Violencia y varas de medir

Las reacciones al asesinato de Charlie Kirk muestran que las redes sociales y su submundo son tóxicas, pero también que el mainstream colabora.
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El periodismo consiste en decirle que ha muerto Lord Jones a gente que no sabe quién es Lord Jones y el análisis es explicar que si ha sido asesinado es porque lo merecía. Con una frecuencia cada vez mayor, el periodista no tenía mucha idea de quién era Lord Jones y no digamos el analista. 

Lo hemos visto estos días con el asesinato del activista conservador Charlie Kirk. En Estados Unidos, donde se han producido varios casos recientes de violencia política, los líderes del Partido Demócrata y figuras y publicaciones de izquierdas como Bernie Sanders o Jacobin han condenado el crimen sin matices. No parece una tarea muy compleja: no está bien que maten a alguien cuyas ideas nos repugnan. 

Noah Smith señalaba la distorsión que producen las redes sociales y su efecto desestabilizante. Hacen que el discurso extremista parezca más representativo de lo que es y lo terminan normalizando. Las celebraciones del asesinato en la izquierda, los llamamientos a la respuesta en la derecha o el diagnóstico de la guerra civil son mucho menos populares de lo que podría parecer.

La dinámica tóxica de las redes hace que sobresalgan opiniones desagradables, y también el enconamiento de la conversación hace que el adversario subraye las idioteces del otro bando: la polémica se genera hablando de la polémica. (Aunque, por supuesto, Trump culpó a la izquierda radical y a los medios.) Analistas de centro izquierda como Ezra Klein han elogiado la disposición de Kirk a discutir con quienes tenían opiniones diferentes y el novelista Stephen King ha corregido un tuit que difundía una tergiversación de las ideas del activista. 

En cambio, antes de la detención del presunto asesino, en España opinadores progresistas y medios respetados ofrecían las adversativas clásicas o versiones más o menos elaboradas del argumento del bumerán: tendría lo que había sembrado. Las redes y su submundo son tóxicas pero el mainstream colabora. 

En parte eso se debía a la habitual combinación de sectarismo y vagancia, como ha señalado Jorge San Miguel (que, al estilo Billy Wilder, ha escrito que el asesinato nunca se habría producido en España: no porque hay menos armas, sino porque alguien como Charles Kirk no habría podido hablar en una universidad ya que grupos de izquierdas habrían impedido su intervención), y al kilómetro sentimental que diagnosticó Arcadi Espada. 

Hay otros factores: la idea delirante de que las palabras son violencia; el intento de conseguir o mantener trabajos a base de posicionamiento sectario; la deshumanización del contrario que produce pasar demasiado tiempo frente a las pantallas; cierta fascinación como poco retórica con la violencia política. Esta va acompañada con una sensibilidad extrema hacia ataques (imaginarios, simbólicos o reales) que reciben los tuyos, porque la única vara de medir es que hay dos varas de medir.

Este artículo se publicó originalmente en El Periódico de Aragón.


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