Pues pasó lo que se esperaba, y el payaso naranja Donald J. Trump tuvo un gran “Súper Martes” y se perfila como el candidato presidencial del Partido Republicano. Hasta ahora, los intentos de frenar a este fascista de reality show se pueden clasificar en cuatro categorías:
1) Ignorarlo o minimizarlo. “No va a llegar”. “No hay que hablar de él para que no crezca”. “Una cosa son las encuestas y otras las elecciones”, etcétera. Esta autocomplacencia elitista es precisamente lo que nos llevó hasta aquí, así que no vale la pena perder tiempo analizando por qué “decidir no decidir” fracasó.
2) Desarmar sus dichos con hechos y datos y exhibir sus contradicciones. “Él dijo en 2008 X y hoy dice Y”. “No es un buen hombre de negocios”. “80% de sus aseveraciones son falsas”. “Los trajes que llevan su nombre están hechos en México.”, etcétera. Esta es la estrategia que vamos a ver con mayor intensidad en estos meses en spots, pero no servirá más que para dar algunas municiones a quienes ya están convencidos del peligro que representa el payaso naranja.
3) Responderle con corrección política.“Las manzanas son rojas y las violetas azules, y Trump es un ignorante y un racista” (o algo así de contundente dijo nuestra Canciller). “Levantar muros no es propio de una persona con valores cristianos”, (Papa Francisco dixit). Esto equivale a querer parar al bully de la escuela diciéndole en el recreo que su conducta es “una vergüenza para el colegio”, y que se porta como un “malandrín abusivo e irrespetuoso”. O sea, una forma segura de envalentonarlo más para que siga agandallándose a los de primer grado.
4) Responderle en sus términos. “I’m not paying for that fuckin wall”, “Me recuerda a Adolf Hitler”. Estas respuestas de nuestros expresidentes y otras similares son eficaces desde el punto de vista mediático, logran reflectores y, sobre todo, evitan que crezca la sensación de que se permite que Trump insulte al país permanentemente sin que nadie diga nada. Sin embargo, creo que el efecto sobre la opinión pública de Estados Unidos de este tipo de declaraciones es limitado y, de nuevo, contribuye a envalentonar al bully (“the wall just got 10 feet higher”.)
Me atrevo a vaticinar que todas estas respuestas están condenadas al fracaso. Primero porque no desactivan a los seguidores de Trump. Al contrario, los encienden más. Segundo, tampoco unifican o fortalecen al grupo anti-Trump, porque no generan una reacción emocional entre quienes reciben esos mensajes. Quien no votaría nunca por Trump ya no necesita argumentos lógicos porque ya está convencido de no hacerlo. Es a los indecisos, a los jóvenes liberales (hoy volcados a favor de Sanders), a la comunidad hispana y a las élites del conservadurismo moderado a quien hay que movilizar para detenerlo.
La forma de hacerlo es con la tercera ley de Newton aplicada a la política: desatando una reacción emocional de la misma magnitud pero sentido contrario de la que Trump ha generado. Aquí algunas primeras ideas al vuelo para hacerlo.
a) Hay que explicar los costos de su triunfo para el bienestar económico de Estados Unidos. Hay que machacarle a las clases medias mensajes en los que quede claro qué es lo que tienen que perder si gana Trump. Cómo cerrarían fábricas y negocios si se cierra la frontera. Cómo sufriría Estados Unidos por la renegociación del NAFTA. Cómo se afectaría la cadena productiva si se van a la guerra comercial con China, Japón y México. Hay que explicar las consecuencias de un populista económico inculto, irascible e irresponsable en la Casa Blanca.
b) Hay que darle rostro al sufrimiento humano que causarían sus propuestas. Es hora de echar mano de la creatividad de Hollywood para contar historias de lo que ocurriría si ganara Donald Trump: disturbios raciales, una frontera más violenta, desempleo masivo, control autoritario de los medios, parálisis gubernamental en programas de salud y educación, deportaciones de ciudadanos estadounidenses por el color de su piel, persecución religiosa, ataques más violentos a los estadounidenses en el exterior. No es muy difícil: Trump ya dio todas las ideas estúpidas, solo hay que demostrar qué pasaría si las implementa.
c) Hay que avergonzar, y mucho, a sus seguidores. Está demostrado que es más fácil convencer a alguien de no hacer algo por vergüenza, que convencerle de hacer algo porque es lo correcto. La sanción social a la gente que apoya a Trump –por acción y omisión– debería ser unánime. El boicot social a sus casinos y otros negocios debe organizarse y amplificarse en los medios. Hay que hacer del apoyo a Trump una tarjeta de indignidad personal, de ignorancia y racismo.
d) Hay que buscar liderazgos con autoridad moral para criticarlo. Creo que el gobierno mexicano ha sido indeciso y tibio con Trump por dos razones: porque siempre es indeciso y tibio ante las crisis y porque saben que si suben el tono de sus ataques, Trump los puede parar en seco exhibiéndolos como un gobierno profundamente corrupto. Esto es grave, porque significa que la máxima autoridad política del país no cuenta con suficiente autoridad moral para defender a México (¿Alguien recuerda al canciller egipcio respondiendo al gobierno por los ocho turistas mexicanos asesinados por el Ejército de ese país?). Por eso, habrá que echar mano del famoso soft power y reclutar voceros no oficiales. No solo hablo de los usual suspects: González Iñárritu, Hayek, De la Parra, Cuarón, Del Toro, sino también de liderazgos México-americanos. Será clave vencer la apatía del voto latino y volcarlo en contra de Trump, algo que se antoja difícil.
5) Hay que rezar mucho por Hillary. Lo que está en juego es demasiado importante y, cosas de la vida, quien tendrá que detener a Trump es Hillary Clinton, una mujer sumamente preparada e inteligente que es exactamente lo opuesto a Trump: fría, distante, racional, aburrida. Hillary tendrá que replantear por completo su discurso de campaña. De eso estaremos escribiendo en esta bitácora en las próximas semanas.
Especialista en discurso político y manejo de crisis.