Hasta ahora la cuarta transformación es sobre todo un exitoso membrete, un extraordinario trabajo de marketing político para un producto que no existe. Confío (espero) que la transformación anunciada tenga que ver menos con la concentración de poder que con una manera distinta de repartirlo: un reparto equitativo del juego político entre hombres y mujeres.
Nunca hemos tenido una presidenta, a diferencia de Chile, Argentina, Brasil, Jamaica, Trinidad y Tobago, Bolivia, Nicaragua, Panamá, Costa Rica y Ecuador, para solo nombrar a los países americanos. De once ministros de la Suprema Corte, dos son mujeres (aunque es seguro que pronto una mujer sustituirá al Ministro José Ramón Cossío). De los 32 estados apenas dos mujeres ocupan el cargo de gobernadora y una el de Jefa de Gobierno. A nivel municipal, de las 2,440 alcaldías del país únicamente el 5.4% son gobernadas por mujeres.
Como una clara señal de que la transformación del México actual es más profunda que el cambio en el poder ejecutivo, está el hecho de la casi igualdad de género en el Congreso (48.8% mujeres; 51.2% hombres) y en el Senado (49% mujeres y 51% hombres), y la casi paridad en los puestos del gabinete anunciados por Andrés Manuel López Obrador (8 de 17).
La paridad en el Legislativo no garantiza por sí sola la transformación de la vida pública. Ruanda y Cuba son los países que cuentan con una mayor participación de mujeres en el Congreso, sin que destaquen por sus cualidades democráticas. La Asamblea Consultiva de Arabia Saudí tiene un mayor porcentaje de mujeres que el Congreso de los Estados Unidos. Eso señala –según Mary Beard, en Mujeres y poder– que “la presencia de semejante número de mujeres en los parlamentos es indicio de que el poder no se encuentra precisamente allí”.
Por eso es relevante el gesto democrático de López Obrador al designar un número paritario de mujeres en su gabinete, destacando en él la presencia de la exministra de la Suprema Corte Olga Sánchez Cordero como futura secretaria de Gobernación. Desde antes de asumir el poder, Sánchez Cordero se ha mostrado muy activa en los temas relacionados con la despenalización del aborto y del consumo de la marihuana, que forman parte de la agenda liberal. Falta ver si las mujeres en el nuevo gabinete impulsan políticas de igualdad de género.
Dice Mary Beard que la mayor presencia de mujeres en los cargos públicos no garantiza por sí sola una mayor atención a problemas que aquejan a las mujeres. Por un lado, Beard señala el aspecto positivo de esto: las mujeres no solo tienen que ver con los “asuntos de las mujeres” sino con cualquier tipo de asignaciones y problemas. Por el otro, el problema es mucho más de fondo. Implica comprender que los códigos (la ropa, el lenguaje, las costumbres) del poder fueron diseñados por hombres para servir a los hombres, darse cuenta de que actualmente el poder está asociado a la fuerza y a la imagen preponderante, y que las mujeres que ahora acceden a él tienen la responsabilidad de aceptar esos códigos y esos atributos, o de rechazarlos o modificarlos. Esto último conlleva, sin duda, una transformación mucho mayor que la embrionaria e informe cuarta transformación.