Daniel Gascรณn

Vive como quieras

Nadie puede decidir por nosotros, porque nadie tiene una respuesta universalmente vรกlida a la pregunta sobre la vida buena.
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No deberรญa sorprendernos que el auge de las denominadas polรญticas de la identidad, consistentes en la defensa de los intereses de un grupo social a partir de los rasgos exclusivos que sus portavoces le atribuyen, produzca tensiones en el interior de la democracia liberal. La razรณn es sencilla: la democracia liberal, que es una forma polรญtica orientada al gobierno del pluralismo en sociedades heterogรฉneas, tiene como ideal normativo la pacรญfica coexistencia de los diferentes. Por supuesto, nunca ha existido una comunidad polรญtica sin fricciones entre sus miembros: hay individuos empeรฑados en que los demรกs vivan igual que ellos, igual que hay organizaciones y movimientos que persiguen la adopciรณn pรบblica de sus estรกndares morales. En un espacio pรบblico democratizado con la difusiรณn de las redes sociales, sin embargo, se multiplican los actores que defienden activamente que su forma de vida es preferible a otras o que esas otras son impermisibles. A su vez, la neutralidad moral del Estado se ve comprometida cuando los gobiernos tratan de llevar a la prรกctica programas fuertes de intervenciรณn social.

En nuestro paรญs, la controversia se ha centrado por momentos en una posiciรณn natalista que postula el valor superior de aquellas vidas que giran en torno al desarrollo de un proyecto familiar. Desde este punto de vista, no es que tener hijos o dejar de tenerlos sea mรกs o menos consistente con la tradiciรณn, sino que la tradiciรณn tenรญa razรณn: la existencia personal se hace significativa cuando se abandona el individualismo y se adquiere un compromiso con el cuidado de los demรกs. El polemista Pedro Herrero ha insistido en este punto, estableciendo un vรญnculo causal entre el desarrollo de la modernidad y la erosiรณn del sentido que proporcionaba la sociedad bien ordenada del pasado. Aunque en Espaรฑa no vamos solos a la bolera, por invocar la cรฉlebre imagen con que el sociรณlogo Robert Putnam ilustraba el debilitamiento del tejido civil norteamericano, abrimos cuenta en Tinder tras el divorcio y gastamos dinero en el psicรณlogo. Paralelamente, la vida amorosa se habrรญa convertido en un bazar mediado por los algoritmos digitales y orientado a la maximizaciรณn de las oportunidades erรณticas. Si la vida moderna se parece a ese desierto moral que retratan las novelas de Houellebecq, la soluciรณn estarรญa en hacernos cargo de aquellas ataduras de las que se nos habรญa enseรฑado a recelar.

No son argumentos nuevos. Pero tal vez radique ahรญ la incomodidad que algunos experimentan al oรญrlos: aquello que nos habรญamos acostumbrado a desechar como un residuo conservador aparece ahora en lugares insospechados y por lo general disociado de su tradicional soporte religioso. Inesperadamente, la tradiciรณn se nos presenta como promesa de bienestar psicolรณgico en una sociedad desalentada por la crisis de expectativas. En ese marco se inscribe la sonada intervenciรณn de la escritora Ana Iris Simรณn, quien ha reivindicado la mayor plenitud vital de generaciones anteriores y pedido a los poderes pรบblicos mรกs ayuda para los jรณvenes que desean hoy fundar una familia. La insatisfacciรณn produce nostalgia; nada impide que solo la primera tenga razรณn.

Ahora bien: en un paรญs aquejado de una fortรญsima crisis de natalidad, era cuestiรณn de tiempo que el problema de la familia hiciese acto de apariciรณn. Su potencial polรญtico no ha pasado desapercibido a un sector de la izquierda que considera necesario evitar que un tema tan universal se convierta en patrimonio de la derecha, mรกs hรกbil a la hora de politizar las dificultades que atraviesa una instituciรณn social que no parece โ€“pese a sus transformacionesโ€“ destinada a extinguirse. En cualquier caso, no es el rendimiento electoral del tema lo que aquรญ me interesa, sino la relaciรณn entre la defensa pรบblica de formas de vida particulares y el funcionamiento de la democracia liberal.

Se trata de un asunto intrincado. Por seguir con nuestro ejemplo, el periodista Ricardo Dudda se ha referido crรญticamente a la โ€œmonserga natalistaโ€ para censurar una actitud paternalista que se sustanciarรญa en la proyecciรณn pรบblica de las obsesiones privadas y desemboca en la intromisiรณn en la vida de los demรกs. Escribe Dudda: โ€œยฟDe quรฉ sirven mis convicciones si no puedo tirรกrtelas a la cara, si no puedo moralizar con ellas?โ€. Por su parte, el economista Toni Roldรกn cargรณ en Twitter contra la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso, quien habรญa lamentado que el ejercicio del derecho al aborto sea identificado automรกticamente como un acto de libertad y ha prometido ayudas pรบblicas para desincentivarlo. Para Roldรกn, se manifiesta aquรญ un concepto peculiar de la libertad: ยทLibertad para que mis valores conservadores decidan sobre vuestras vidasโ€.

Nรณtese que Dudda y Roldรกn se estรกn refiriendo a cosas distintas: uno lamenta la evangelizaciรณn moral que practican algunos particulares y el otro estarรญa denunciando la intromisiรณn del poder pรบblico en las decisiones individuales. Dudda tiene razรณn cuando lamenta la moralizaciรณn agresiva de la vida ajena: el ideal pluralista apunta hacia la convivencia pacรญfica de los ciudadanos, de tal manera que habrรญamos de dejar vivir a los demรกs como les parezca oportuno sin tratar de convencerlos de que viven mal o toman decisiones equivocadas. ยฟQuiรฉnes somos para juzgarlo? El problema es que ese ideal tendrรญa que materializarse en una sociedad donde nadie asumiera una actitud proselitista. Pero como eso no ha sucedido ni va a suceder, tal vez sea necesario aceptar que una parte de la conversaciรณn pรบblica versarรก sobre el contenido de la vida buena. Y los conservadores tienen tanto derecho como los progresistas a defender pรบblicamente sus creencias: el inconveniente de la sociedad liberal es que en ella caben todos. El conflicto subsiguiente serรก incรณmodo e incluso extenuante, pero siempre puede uno reajustar su sintonizador e incluso apagar la radio.

Por su parte, Roldรกn estรก afeando a Ayuso una concepciรณn de la libertad que conlleva la decisiรณn sobre la vida de otro. Si asรญ fuera, ciertamente, poco habrรญa de liberal en ello. Pero no parece tan claro que la posiciรณn de Ayuso implique una infracciรณn de la libertad de la mujer; si la polรญtica defendida por la presidenta madrileรฑa consiste en presentar una alternativa al aborto sin no obstante dificultar el ejercicio del derecho en cuestiรณn, estarรญamos ante una oferta mรกs que ante una imposiciรณn. En otras palabras, se intervendrรญa sobre eso que Cass Sunstein llama โ€œarquitectura de la decisiรณnโ€, vale decir, el entorno informativo en que tomamos nuestras decisiones. En ese sentido, no es lo mismo ser presidenta de una comunidad autรณnoma que un particular que opina en el espacio pรบblico. El gobernante puede crear condiciones favorables para que se adopten decisiones que de otro modo no se adoptarรญan y viceversa; el particular carece de una posibilidad semejante. De ahรญ no se sigue, empero, que en este caso se infrinja la libertad del individuo.

Si existiera una extensa red gratuita de guarderรญas pรบblicas, por ejemplo, el Estado estarรญa facilitando la creaciรณn de unidades familiares de todo tipo al remover uno de los obstรกculos a los que se enfrentan quienes tienen hijos. Pero ยฟes facilitar lo mismo que incentivar? ยฟAsume el Estado una posiciรณn perfeccionista, rompiendo su obligada neutralidad moral, si crea mejores condiciones para que formen una familia quienes asรญ lo desean? ยฟNo serรญa para ello necesario que diera un paso mรกs, por ejemplo lanzando campaรฑas pรบblicas de promociรณn de la natalidad? Y aun si lo hiciera, ยฟno habrรญa que distinguir entre un discurso natalista de corte tradicional y una polรญtica que tratase de hacer compatible la maternidad con la carrera profesional, sin tampoco imponerla?

Se pone asรญ de relieve la influencia que el modo de empleo de los recursos pรบblicos puede tener, directa o indirectamente, en la promociรณn de unas formas de vida frente a otras. Si el ideal liberal de la sociedad pluralista consiste en el ejercicio individual de la autonomรญa, que convierte a cada individuo en autor de sus propias decisiones, el Estado habrรญa de actuar de dos maneras distintas pero complementarias. Por una parte, debe esforzarse negativamente por mantener la neutralidad, evitando privilegiar unas formas de vida sobre otras; por otra, debe buscar activamente la creaciรณn de aquellas condiciones de prosperidad y seguridad que permitan a cada cual trazar libremente su plan de vida sin verse sometido a presiones materiales o jurรญdicas irrazonables.

En un excelente artรญculo publicado en estas mismas pรกginas, el filรณsofo Manuel Toscano terciaba en la discusiรณn sobre las vidas valiosas recordรกndonos oportunamente que el liberalismo aspira a crear sujetos autรณnomos que deciden conscientemente sobre lo que deben hacer o dejar de hacer: la vida buena serรก la que se vive como propia. De donde se sigue que el Estado no puede asumir un rol perfeccionista que estipule de quรฉ manera hemos de vivir: โ€œLos poderes pรบblicos deberรกn velar por que se den esas condiciones de la autonomรญa, pero no pueden ir mรกs allรก, interviniendo en su ejercicio efectivoโ€. Recordemos que la neutralidad moral del Estado tiene su origen en las guerras de religiรณn: para evitar que nos matemos entre sรญ por la รญndole de nuestras creencias, es preferible que cada uno decida en quรฉ quiere creer. Nadie puede decidir por nosotros, porque nadie tiene una respuesta universalmente vรกlida a la pregunta sobre la vida buena. Y corresponde a cada uno, si le da tiempo, decidir al final de su existencia si ha vivido bien o mal. Si considerรกsemos que no corresponde a cada individuo la decisiรณn sobre cรณmo vivir, ยฟquรฉ nos impedirรญa dar forma a un Estado moralista que asumiese una posiciรณn perfeccionista?

Ocurre que las decisiones no se adoptan en el vacรญo. El ejercicio de la autonomรญa personal tiene lugar en un contexto que es tanto familiar como social, de tal manera que el proceso de formaciรณn de preferencias se ve influido por la cantidad y calidad de las influencias que recibimos, asรญ como por el grado de reflexividad con que las asimilamos. Por eso decรญa John Stuart Mill que una sociedad moralmente diversa es necesaria para el ejercicio de la libertad: si todo el mundo vive igual, no podemos elegir. Dicho de otra manera, una esfera pรบblica vibrante permitirรก a los ciudadanos tener acceso a ideas que complicarรกn sus certezas morales. Serรก inevitable que unas formas de vida gocen de mayor visibilidad que las demรกs. El liberalismo, entendido no como marco institucional sino como concepciรณn del bien que pone en su centro la defensa de la libertad individual, padecerรก a su vez una particular desventaja: mรกs que decirle a la gente cรณmo debe vivir, les dirรก que vivan como quieran. Para algunos de sus crรญticos, esto ya supone prescribir una forma de vida. Habrรก que admitirlo, aรฑadiendo que es una forma de vida preferible a las demรกs porque respeta la autonomรญa del prรณjimo y fomenta su capacidad de elegir.

ยฟSignifica eso que las formas de vida no son susceptibles de crรญtica? No exactamente; hay argumentos que sugieren lo contrario. Por una parte, la lucha polรญtica no es un simple conflicto de intereses racionalmente discernidos y discutidos. Tanto los partidos como los movimientos recurren con frecuencia a argumentos morales a la hora de realizar demandas particulares: desde la crรญtica de la meritocracia a la aboliciรณn de la prostituciรณn, pasando por la defensa del bienestar animal o la prohibiciรณn del burka. Separar polรญtica y moral es mรกs difรญcil de lo que parece, al menos en lo que toca a la presentaciรณn pรบblica de los argumentos en el marco democrรกtico. Hasta cierto punto, no obstante, esto es cosa sabida. Resulta mรกs interesante el hecho de que las conductas privadas pueden tener consecuencias pรบblicas una vez agregadas, de tal manera que la crรญtica no se refiera a la bondad o maldad intrรญnsecas de sus contenidos, sino a sus efectos colectivos. Y esto puede ocurrir de dos maneras.

Por una parte, el รฉxito de algunas formas de vida sobre otras puede terminar dando forma a una sociedad que es en su conjunto muy diferente a la que existรญa antes de que esos nuevos valores y costumbres hicieran acto de apariciรณn. Pensemos en la pรฉrdida del fervor religioso, el debilitamiento de las tradiciones populares, la multiplicaciรณn del nรบmero de animales domรฉsticos, la creciente fragilidad de la instituciรณn matrimonial o la reducciรณn de los afiliados sindicales. Se trata de efectos derivados de la desapariciรณn o marginalizaciรณn de formas de vida particulares; quienes las defienden pueden alegar que preferirรญan vivir en una sociedad donde ellos sean mayorรญa o conservan fuerza social suficiente como para dejar su impronta en el entorno โ€”cultural, cรญvico, comercialโ€” en el que tienen que desenvolverse. Si casi nadie vive una vida valiosa, la sociedad misma se devalรบa.

No obstante, el planteamiento puede llevarse mรกs lejos. Sobre todo: puede alegarse que la persistencia de algunas formas de vida o la extensiรณn de otras nuevas pone en peligro la base material de la sociedad. Ya no estarรญamos hablando del daรฑo moral o anรญmico que uno puede sentir cuando deja de reconocerse en los valores dominantes, sino de la apariciรณn de un riesgo existencial que a todos afecta. En el caso de la natalidad, podrรญa aducirse que un paรญs en el que nacen pocos niรฑos tendrรก problemas para sostener su Estado del Bienestar y para mantener su nivel de riqueza, ademรกs de perder fuerza geopolรญtica en la esfera internacional. Es verdad que un natalista suele alegar motivos distintos para censurar moralmente a quien no tiene hijos, pero podrรญa asimismo apoyarse en ellos siquiera sea tรกcticamente; del mismo modo, alguien despreocupado de la moralidad tradicional o poco interesado en el valor estabilizador de la familia podrรญa sentirse concernido por los efectos econรณmicos de la crisis de la natalidad.

De manera todavรญa mรกs dramรกtica, podrรญa alegarse que hay formas de vida o hรกbitos cotidianos que ponen en peligro la sostenibilidad planetaria y, por tanto, son susceptibles de crรญtica. Tener coche o hacer turismo pasarรญan a convertirse en objeto de una censura que, pese a adoptar un tono moralista, estarรญa apelando a factores puramente materiales. Imaginemos que se inventa maรฑana un aviรณn que no emite CO2: la crรญtica del turista de bajo coste tendrรญa que hacerse sobre una base distinta. Pasarรญa igual con la natalidad: si una sociedad acepta el impacto econรณmico derivado de su hundimiento o encuentra milagrosamente la manera de evitarlo, el natalista tendrรญa que limitarse a defender el mayor valor de una vida organizada alrededor de la familia. En ausencia de tales circunstancias mitigadoras, habrรก de aceptarse que el efecto material agregado de las formas de vida constituye un objeto legรญtimo de crรญtica.

Dicho esto, el debate sobre las formas de vida en una democracia liberal tiene que respetar โ€“al menos sobre el papelโ€“ ciertas condiciones. Su premisa es que todas las formas de vida son a priori aceptables en una democracia; el debate tiene que centrarse en su mayor o menor preferibilidad. Tendrรก lugar en el espacio pรบblico, por medio de la persuasiรณn argumentativa y sin la intromisiรณn del Estado; aunque gobiernos y partidos plantean argumentos morales en el curso de su actividad polรญtica, los ciudadanos no hablan con ellos sino entre sรญ. En ese sentido, debatir con otros acerca de la vida buena exige el cultivo de la tolerancia. Esta virtud cรญvica ya no puede entenderse como la aceptaciรณn resignada de las opiniones o costumbres que podrรญamos reprimir si asรญ lo quisiรฉramos, sino como la aceptaciรณn respetuosa de las creencias y valores de los demรกs. Serรญa ingenuo, sin embargo, confiar en la generalizaciรณn de las virtudes democrรกticas. La conversaciรณn pรบblica seguirรก siendo ruidosa y desordenada, albergando en su interior a una mayorรญa de ciudadanos pasivos y a una minorรญa comprometida con la defensa activa de formas de vida particulares.

Nada de esto debe entenderse como un llamamiento al antagonismo vocacional. La premisa de que corresponde a cada cual encontrar su camino en la vida, haciendo uso de su autonomรญa personal y sin que el poder pรบblico decida en nuestro lugar, sigue siendo el presupuesto mรกs constructivo para la convivencia pacรญfica en la sociedad liberal: si unas vidas son mรกs valiosas que otras, nos toca a nosotros mismos descubrirlo.

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(Mรกlaga, 1974) es catedrรกtico de ciencia polรญtica en la Universidad de Mรกlaga. Su libro mรกs reciente es 'Ficciรณn fatal. Ensayo sobre Vรฉrtigo' (Taurus, 2024).


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