Venezuela y la izquierda anti-antichavista

Cuando comenzó la decadencia de la revolución bolivariana, una parte de la izquierda occidental pasó de chavista a anti-antichavista: se movió del romanticismo al cinismo.
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Más que chavismo, en una parte de la izquierda occidental existe hoy un anti-antichavismo: Maduro es alguien indeseable y quizá autoritario, pero la alternativa es siempre peor. Venezuela, a pesar de que se ha convertido en un Estado fallido, de que sufre una crisis humanitaria y de que su presidente dio un autogolpe en 2017 para perpetuarse en el poder mientras reprimía a la oposición, conserva todavía un inexplicable aura de izquierdas. La crítica a Venezuela es territorio de la derecha; a la izquierda le toca, entonces, colocarse al otro lado, sea como sea.

El anti-antichavismo, para no tener que elegir entre un dictador y una oposición socialdemócrata con el apoyo de países democráticos de Occidente, ha decidido recuperar clichés del antiimperialismo: la tradición de injerencia de EEUU (a veces los análisis parecen de la Guerra Fría o de Rebelion.org), Reagan y Nicaragua, América Latina como “patio trasero” de EEUU, la conquista del petróleo, el fantasma de la ultraderecha (casi todos los que son tildados de ultraderecha son en realidad socialdemócratas, pero antichavistas, claro: Voluntad Popular, el partido de Leopoldo López y del presidente interino Juan Guaidó, forma parte de la Internacional Socialista desde 2014).

Venezuela vive una crisis humanitaria, ha sufrido una caída del PIB mayor que en el crack del 29, ha alcanzado la inflación más alta del mundo, y entre 2014 y 2018 se han exiliado más de 3 millones de venezolanos. En 2017, murieron casi 200 personas en las protestas contra el gobierno, y el ejecutivo de Maduro es corrupto, militarizado y ha encarcelado a disidentes políticos y periodistas. Y, sin embargo, para la izquierda anti-antichavista, la culpa es de EEUU: por sus sanciones, su “retórica” y sus intereses petrolíferos. El reconocimiento de un presidente interino se convierte en un golpe de Estado ultraderechista. A menudo la lógica es tan endeble que provoca sonrojo. En una carta abierta, varios profesores estadounidenses (entre ellos Noam Chomsky, que está en todo) obvian completamente los años de polarización, violencia y pobreza del régimen de Maduro: los problemas llegaron con las sanciones y la injerencia de EEUU. Como ocurre a menudo, el provincianismo y narcisismo de los intelectuales estadounidenses les hace pensar que el mundo no existe hasta que aparece EEUU en escena.

Durante años la posición favorable al chavismo era romanticismo político. Venezuela había solucionado la pobreza extrema gracias a su riqueza petrolífera. La acumulación de poder de Chávez, el ataque a las instituciones mediadoras y la destrucción de la empresa estatal petrolífera (PDVSA) eran notas a pie de página. La izquierda chavista quería épica y fantaseaba con superar la democracia liberal, demasiado burguesa y oligárquica.

Cuando comenzó la decadencia de la revolución bolivariana, la izquierda pasó de chavista a anti-antichavista: se movió del romanticismo al cinismo y el sarcasmo. De pronto, en España especialmente, mencionar el fracaso de la revolución bolivariana era una trampa derechista. Para la izquierda anti-antichavista, hablar de Venezuela es una matraca rancia, que recuerda a la estrategia que se atribuye a la derecha de señalar que “todo es ETA”. Piensa que Venezuela es solo una cortina de humo de la derecha. La insistencia en el tema solo responde a un interés electoralista, a una manipulación para ocultar problemas más importantes. Los lazos culturales entre España y Venezuela, la población venezolana en el país (se estima que hay alrededor de 300.000 venezolanos en España), el idioma compartido, la solidaridad con un país que sufre, no importan: la crítica a Venezuela es un meme de la derecha, y por lo tanto intocable para la izquierda.

Es cierto que la derecha explota el tema de Venezuela para atacar a la izquierda. Pero la mejor manera de evitar esto es simplemente no defendiendo a un dictador durante años simplemente porque se autodenomina de izquierdas. Hasta hace unos meses, un líder aparentemente moderado como Íñigo Errejón ha defendido el proyecto del chavismo: no solo ha dicho de manera siniestra que en Venezuela la gente come tres veces al día, también ha sostenido que se comprometió hasta el final con la revolución bolivariana. Esto lo ha dicho cuando el gobierno de Maduro ya había sufrido un viraje completamente autoritario, cuando ya había encarcelado a disidentes y cerrado medios de comunicación. Errejón solo ha rectificado cuando el tema podía dificultar sus posibilidades electorales. ¿Quién hace electoralismo con Venezuela?

A la izquierda anti-antichavista le suele preocupar más su identidad política y conservar el pedigrí izquierdista que evaluar sus posicionamientos. Mejor un antiimperialismo de fantasía y apoyar a un dictador que encontrarse cerca del antichavismo, que es algo rancio y de “fachas”.

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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