la educación muy pronto y no adquieren las habilidades que requiere el mercado de trabajo del siglo XXI. El fracaso de la integración de los gitanos hace que los europeos orientales crean que sus países “no pueden hacerlo”. Y el hecho de que los europeos orientales y los refugiados que llegan de Asia u Oriente Medio terminen a menudo compitiendo en el mercado occidental no hace a los europeos orientales más abiertos a la política de integrar a esos refugiados. Los ciudadanos de los países occidentales de los Balcanes son probablemente el ejemplo más poderoso del daño colateral de la crisis actual: según el plan, para tratar con el creciente influjo de refugiados que entran a Alemania se les deben enviar de regreso, sin esperanza de que puedan volver un día a la ue.

Resentimiento contra el cosmopolitismo

Pero al final, la profunda desconfianza de Europa central frente a la mentalidad cosmopolita divide este y oeste. El actual resentimiento hacia el cosmopolitismo, que en muchos aspectos nos recuerda a los éxitos de las campañas anticosmopolitas de la Europa dominada por Stalin, queda bien ilustrado por la creciente disposición de los votantes a apoyar a líderes políticos nativistas cuya principal ventaja es que no hablan idiomas extranjeros, no tienen interés por otras culturas y evitan visitar Bruselas.

El escritor Joseph Roth pasó la mayor parte de los años de entreguerras vagando por Europa y refugiándose en vestíbulos de majestuosos hoteles porque para él los hoteles eran los últimos restos del viejo imperio de los Habsburgo, una postal de un mundo perdido, un lugar donde se sentía en casa. Algunos intelectuales de Europa central comparten la nostalgia de Roth por el espíritu cosmopolita del imperio, pero los ciudadanos comunes de Europa central no lo hacen. Se sienten cómodos en sus Estados étnicos y desconfían mucho de aquellos cuyos corazones están en París o Londres, cuyo dinero está en Nueva York o Chipre y cuya lealtad está en Bruselas. En palabras de Tony Judt, “desde el principio a los europeos orientales y ‘centrales’, cuya identidad consistía en buena medida en una serie de negativas –no ser rusos, no ser ortodoxos, no ser turcos, no ser alemanes, no ser húngaros, etc.– se les impuso el provincianismo como una forma de construcción estatal. Sus élites se vieron obligadas a elegir entre la lealtad cosmopolita a una unidad o idea extraterritorial –la Iglesia, un imperio, el comunismo o, más recientemente, ‘Europa’– o el limitado horizonte del nacionalismo y el interés local”. Ser cosmopolita y al mismo tiempo “un buen polaco”, “un buen checo” o “un buen búlgaro” no es una opción. Y esta sospecha históricamente arraigada hacia todo lo cosmopolita y la conexión directa entre comunismo e internacionalismo explican en parte las sensibilidades centroeuropeas con respecto a la crisis de los refugiados. En este sentido, los legados del nazismo y del comunismo difieren de manera significativa. El impulso de los alemanes hacia el cosmopolitismo también era una manera de huir del legado xenófobo del nazismo, mientras que se podría decir que el anticosmopolitismo de Europa Central está parcialmente arraigado en una aversión al internacionalismo impuesto por el comunismo.

El regreso de la división este-oeste

Por tanto, ¿qué importancia tendrá la división este-oeste en Europa provocada por las respuestas a la crisis para el futuro de la Unión Europea? ¿Va a desvanecerse como lo hizo la división que estableció Donald Rumsfeld entre la “vieja Europa” y la “nueva Europa” en cuanto los europeos centrales se posicionaron contra la guerra de George Bush en Iraq, o conducirá al surgimiento de una Unión Europea de dos niveles?

En Europa central, muchos señalan el endurecimiento de los sentimientos contra los refugiados en Europa occidental, y defienden que Europa ya no se divide y que la unidad europea solo está a una elección de distancia (unas elecciones que la canciller Merkel perdería). Cuando los alemanes se hayan desengañado de la política de puertas abiertas, las diferencias se superarán fácilmente. Muchos europeos centrales celebran ese cambio de actitud en el oeste como una victoria de un realismo firme frente a un moralismo hipócrita. Se percibe un placer malicioso al leer los comentarios de los europeos centrales sobre la “ley de las joyas” que aprobó el parlamento danés. Según esa ley, el gobierno confiscará las propiedades de los refugiados que superen algo más de cien euros. ¿Esa es la compasión de Europa occidental?

Pero la paradoja de la división por la crisis de refugiados en la UE es que la convergencia de sentimientos antiinmigración no acercará a Europa occidental y central. A diferencia de “Alemania para los alemanes” o “Bulgaria para los búlgaros”, el eslogan “Europa para los europeos” no puede triunfar políticamente. Para muchos alemanes conservadores que se oponen a la dirección a la que se dirige su sociedad, los rumanos o los búlgaros no son menos extranjeros que los sirios, mientras que para los alemanes cosmopolitas que abrazaron la cultura de la integración de los refugiados que impulsa la canciller Merkel los europeos centrales de mentalidad tribal son un obstáculo importante para que la Unión Europea sea una sociedad abierta. Tristemente, la fractura con respecto a los refugiados ha confirmado todos los prejuicios recíprocos del este y el oeste.

La crisis también demuestra que la solidaridad europea no se puede divorciar de las raíces de la Ilustración. En el mismo momento en que muchos europeos orientales dijeron que “no debemos nada a los refugiados”, en Europa occidental muchos se dieron cuenta de que tampoco deben nada a Europa oriental. ~

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                                                                                                            Traducción del inglés de Daniel Gascón.

                                                                 Publicado por primera vez en Frankfurter Allgemeine Zeitung, 1 de                                                                          marzo de 2016 y iwm post 117 (2016). A través de Eurozine.

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(Lukovit, Bulgaria, 1965) e spolitólogo. Dirige el Centro de Estrategias Liberales de Sofía. En 2014 publicó Democracy disrupted (Penn University Press)


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