En 1953, un grupo de psicólogos llevó a cabo una investigación con niños de once años en las montañas de San Bois, Oklahoma (EEUU). Organizaron dos campings adyacentes pero suficientemente separados como para que los niños de cada uno no supieran de la presencia de los otros. Todos eran iguales: blancos, protestantes y de clase media. Una semana después de su llegada, los niños supieron de la presencia del otro camping. “Los dos grupos entonces se retaron a juegos competitivos, como béisbol o el juego de la soga”, cuenta Kwame Anthony Appiah en The lies that bind. “En los siguientes cuatro días, ocurrieron varias cosas. Los grupos se dieron a sí mismos nombres -Los Cascabeles y Los Águilas- y surgió entre ellos un feroz antagonismo. Quemaron banderas; asaltaron cabañas; recogieron piedras como armas para un ataque anticipado.”
Appiah explica que los niños no sintieron la necesidad de tener un nombre hasta que supieron de la presencia de los otros niños. Una vez construida esa enemistad gratuita, y unas etiquetas, desarrollaron estereotipos: los Cascabeles desarrollaron un ethos de tipos duros, después de descubrir que uno de los chicos más populares de su grupo había transgredido las normas sin decírselo a nadie. Como eran tipos duros, empezaron a decir palabrotas. Los Águilas, como habían vencido a los groseros Cascabeles al béisbol, decidieron distinguirse a sí mismos no diciendo palabrotas. “Los chicos no desarrollaron identidades opuestas porque tenían diferentes normas; desarrollaron diferentes normas porque tenían identidades opuestas.”
Somos animales tribales, construimos clanes. A menudo lo hacemos en base a distinciones o categorías artificiales y muy débiles, como por ejemplo las que diferencian a los Cascabeles de los Águilas. El filósofo Félix Ovejero cuenta a menudo que si en una conferencia pidiera a los presentes que se juntaran a partir del primer número de su DNI, pronto comenzarían a fabular y construir diferencias entre ellos: los que tenemos el DNI que empieza por 2 somos claramente mejores que los que tienen el DNI empezando por el 3.
Hay una viñeta de Tom Gauld que refleja de manera brillante la artificialidad de muchos antagonismos y tribalismos, y cómo siempre hay una relación especular. En la ilustración se ven dos bandos medievales completamente iguales: mismo castillo, mismos barcos, misma iglesia, mismos soldados. La única diferencia es el color. Y la única enemistad es que Ellos no son Nosotros. Lo nuestro es “un glorioso líder”, lo de ellos es un “déspota malvado”; lo nuestro es una “gran religión”, lo suyo una “superstición primitiva”; los nuestros son “una población noble”, los suyos son “salvajes atrasados”; nuestras tropas son “heroicos aventureros, las suyas “brutos invasores”.
Los actores Charlton Heston y Kim Hunter cuentan que en el rodaje de El planeta de los simios, los actores que hacían de chimpancés y los que hacían de gorilas comían en grupos separados. Robert Sapolsky comienza con esa anécdota para hablar del tribalismo, y del Nosotros contra Ellos, en su libro Compórtate. La biología que hay detrás de nuestros mejores y peores comportamientos (Capitán Swing).(Aquí puedes leer un adelanto, publicado en esta revista). Estamos biológicamente predispuestos al tribalismo. Sapolsky dice que
Hay muchas pruebas de que dividir el mundo entre Nosotros y Ellos es algo profundamente integrado en nuestros cerebros, con un legado evolutivo antiguo. En primer lugar, detectamos las diferencias Nosotros/Ellos a una velocidad sorprendente. Mete a alguien en un “MRI funcional”, un escáner cerebral que indica actividad en varias regiones del cerebro bajo determinadas circunstancias. Muéstrale flashes de caras durante 50 milisegundos -una vigésima parte de segundo-, justo al borde de la detección. Y, sorprendentemente, con4 esa mínima exposición, el cerebro procesa caras de Ellos diferente que las de Nosotros.
Sapolsky dice que olvidamos rápidamente las transgresiones de los nuestros. “Cuando uno de Ellos hace algo mal, refleja un esencialismo: Ellos son así, siempre lo han sido, siempre lo serán. Cuando uno de nosotros está equivocado, sin embargo, el impulso es hacia las interpretaciones situacionales: no somos normalmente así, y aquí está la circunstancia atenuante que explica por qué hizo eso.”
El tribalismo existe porque nos creemos las mentiras que nos contamos. La psicóloga Christine Brophy dice que la polarización política surge porque nos creemos los estereotipos de los otros: “las mayores actitudes conservadoras se asocian a la creencia en el estereotipo de los izquierdistas, mientras que las actitudes progresistas se asocian con la creencia en el estereotipo de los derechistas”.
Sin ti no soy nada. Es algo muy común en el debate público. No sé lo que pienso hasta que no sé qué piensa quien creo que es mi adversario. Todo lo que diga yo pensaré lo contrario. Es un heurístico o atajo válido en la política vista como una guerra de posiciones: me voy desplazando en mis valores a medida que te desplaces en los tuyos. Lo importante no son mis valores sino plantear exactamente los opuestos al adversario. Tengo que verte siempre justo frente a mí. Es un juego especular perverso y a veces se basa en caricaturas y hombres de paja.
Uno cree identificar lo que el adversario piensa, y lo exagera e incluso inventa, y a partir de eso construye su identidad política. Al hacernos a medida nuestro enemigo, demostramos que lo que más nos importa es la construcción de nuestra identidad. Nos preocupa mucho que se nos etiquete como lo que no creemos que somos.
Hay individuos que no tienen argumentos, solo posicionamientos, como dice Daniel Gascón. Esto no es nuevo, pero es posible que las redes sociales estén contribuyendo a extenderlo. Nos obligan, en cierto modo, a pronunciarnos. Son escaparates identitarios. En redes sociales, lo importante es el entretenimiento y nuestro storytelling: estamos contando nuestra vida, nuestro relato, y es una película de Hollywood. Puede haber plot-twists pero siempre los buenos y los malos están bien definidos, y la moraleja sirve para confirmarnos en lo que ya creemos.
Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).