¿Trump defiende a las mujeres?

Un reciente decreto del presidente Trump dicta que el gobierno estadounidense solo reconocerá dos sexos. La ideología de género se ha convertido en el principal enemigo de la ultraderecha global.
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En su orden presidencial del 20 de enero de 2025, (Defending Women from Gender Ideology Extremism and Restoring Biological Truth to the Federal Government), Trump dicta que su gobierno solamente reconocerá dos sexos: macho y hembra (male y female). Con este despropósito político, que va a contracorriente de los derechos humanos y de las investigaciones científicas sobre la relación entre el sexo biológico (una realidad innegable e indiscutible) y el género, el presidente de Estados Unidos pretende borrar de un plumazo la existencia de identidades de género que no responden a las contrucciones sociales sobre el sexo biológico.

El decreto que obliga a todas las dependencias gubernamentales a sustituir el término gender por sex en todos los documentos oficiales ha desatado diversos pánicos, incluso alguna paranoia. Además del miedo legítimo que las personas con identidades disidentes tienen ante tal arbitrariedad, otro temor es el que documenta la revista The Atlantic (2025), con el reporte de Katherine J. Wu sobre cómo muchos investigadores están bajando sus datos de la web del Center for Disease Control and Prevention (CDC), por miedo a que sean alterados o borrados. La CDC es la instancia gubernamental que reúne toda la información epidemiológica para controlar y prevenir enfermedades y actualmente su página anuncia que está siendo modificada para ajustarse al decreto trumpista. Wu señala que esta medida tendrá un impacto negativo en la investigación médica. 

En esta absurda jugada, que intenta frenar el avance del conocimiento acerca de las diferencias humanas, el Vaticano se adelantó a Trump. Hace ya 30 años exigió, sin éxito, que se suprimiera el término gender de los documentos oficiales de la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer (Beijing 1995). De entonces para acá, a la iglesia católica se le han sumado los grupos evangélicos y los partidos políticos de derecha en una campaña que distorsiona la explicación que ofrece el género acerca de la condición biopsicosocial de los seres humanos. Así el género ha sido convertido en un dispositivo político con el cual se transmite la creencia de que una herramienta conceptual es una amenaza totalitaria y diabólica, que destruye a la familia y la civilización cristiana.

En América Latina, el dispositivo político de la “ideología de género” se viene utilizando desde hace tiempo y la sola mención de la palabra género ha provocado extraordinarias reacciones. En Colombia, en 2016, se usó la amenaza de la “ideología de género” para promover el no a los Acuerdos de Paz. En 2017 en Perú la Suprema Corte resolvió que era ilegal introducir la “ideología de género” en el currículo escolar dado que supuestamente viola el derecho de los padres a decidir sobre la crianza de sus hijos. En Chile, José Antonio Kast, quien quiso ser electo como presidente en 2017, con el respaldo de la plataforma digital española CitizenGO, que milita contra el derecho al aborto y el matrimonio gay, se declaró contra de la “ideología de género”. Luego de ser derrotado en las urnas, Kast fue elegido presidente de una de las plataformas de redes globales más importantes del campo ultraconservador, que es la Red Política por los Valores, que tiene como objetivo erradicar la perspectiva de género. En 2018 Jair Bolsonaro, entonces presidente de Brasil, declaró que la “ideología de género” era cosa del diablo. En Costa Rica, el ascenso del pastor evangélico Fabricio Alvarado, quien ganó la primera vuelta de las presidenciales de 2018, se debió en parte a su discurso anti género (y solo en el balotaje se vio derrotado por el centroizquierdista Carlos Alvarado). Incluso en una sociedad laica, como la de Uruguay unos meses antes de las elecciones generales de 2019, Cabildo Abierto, un partido de ultraderecha, sacó 12% de los votos, aduciendo similares señalamientos acerca de la “ideología de género”, sumados a la necesidad de mano dura por la crisis de la seguridad pública. En 2024 los presidentes Nayi Bukele de El Salvador y Javier Milei de Argentina se pronunciaron contra la perspectiva de género. 

La campaña anti-género ha provocado conflictos en otras regiones del mundo. Incluso en una sociedad tradicionalmente progresista como Suecia, hubo en el año 2018 un atentado con una bomba de humo en el Secretariado Nacional para la Investigación de Género en Gotemburgo. Además, académicas especialistas en estudios de género han sido troleadas y han recibido amenazas de violación y muerte. Ivar Arpi, un famoso periodista sueco muy amarillista describió los estudios de género como los de una secta, que transmite un conjunto de premisas sin fundamento científico y que se usa para adoctrinar a los jóvenes en las instituciones de educación superior. Cuestiones similares han ocurrido en otras sociedades europeas, provocando una atmósfera hostil que está forzando a muchas académicas a cambiar sus líneas de trabajo. El objetivo de los ataques contra los estudios de género es desprestigiarlos y ponerlos por fuera de la ley. En agosto de 2018 el gobierno derechista de Hungría prohibió los estudios de género tanto en universidades públicas como privadas. En junio de 2020 el parlamento de Rumanía votó una ley que vuelve ilegal utilizar el concepto de género en los estudios superiores, así como cuestionar la relación directa entre sexo y género. La ley fue rechazada por una acción de la Corte Constitucional, pero un gran número de profesores e investigadores perdieron sus plazas. Y por si fuera poco, en Estados Unidos, antes de que Trump ganara la presidencia, varios republicanos declararon que en caso de triunfar prohibirían los estudios de género en las universidades públicas. En 2023, el gobernador republicano Ron DeSantis avanzó en esa dirección, y logró que el consejo directivo del New College, una universidad pública de artes liberales en Sarasota, cerrara el prestigioso departamento de estudios de género, con lo cual más del 40% de sus profesores renunciaron. De Santis declaró que lo hará con todas las instituciones de educación, incluso las privadas, y ahora la llegada de Trump fortalece ese panorama ominoso.

¿Qué está pasando? ¿A qué se deben los variados embates contra el concepto de género de una variedad muy amplia de actores sociales provenientes de la jerarquía eclesiástica, grupos del propio movimiento feminista y destacadas figuras políticas? Que un campo de conocimiento académico (los estudios de género) y una herramienta para las políticas públicas (la perspectiva de género) reciban una andanada de descalificaciones de una extraña alianza de detractores significa, simple y llanamente, que el término género se ha convertido en un elemento en la batalla cultural en curso que se disputa la hegemonía ideológica. Las politólogas Eszter Kováts y Maari Põim consideran que el género funciona como un “pegamento simbólico” que articula las posturas religiosas, ultraderechistas y feministas extremistas en el contexto de la red multinacional que está impulsando la batalla contra la “ideología de género”. En todo el mundo el conservadurismo religioso está reconfigurándose y reorganizándose, cobijando a distintas organizaciones políticas que se oponen al avance de los reclamos de los movimientos feministas y de la diversidad sexual e identitaria. 

Hoy presenciamos una especie de revolución conservadora transnacional en contra de la homosexualidad, las técnicas de procreación asistida, la legalidad del aborto, el reconocimiento de las nuevas formas familiares y las identidades disidentes de la norma, en especial las de las personas trans y las no binarias, también llamadas queers (cuirs). Las campañas contra la “ideología de género” o simplemente contra la idea de género no solo desprecian el conocimiento científico sino que tratan de cancelar derechos arduamente conseguidos, basándose en la creencia de que los seres humanos tenemos una condición “natural”, determinada por la biología. Sus voceros sostienen que el género es una ideología que atenta contra la esencia humana y este dispositivo político, que vincula muchos elementos heterogéneos (discursos, reglamentos, leyes, medidas administrativas), se fortalece cuando lo asume una figura poderosa, como hoy lo hace Trump. Si bien inicialmente fueron figuras como los papas y obispos de la Iglesia católica quienes lanzaron públicamente la campaña anti-género, hoy son los presidentes (Putin, Orban, Trump, Bukele, Milei, etc.) quienes lanzan un discurso que pretende aglutinar políticamente a la población y distraerla de los efectos devastadores del neoliberalismo. 

Ante el crecimiento exponencial que han tenido las identidades disidentes del orden binario tradicional, los grupos ultraconservadores utilizan una retórica apocalíptica sobre el supuesto riesgo acerca de lo que esas identidades atípicas implican para el futuro de la humanidad. Sin embargo, la verdadera amenaza contra la agenda democrática proviene de grupos fanatizados, ignorantes y bien financiados que se aferran a creencias religiosas y a prejuicios culturales. El feminismo ha cuestionado la postura que alega que la desigualdad socioeconómica y política entre mujeres y hombres es una consecuencia “natural” derivada de la biología, e insistido en que es clave distinguir precisamente entre el sexo y las atribuciones que se le hacen, o sea, el género. La campaña contra la “ideología de género”, en la que se acusa a las feministas y a las personas de la diversidad sexual e identitaria de alentar una perversión del orden “natural”, se desarrolla al margen de las evidencias científicas y los progresos políticos que se han producido por ese avance en el conocimiento. El decreto de Trump es un ejemplo más de cómo la ignorancia y el conservadurismo producen consecuencias aterradoras en las vidas de la gente.


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