En “The next 100 years” (“Los próximos cien años”), el especialista en geopolítica George Friedman delinea las tendencias y los eventos internacionales que marcarán el resto del siglo XXI. El último capítulo del libro está dedicado a describir el problema geopolítico más importante que enfrentará Estados Unidos a finales del siglo: el ascenso de México como una potencia económica que desafiará su dominio de América del Norte.
Anticipándose al escepticismo del lector, Friedman nos recuerda dos cosas:
Primero, que la historia tiene ejemplos de imperios enteros que han desaparecido (¿alguien recuerda al poderoso Imperio Austrohúngaro, vivo hasta 1918?) y de países pobres que se convierten en nuevas potencias capaces de desafiar a las naciones hegemónicas en cuestión de unas cuántas décadas (Japón, Alemania, China…).
Y segundo, que México es hoy una de las quince economías más grandes e importantes del mundo, que está construyendo una impresionante base industrial, y que si logra superar el efecto desestabilizador del crimen organizado, fortalecer al Estado y controlar sus autodestructivas dinámicas políticas y sociales (¡un tremendo “si”!) tiene todo para convertirse en una gran potencia económica hacia el 2060.
El conflicto, según Friedman, surgirá cuando Estados Unidos sufra tensiones políticas y sociales internas similares a las que ha vivido Canadá por Quebec. En este caso, el “Quebec” gringo será un bloque formado por los territorios que hasta 1848 fueron de México: California, Texas, Nuevo México, y Arizona. Para el 2080, el autor predice que los mexicanos en Estados Unidos ya no serán trabajadores ilegales con empleos de baja calidad, sino el grupo más importante en términos económicos, sociales y políticos en los estados del sur. Esos ciudadanos exigirán más autonomía a Washington, lo que generará una respuesta negativa de parte del establishment blanco. Ante esto, los mexicanos en Estados Unidos buscarán el apoyo político de la Ciudad de México y los más radicales, comenzarán a hablar ya no de autonomía, sino de secesión.
La reacción de Washington será militarizar esos estados y cerrar la frontera con México. Friedman describe una espiral de retórica populista y nacionalista que brota desde las capitales de ambas naciones. Imagina a un presidente estadounidense tomando medidas radicales como la deportación masiva de mexicanos – aún aquellos que son ciudadanos estadounidenses– y a un presidente mexicano deseoso de revertir la derrota militar de 1848 y vengar la herida histórica más grave que ha vivido nuestro país. México movilizará a su ejército hacia la frontera para proteger a cualquier ciudadano que se vea agredido por autoridades estadounidenses. Al mismo tiempo, comenzará a apoyar a grupos paramilitares que realizarán ataques terroristas a blancos dentro de Estados Unidos. La tensión crecerá hasta llegar a la guerra. El libro termina ahí, porque Friedman asegura que la respuesta de quién dominará América del Norte será respondida hasta el siglo XXII.
Al leer esta obra de prospectiva geopolítica (o “política ficción”) no pude evitar pensar en que la situación que describe Friedman –con dos presidentes populistas alimentando la flama del conflicto económico, político y racial– es una posibilidad real si pensamos en un escenario que hoy no es improbable: ¿Qué pasaría si en 2016 triunfara el populismo fascista de Donald Trump y, del otro lado, en el 2018, llegara al poder el populismo de Andrés Manuel López Obrador?
De ambos lados de la frontera surgen las voces de sensatez que tranquilizan los nervios de quienes imaginamos estos escenarios apocalípticos: “No va a llegar”; “Va a moderar su discurso en la campaña presidencial”; “No podría ser tan radical en el poder”; “El Congreso lo va a acotar”; “Es muy pragmático y demasiado listo como para crear conflictos internacionales”; “Imposible cerrar la frontera y renegociar el TLC, sería darse un tiro en el pie”. Y, desde luego, los “Trumpeters” y los “Pejistas” tendrán lista la lluvia de insultos viscerales a quienes ven en sus líderes un peligro tanto para México como para Estados Unidos.
Pero a mí me parece que las encuestas revelan que un fantasma recorre América del Norte: el fantasma del discurso del populismo nacionalista, que atrae a millones de votantes ahorrándoles la molestia de pensar por sí mismos con diagnósticos simples y soluciones inmediatas a los problemas de nuestras sociedades. Ese discurso que ve en “los mexicanos” y en “los intereses extranjeros” la raíz de grandes males. Ese discurso que promete que todo lo que hace falta es darle el poder a alguien que no va a robar (uno por rico, otro por honesto) y expulsar a los políticos corruptos del templo para “purificar la vida pública” y “hacer al país grandioso otra vez”. Ese discurso del que cuando gana, es arrogante y soberbio, y cuando pierde grita ¡fraude!. El discurso que dice que vendiendo un avión o construyendo un muro se resolverá la falta de empleo y los bajos salarios. Un discurso que es idéntico en su esencia emocional: apela al enojo, a la venganza y a la división (de razas o de clases) para ganar. Y lo peor, un discurso que es, en ambos casos, tremendamente efectivo.
No sé si el escenario Trump-AMLO sea tan malo como parece, o si llevaría a una Segunda Guerra México-Estados Unidos. Tal vez estoy exagerando y en realidad Trump y AMLO serían grandes amigos y estupendos presidentes. Pero creo que no estaría de más tener presentes los requisitos para pedir asilo político en Canadá.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.