Foto: ProtoplasmaKid [CC BY-SA 4.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)]

Nuestra América, democrática

Cuando en todo el mundo occidental la democracia liberal atraviesa por una crisis de identidad y aún de subsistencia, América Latina está en la posibilidad real de abrir una etapa histórica inédita en la que todos nuestros países sin excepción sean democráticos y libres.
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Vivimos un momento crucial de la historia latinoamericana. Cuando en todo el mundo occidental la democracia liberal atraviesa por una crisis de identidad y aún de subsistencia, América Latina está en la posibilidad real de abrir una etapa histórica inédita en la que todos nuestros países sin excepción sean democráticos y libres.

Hemos avanzado un gran trecho. Hace apenas cuarenta años la violencia política infestaba la región: por un lado, los regímenes militares; por otro, las guerrillas revolucionarias. La democracia solo florecía en un puñado de países, particularmente en Venezuela, que la había conquistado en 1959 y la llevaba a la práctica con éxito notable. A partir de entonces, por razones globales, pero sobre todo por la experiencia propia, a menudo dolorosa, de cada país, la democracia con libertad se fue abriendo paso y consolidando. Hoy es el sistema dominante entre nosotros. Aquilatemos ese milagro, obra no de la providencia sino de los pueblos valientes y liderazgos responsables.

Pero la tarea no está concluida. Hay tres condiciones para el advenimiento de ese orden continental: la solución del gravísimo problema venezolano, la reforma económica y política de Cuba y la preservación de la democracia en el resto de nuestros países, incluido señaladamente México.

He seguido desde hace muchos años la tragedia de Venezuela. Para escribir mi libro El poder y el delirio (2008) me acerqué, como es natural, a las voces de la libertad, pero entrevisté igualmente a la plana mayor del chavismo y reconocí el fervor del pueblo por el líder que les hablaba al corazón. Aunque advertí la tormenta económica que vendría, mi preocupación mayor era de índole política y moral: Chávez estaba destruyendo la democracia y las libertades, y –peor aún– estaba desgarrando, con su mensaje de odio y polarización, a la familia venezolana.

El infierno que ha vivido Venezuela me ha dolido profundamente pero no me sorprende. Igual que los jerarcas de Cuba (sus socios en la expoliación de Venezuela), Maduro y sus secuaces no dejarán el poder sin infligir a su pueblo sufrimientos aún más extremos. Su fin llegará, más temprano que tarde. Ojalá no sobrevenga como resultado de una acción militar estadounidense, que desacreditaría el esfuerzo heroico del pueblo venezolano que lucha por el pan y la libertad, que lucha por la vida.

La vuelta de la democracia en Venezuela aislará a Cuba. A menos de que Rusia retome su antiguo papel de proveedor universal o China decida tomarlo, no se ve otro camino para Cuba que el de reformar su estructura económica y su régimen político. La OEA, el Grupo de Lima y en general las democracias de América Latina deben prever y propiciar el cambio. Presionar diplomáticamente, como lo han hecho en estos tiempos, es la mejor vía. Un eventual gobierno demócrata en Estados Unidos levantaría por fin el inútil embargo a Cuba y se uniría al esfuerzo de un líder reformista que ahora no está en el horizonte pero que sin duda existe, aunque él mismo no lo sepa. La Revolución cubana, ese sueño de libertad que engendró monstruos, cerrará su ciclo mucho antes, la próxima década del siglo.

La consolidación definitiva de la democracia dependerá de su destino en mi país, en México. La democracia mexicana es joven y frágil. Nuestra historia –llena de caudillos, dictadores y presidentes imperiales– no nos preparó para una vida en libertad. El gobierno actual llegó al poder por la vía democrática, pero ha mostrado rasgos preocupantes de autoritarismo. México, es verdad, necesitaba una drástica corrección de rumbo sobre todo en los ámbitos de la corrupción, la impunidad y la violencia. Y es muy pronto para ver con claridad el horizonte de los próximos seis años. Es de esperar que el gobierno atienda esos y otros agravios, pero sin vulnerar el orden republicano y democrático que junto con las libertades constituye la columna vertebral de esta nación. Si ese orden se respeta y preserva, México habrá puesto su parte en la realización de la democracia continental.

Los pueblos no aprenden la libertad en los libros de texto. La aprenden por la vía difícil de la experiencia, oponiéndose a los excesos del poder. Para esa lucha, las organizaciones de la sociedad civil, los medios independientes y las redes sociales. Esos prodigiosos instrumentos pueden ser usados para manipular, sorprender, engañar. Pero su vocación natural es la libertad. La libertad vence con más libertad.  

 

Discurso pronunciado en el Oslo Freedom Forum, Ciudad de México, 26 de febrero de 2019.

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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