¿Venganza o parteaguas?

Si el gobierno va en serio, y de verdad pretende limpiar la casa de estos sátrapas que gastan a carretadas dinero que no es suyo, tendrá que actuar contra personajes mucho más cercanos al régimen.
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La detención de Elba Esther Gordillo tiene dos lecturas. En la primera, lo ocurrido es una venganza política contra una mujer que se había quedado sin cartas y había cometido la imprudencia de no asumir su propia debilidad. Desde esta perspectiva, el viejo —pero intenso– cinismo de Elba Esther Gordillo encontró su final después del asombroso error de cálculo que fue su oposición testaruda a una reforma educativa que era un hecho y, también, una prioridad expresa del nuevo gobierno. Tratar de sabotearla fue un acto suicida. Así, debilitada e incómoda, Elba Esther Gordillo se volvió presa fácil y, más importante todavía, una presa útil. En esta lectura, lo más probable es que el histórico golpe contra la impunidad y la corrupción que representa la caída de Gordillo sea un solitario acto de implacable pragmatismo, nacido más de la necesidad del gobierno de mostrar firmeza que una auténtica defensa de la legalidad. La segunda lectura es más improbable, pero más promisoria para México. En ella, el derrumbe de una figura como Gordillo augura una política seria de impartición de justicia que abre la puerta a otras detenciones de figuras nefastas o al desmantelamiento de estructuras tóxicas para la sociedad mexicana. El procurador Murillo ha insistido que este es el caso, que en el gobierno de Peña Nieto nadie estará “por encima de la ley”. Pero esa vocación ciertamente admirable no se demuestra actuando contra los adversarios políticos debilitados. Si el gobierno va en serio, y de verdad pretende limpiar la casa de estos sátrapas que gastan a carretadas dinero que no es suyo, tendrá que actuar contra personajes mucho más cercanos al régimen, tan o más nocivos para la legalidad y el país de lo que ha sido Elba Esther Gordillo. Es lo malo de haber dado un golpe de este calibre en la mesa. Si el asunto se reduce a un “estate quieto” mayúsculo a los potenciales disidentes de la agenda del gobierno, mala cosa. México no necesita un gobierno que meta en cintura a sus oponentes a través del uso político de la justicia; necesita un gobierno que haga justicia, sin adjetivos, contra los lejanos y los cercanos.

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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