Justin Trudeau no recibió un abrazo caluroso -como lo tuvo con Obama- al ingresar a la Casa Blanca. Sin embargo, su encuentro con Donald Trump le ha granjeado una tranquilidad momentánea con el país vecino. Desde que se conocieron los resultados de la elección presidencial estadounidense, el primer ministro canadiense y su equipo no perdieron el tiempo. Sabían que debían hilar fino y repetir por todos lados el mismo mantra: la relación comercial entre Canadá y Estados Unidos es única y de grandes beneficios para los ciudadanos de ambos lados de la frontera. A Trump no se le cautiva con mirada de actor de cine; más bien con una calculadora.
Primero Trudeau declaró que trabajaría con la nueva administración estadounidense para continuar con la sólida asociación entre ambos países. Luego envió a los responsables de asuntos exteriores, comercio internacional y finanzas a Nueva York y Washington, quienes junto con el embajador canadiense fueron los portadores del mensaje: Canadá y Estados Unidos tienen una economía integrada que aporta beneficios mutuos. Para calmar los dichos de Trump que han apuntado al rompimiento del TLCAN o a una renegociación de envergadura, el mensaje muy rumorado pero jamás enunciado de los canadienses parecía ser: “El problema no es con nosotros”.
Los enviados de Trudeau se apoyaron, tanto en las reuniones con sus homólogos como en sus apariciones en los medios, en un arsenal de indicadores para buscar persuadir de que un cambio radical en el comercio bilateral es mala idea. Tan solo en 2015, Estados Unidos y Canadá intercambiaron bienes y servicios por aproximadamente 700,000 millones de dólares. La balanza comercial también apareció: pese a que hay un superávit canadiense de 2,300 millones mensuales en promedio, al borrar el comercio energético surge un déficit por cerca de 3,000 millones. Más aun, de acuerdo con Bill Morneau, ministro de finanzas canadiense, su país compra más productos estadounidenses que toda la Unión Europea.
“Empleo” es una de las palabras más pronunciadas por Donald Trump al micrófono. El gobierno canadiense lo sabía desde hace meses, por lo que no perdió oportunidad de mencionar que alrededor de nueve millones de trabajos estadounidenses dependen de las exportaciones a Canadá –el primer socio comercial para 35 estados del país de Trump- y, de igual manera, que 25% de las importaciones estadounidenses son en realidad productos que ya han atravesado previamente la frontera norteña.
Los números brindaron sosiego y aunque existen posiciones muy distantes entre ambos líderes en un paquete de temas, el primer ministro canadiense se centró en el comercio, poniéndose la camiseta del pragmatismo y dejando en el baúl cualquier alusión a asuntos espinosos para los oídos de Trump (refugiados, cambio climático, cooperación multilateral, entre otros más).
Justin Trudeau salió bien librado de su visita a Washington. Se le trató con respeto (ya hemos visto lo que la mala sangre de Trump es capaz de hacer) y logró que el millonario pronunciara lo que muchos canadienses querían escuchar: “Tenemos una relación comercial excepcional con Canadá. Le vamos a hacer unos retoques”. Sin embargo, el tema del TLCAN está lejos de terminar y, a decir verdad, los retos para Trudeau apenas comienzan. Varios temas de las renegociaciones bilaterales distan de ser fáciles, como es el caso de los productos lácteos, las denominaciones de la carne, la madera industrial, las telecomunicaciones, el comercio electrónico y la flexibilidad en visas de trabajo.
Hay que rendirse ante la evidencia: la renegociación del TLCAN no será el resultado de reuniones trilaterales. Canadá y Estados Unidos ya marcaron la pauta que seguirán, con los temas en la agenda mayormente decididos. Después los canadienses establecerán encuentros con sus pares mexicanos para saber qué vínculos permanecerán o se modificarán entre ambos países. A Trudeau no se le puede reprochar por buscar proteger los intereses de sus ciudadanos ante su mayor socio comercial. Aunque una crítica hacia él quizás no sea excesiva: querer agradar a todo el mundo, hablando de solidaridad y cooperación por doquier, es riesgoso cuando los asuntos tienen que ver directamente con Washington, ahora que el presidente más poderoso del orbe porta guantes de box.
(Oaxaca, 1977) es doctor en ciencia política por la Universidad de Montreal. Colabora en medios impresos de España y América Latina.