Una de las interpretaciones posibles de lo ocurrido el 6 de diciembre en Venezuela es la de un vasto voto de castigo. Los dos campos principales de la confrontación venezolana postulaban, uno, la participación y el otro, la no participación. El oficialismo necesitaba una votación lo suficientemente amplia y creíble como para debilitar la confianza internacional en la tesis de la continuidad administrativa esgrimida por Guaidó y la Asamblea Nacional. Por su parte, este binomio necesita demostrar que conserva básicamente la mayoría absoluta que obtuvo en 2015, con el fin de ratificar la legalidad y legitimidad de la Asamblea Nacional presidida por Juan Guaidó
En ese esquema tiene sentido que el oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) haya preferido concentrarse en el llamado a votar antes que en el respaldo de cualquiera de las opciones oficialistas, llegando al extremo de que Maduro prometiera renunciar a su cargo si perdía las elecciones; aunque semejante promesa no fuera creíble, el solo apelar a esa arma reflejaba un estado de ánimo rayano en la catástrofe. El “todo vale” de la operación remate, las derramadas cajas Clap, los trailers repletos de bombonas de gas llevadas personalmente y sin el menor rubor por el gobernador oficialista de Carabobo, la rebelión popular contra el gobierno del Zulia por incumplir las jugosas ofertas ornadas de comida, dinero y otros bienes a cambio del voto mercenario, el lema “quien no vota no come”; todo eso enturbió hasta los tuétanos la índole de estas parlamentarias ¡Y aun así la voluntad libre de los venezolanos supo mantenerse en pie!
¿Qué pasó en las elecciones del 6 de diciembre? A juzgar por los resultados y por las indicadas irregularidades, el oficialismo encarnado en el PSUV y el Gran Polo Patriótico han sufrido una derrota a primera vista muy severa. Sin perderme en la lectura de las muchas encuestas y opiniones vertidas en busca de una precisión de resultados, parece haber una plena coincidencia que le atribuye al oficialismo un 19% de participación que el Consejo Nacional Electoral (CNE) casi por arte de magia eleva hasta 31%, mientras que la no participación sobrepasa con creces el 70%. Aun aceptando las cifras oficiales, hay que convenir que una participación del 31% es extremadamente precaria, tal como lo han referido muy altos voceros del régimen, como el gobernador García Carneiro, haciendo evidente que el régimen madurista no logró el objetivo que se propuso al convocar las elecciones parlamentarias. De hecho, la percepción universal de lo ocurrido ha ratificado el respaldo a la tesis de la continuidad constitucional y administrativa de la actual Asamblea Nacional y el interinato de Guaidó. Incluso podría decirse que ha aumentado el número de países que desconocen el gobierno de Maduro y a los resultados de las elecciones parlamentarias.
¿Cuál era y sigue siendo en cambio el objetivo central de la estrategia de la oposición o del binomio Guaidó/Asamblea Nacional? La respuesta está en lo que suceda en la consulta popular convocada para los días 7 al 12 de diciembre; no obstante, el traspié del 6D podría anticipar una alta participación inducida por el voto de castigo. En todo caso la verdad se sabrá con extrema claridad dentro de unos pocos días, lo que nos permite anticipar algunas estrategias urgentes. Seguramente el oficialismo hará lo imposible para perturbar y descalificar la consulta y en cambio la dupla AN/Guaidó está forzada a ratificar las convicciones que se han iluminado con las fallidas elecciones parlamentarias. Solo espero que la violencia sea contenida y que se mantenga la paz, así sea una paz vehemente, porque en condiciones basadas en ansiedades apasionadas pueden desencadenarse efectos que Venezuela no merece.
Recientemente felicité al Partido Comunista de Venezuela (PCV) por su fuerte protesta ante el trato desigual que se brindaba a sus candidatos parlamentarios. En el ambiente de pasiones que envuelve a Venezuela no faltaron voces muy críticas en mi contra, pero yo ratifiqué esa opinión por razones políticas y morales. Para propiciar un cambio democrático sin verter más sangre venezolana, necesitamos fomentar una unidad cada vez mayor en el entendido de que cada movimiento mantiene su identidad y su propia bandera en el marco de una unidad nacional que beneficie a todos. El comportamiento del PCV en el curso de las parlamentarias me afirma en esa opinión, razón por la cual concluyo clavando unas cuantas banderas en el piso. La primera de ellas es tender la mano a antiguos rivales propensos a la convivencia y al reencuentro ciudadano sin dejación de principios. La segunda, no confundir venganza con justicia. La tercera, el camino es irrevocable: avanzar hacia el logro de unas elecciones transparentes y universalmente supervisadas. Y último, controlar los odios y el malsano lenguaje de la descalificación para hacer reinar el lenguaje civilizado de la democracia y de la prosperidad.
Es escritor y abogado.