Joaquín Villalobos –exguerrillero salvadoreño del Frente Sandinista de Liberación Nacional, mutado en socialdemócrata y consultor internacional– publicó un artículo, “El populismo hay que sudarlo”, en el diario El País. La premisa central del texto es que la oposición es la principal responsable de la permanencia en el poder de la revolución bolivariana. Según el autor, los errores cometidos en los tiempos de oro de la popularidad de Hugo Chávez, específicamente en la primera década de este siglo, permitieron la entronización de un proceso político que hubiese podido ser derrotado en las urnas electorales, sin mayores dificultades. Dice Villalobos:
En el 2001, cuando Chávez tenía menos de dos años de Gobierno, los empresarios decretaron un paro cívico que fue seguido de un intento de golpe de Estado en abril de 2002. El golpe fue encabezado por Pedro Carmona, presidente de las cámaras empresariales. En diciembre de ese mismo año iniciaron una huelga en la empresa petrolera PDVSA que terminó en febrero del 2003 con más de 18.000 despidos; en agosto del 2004 convocaron a un revocatorio que perdieron. En el 2005 se retiraron de las elecciones legislativas, a pesar de tener el 40% del voto. El intento de golpe militar y la huelga en PDVSA dejó a los opositores sin influencia en las Fuerzas Armadas y en la producción petrolera. El revocatorio fue una reafirmación del mandato de Chávez y el retiro de las elecciones le regaló al chavismo el control total del Poder Judicial, el Consejo Electoral y la Fiscalía.
Con alta popularidad, los militares de su lado, mucho dinero y todas las instituciones en sus manos, Hugo Chávez pudo hacer lo que le dio la gana frente a una oposición débil y fragmentada. Se reeligió así con el 62% del voto en el 2006. En este contexto, a partir del 2007, no antes, ocurrió la ocupación cubana y nació el socialismo del siglo XXI que era mitad marxismo nostálgico y mitad venganza contra los empresarios y medios de comunicación que habían tratado de derrocar a Chávez en su primer gobierno.
Coincido respecto al error de dejarle al chavismo el terreno libre en las instituciones, cuando todavía estas preservaban el carácter plural de la sociedad. En su momento lo dije públicamente y me gané enemistades por ello, pues no hay nada más difícil que razonar en un contexto polarizado como el que se vivía en mi país.
No obstante, Villalobos se equivoca al ponderar el peso de cada uno de los actores políticos en el drama venezolano. Cuba estuvo muy presente desde los inicios de la revolución en la planificación de las políticas públicas; de hecho, los cubanos fueron pieza clave en los programas sociales que recibieron el nombre de “misiones” y contribuyeron al éxito de Hugo Chávez en el referéndum revocatorio en 2004, retardado por todos los medios para que el efecto populista de tales medidas se produjera. Por cierto, esta influencia fue pública y notoria, por lo cual no deja de extrañar que en el artículo citado se afirme que “la ocupación cubana”, calificación muy justa por cierto, ocurrió a partir de 2007.
El “socialismo del siglo XXI” surgió antes de esta fecha, ya que el término, original de Heinz Dieterich, pensador de izquierda radicado en México, comenzó a debatirse en los primeros años de la década pasada. Tampoco es cierto que la impaciencia opositora se debió a la condición de mulato de Hugo Chávez; de hecho, cuando fue candidato en 1998, ganó las elecciones con apoyo de las clases medias, parte del empresariado venezolano, relevantes figuras intelectuales y culturales, e importantes medios del país. Por otra parte, José Inácio “Lula” Da Silva, Rafael Correa, Néstor y Cristina Krichner o Evo Morales no contaron con la chequera petrolera de la revolución bolivariana, ni tampoco con el despliegue mediático del difunto “comandante”. Desde el punto de vista de la gestión económica fueron más sensatos, sin duda.
¿La tragedia de Venezuela hubiese podido evitarse con una oposición inteligente, es decir, con relativa independencia de las acciones revolucionarias? Sin negar los errores, la tesis de que la revolución fue obligada a atrincherarse y defenderse no niega en lo absoluto el carácter autoritario del tal atrincheramiento. Si una mujer se casa con un violento, su mala decisión no disminuye la culpa de este. En 2015 la oposición arrasó en las elecciones parlamentarias y la revolución prefirió seguir el camino cubano; era el momento de dialogar, acordar y seguir adelante, pero la nomenclatura roja había probado las mieles del poder absoluto, las mieles que sus sectores más radicales siempre quisieron alcanzar a toda costa. Imposible culpar a la oposición de la hiperinflación, de la salida de seis millones de personas y de las gravísimas violaciones a los derechos humanos.
Villalobos aduce que gente como Jair Bolsonaro y Evo Morales también hubiesen querido quedarse en el poder, pero no se les permitió porque no se les regalaron las instituciones. Dando por bueno el argumento, habría que decir que si la oposición le entregó en bandeja de plata las instituciones a la revolución, esta no tenía razones para hundir la economía como lo hizo, al estilo maoísta durante la revolución cultural. Si el sistema educativo y de salud, así como la infraestructura de mi país, están en el suelo es por obra y gracia de las decisiones tanto de Hugo Chávez como de Nicolás Maduro, responsables de la dudosa hazaña de quebrar a un país petrolero. Responsabilizar al empresariado de la quiebra nacional por supuestas acciones económicas contraproducentes solo demuestra que nadie está libre de juicios apresurados, ni siquiera un hombre con la larga trayectoria de Joaquín Villalobos.
En “El populismo hay que sudarlo”, Villalobos no se dirige a los venezolanos; se dirige a la izquierda continental, cuya deriva radical en Chile, liderada por Gabriel Boric, podría ayudar, de no corregirse, a la victoria de José Antonio Kast, como bien lo afirmó el expresidente chileno Ricardo Lagos en una reciente entrevista también publicada por el diario El País. Ciertamente, no toda victoria de la izquierda conduce a la revolución al estilo cubano o venezolano, pero en el caso chileno está involucrado con la candidatura de Boric nada más y nada menos que el Partido Comunista. Bien hace Villalobos en advertir sobre las derivas autoritarias de los países sin instituciones consolidadas, del que tan buen ejemplo es su propio país, El Salvador, con el millennial Nayib Bukele al frente. No obstante, a veces el voto popular se enamora de quien quiere hacer volar por los aires las instituciones, como ocurrió con Hugo Chávez. Los pueblos también se equivocan.
Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.