Ahora se ha puesto de moda hablar de narrativa en el ámbito político. Las derrotas de unos o la mala imagen de otros se justifican por “falta de narrativa”, por la carencia de un relato coherente y atractivo para ganar simpatías, elecciones o batallas de opinión pública. En el caso catalán, por ejemplo, muchos se quejan que la causa constitucionalista del gobierno español no tiene buena prensa en muchos países, pues le falta una narrativa atractiva. En cambio, los independentistas han logrado la simpatía de algunos periodistas y comentaristas en el mundo, pues cuentan con un bien articulado relato victimista que martillan constantemente. Repiten medias verdades y mentiras. Por ejemplo, han armado su relato diciendo que los catalanes viven bajo una supuesta opresión del Estado español, o que la represión durante el referéndum del 1 de octubre habría causado cerca de mil heridos, cifra que no ha sido confirmada por ninguna fuente seria. Pero así son los relatos. Generan percepciones, confirman prejuicios y ofrecen esquemas moralizantes donde hay un mundo en blanco y negro, sin matices, de buenos y malos.
Lo mismo ocurre todavía con la tragedia venezolana bajo el chavismo. El régimen de Nicolás Maduro repite las mismas mentiras que Hugo Chávez decía ad nauseam, y todavía hay académicos, periodistas y políticos que compran el relato chavista. A pesar de los signos visibles de violaciones de derechos humanos, represión brutal, destrucción de la economía, empobrecimiento de la población, deterioro de la salud, desnutrición, hay todavía quien dice que en Venezuela no hay nada que sea muy distinto a lo que ya ocurría durante los 40 años de la república civil.
Así lo acabo de confirmar en Canadá recientemente. Lisa North, profesora de ciencia política canadiense, escribió (requiere suscripción) hace unos días en The Hill Times de Ottawa que el período que precedió al chavismo estuvo plagado de la misma corrupción, el mismo nivel de violación de derechos humanos y el mismo desastre económico que hoy viven los venezolanos. El argumento de la académica canadiense se resume en este párrafo de su artículo: “La muy promocionada historia democrática previa a Chávez y los patrones de desarrollo económico de Venezuela tenían profundas fallas. Precisamente porque los problemas de hoy están enraizados no solo en décadas recientes sino también en décadas pasadas de corrupción, mala administración y violaciones de derechos (aunque de diferentes tipos), el cambio de régimen no los resolverá. Incluso puede empeorarlos si se desata una violencia generalizada en el marco de la aguda polarización entre las fuerzas progubernamentales y una oposición dividida que no ha sido capaz de presentar un liderazgo unificado o creíble que pueda gozar de un amplio apoyo popular “.
La profesora North se cargó así 40 años de la historia de Venezuela, reproduciendo la misma leyenda negra que Chávez y sus acólitos han vendido sobre la mal llamada “cuarta república”. Para colmo, el argumento de la profesora canadiense le daba pie para pedir que se levanten las sanciones contra los funcionarios venezolanos involucrados en casos de violación de derechos humanos y corrupción.
La profesora North y otros como ella se han tragado el argumento chavista que los males de hoy son simplemente la continuidad de los males del pasado. ¿Cómo una persona ilustrada, profesora emérita de ciencia política en la Universidad de York, puede comprarle la mentirosa narrativa chavista a Maduro y su banda? Entre otras cosas, porque el chavismo ha gastado millones de dólares en una máquina de propaganda que, desde el clásico victimismo de la izquierda latinoamericana, ha vendido la idea que la “revolución bolivariana” es víctima de los ataques del imperialismo yanqui y sus aliados locales. Y también porque hay gente que todavía se aproxima al chavismo con anteojeras ideológicas que asumen que la revolución bolivariana representa los ideales de una izquierda justiciera.
Pero la realidad es bien diferente. El chavismo acentuó todas las taras del pasado, destruyendo los logros de la república civil en lo social, en lo cultural, institucional y económico. Por ejemplo, la república civil, sobre todo gracias al liderazgo del doctor Arnoldo Gabaldón como ministro de Sanidad, logró casi erradicar el paludismo en Venezuela, una enfermedad endémica que afectaba a los más pobres y que ahora reaparece con fuerza por la negligencia del gobierno. En lo cultural, Venezuela también tuvo una política de amplitud en los tiempos de la democracia que le dio cabida a todos los puntos de vista y sirvió para enriquecer la literatura (con editoriales como Monte Ávila y la Biblioteca Ayacucho), las artes plásticas (con la creación de instituciones como el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Ímber) y la música (con la puesta en marcha del sistema de orquestas juveniles en los años 70). Y en cuanto a la infraestructura, es la democracia civil la que construyó obras de inmensa significación, como el complejo hidroeléctrico del Guri o el Metro de Caracas, hasta hace poco ejemplo de buena ingeniería y planificación, pero cuyo servicio se degrada bajo la administración chavista.
Para contrarrestar esta propaganda es necesario que la oposición democrática produzca un relato alternativo que sea atractivo y ofrezca una visión de futuro para el país. Ese relato alternativo tiene que cumplir con algunas condiciones de todo buen relato. Debe primero apelar a un cierto heroísmo, que en este caso debe ser el heroísmo civil. El chavismo ha llevado a extremos no antes vistos la borrachera militarista o, en las palabras de la escritora Ana Teresa Torres, le abrió la puerta a una casta armada para que reclamara la “herencia de la tribu”, como si fueran los únicos héroes de la patria. La historia pasada y reciente de Venezuela está llena de ejemplos de heroísmo civil en las ciencias, la cultura, la política, las luchas sociales. La narrativa democrática debe comunicar sin complejos que la Venezuela moderna, democrática, plural, la hicieron y la harán hombres y mujeres sin uniforme. No hay que ser ingenuos, sin embargo. La sombra militarista seguirá estando allí. Habrá que forjar compromisos para que ese fantasma marcial no se vuelva a tragar la república civil cuando la democracia vuelva a Venezuela.
El otro elemento de ese relato alternativo debe ofrecer a los venezolanos una visión de futuro, un sentido de propósito. Eso implica romper con el modelo económico dependiente del petróleo. Aunque la república civil no pudo, ni quiso, romper con el esquema monoproductor y el estatismo, el chavismo lo llevó a niveles delirantes de dependencia extrema del petróleo y de las importaciones, en estrecha vinculación con una corrupción desbordada. La narrativa democrática tiene que decir sin miedo que la sociedad venezolana debe acabar con mitos sobre la propiedad estatal de los recursos minerales y el estado rentista.
Por último, toda narrativa está anclada en el presente, o para decirlo en venezolano, en el “¿cómo se come eso?”. Suena muy bien rescatar el heroísmo civil y proponer una visión para el porvenir, pero el relato de la república civil tiene que decirle a la gente cómo será ese cambio. Ese presente se construye ya desde un pacto de gobernabilidad que abarque a todos los sectores, incluyendo los militares demócratas y los chavistas descontentos, que ponga fin a la retórica del odio y los maximalismos tremendistas. Y eso requiere ir contra la maraña de intereses creados que existen tanto en la dictadura como en sectores que se llaman opositores.
Sin embargo, no hay que creer que contar con una narrativa bien articulada bastará para cambiar las percepciones y la situación del país. La oposición necesita reunificarse, lidiar con sus contradicciones internas e identificar un nuevo liderazgo. Para ello harán falta acuerdos políticos, negociaciones, y valentía para tomar decisiones difíciles. El relato servirá para darle sentido a una transición y reinstaurar la república civil. Es un primer paso para contrarrestar las mentiras de la propaganda chavista que incluso gente educada, como la profesora North, se han creído y se creen todavía.
Profesor en la Universidad de Ottawa, Canadá.