estados unidos desastre 2024
Foto: Adam Jones, CC BY 2.0

Estados Unidos va camino al desastre

El rompecabezas de la política estadounidense muestra que Donald Trump podría reconquistar la Casa Blanca. Para evitarlo, Joe Biden y el partido Demócrata deben cambiar el rumbo.
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Casi todo el tiempo, la política se asemeja a un desorden de piezas de rompecabezas. En un día cualquiera hay cientos de noticias, algunas auspiciosas, otras ominosas.

En este momento, parece que la política estadounidense es un rompecabezas sencillo de cinco piezas. Cada pieza ha sido discutida ampliamente, pero es fácil perder de vista cómo embonan entre ellas. Sin embargo, una vez que se logra, emerge una imagen muy desoladora.

La primera pieza de este rompecabezas: las palabras y los actos de Donald Trump demuestran que él representa un grave peligro para la democracia. La segunda: si Trump consigue un nuevo periodo como mandatario, es probable que haga daños más graves que en su primer periodo. La tercera: salvo que los demócratas consigan una victoria rotunda en 2024, el país se hallará en una profunda crisis constitucional. La cuarta: Joe Biden, el presidente en turno, está viejo, débil y es profundamente impopular. Y la quinta: Kamala Harris, quien probablemente se convierta en la candidata demócrata a la presidencia si su jefe no busca la reelección, tiene mucho menos posibilidades de derrotar a Trump.

Es muy pronto para hacer predicciones firmes. Pero en este momento, el escenario más probable vería a un Trump envalentonado, o a uno de sus aliados cercanos, ocupar la Casa Blanca. Salvo que Estados Unidos cambie de rumbo, se dirige al desastre. 

1) Trump es antidemocrático

Después de años de cubrir a Trump, pensaba que las audiencias en torno al ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021 no iban a escandalizarme.

Ya en el otoño de 2015 empecé a señalar que Donald Trump era un populista autoritario que representa un grave peligro a la democracia estadounidense. Desde entones, ha demostrado su desdén por las reglas y normas más elementales de la democracia liberal de maneras incontables, desde sus repetidas promesas de encarcelar a su oponente político, hasta su negativa a aceptar el resultado de la elección de 2020. Quien quisiera ver a Trump como lo que es, ya tenía toda la evidencia necesaria.

Y sin embargo, debo admitir que las revelaciones de las últimas semanas me han dejado perplejo. Es evidente desde hace tiempo que Trump no se quiere distanciar de ninguno de sus partidarios, no importa lo desagradables que sean, y que está buscando desesperadamente maneras para quedarse en el poder, sin importar lo antidemocráticas que sean. Pero no era claro entonces que en privado había celebrado el asalto al Capitolio ni que había intentado dirigir a la masa en persona. Yo estaba convencido de que Trump había perdido toda capacidad para escandalizarme, porque creía que ya sabíamos todo lo que teníamos que saber sobre su carácter. Me equivoqué.

2) Un segundo periodo de Trump como presidente sería más peligroso que el primero

Quizá sea tentador solazarse con el hecho de que Estados Unidos resistió al primer periodo de Trump como presidente. Si la república estadounidense fue capaz de sobrevivir a su primera presidencia, puede parecernos suficientemente fuerte para sobrevivir a la segunda.

La primera presidencia de Trump sin duda demostró que las instituciones de este país son más resilientes que las de muchas otras democracias en el mundo. Y por esto, no es un hecho que las instituciones estadounidenses sean incapaces de sobrevivir otros cuatro años de gobierno de Trump. Pero también es importante comentar que una segunda presidencia de los MAGA –ya sea liderada por Donald Trump o por uno de sus muchos acólitos e imitadores– probablemente sea más peligrosa que la primera.

Cuando Trump fue elegido en 2016, carecía de experiencia, de equipo y de la visión necesaria para ejercer el poder de manera efectiva. Nunca había ocupado un puesto de elección popular a ningún nivel. Carecía de una comprensión detallada ni sofisticada sobre el funcionamiento de la burocracia federal. Apenas si tenía algunos seguidores leales en Washington. Muchos de los funcionarios de alto nivel de su gobierno hicieron lo que estaba en sus posibilidades para impedir al gobierno realizar las acciones más extremas y desagradables. Los republicanos en el Congreso, incluido el presidente de la Cámara de Representantes, lo miraban con gran escepticismo. Y aunque él creía ser el único representante legítimo de la gente, no tenía un plan consciente para minar los controles y contrapesos; en los primeros años de su presidencia, los conflictos con las instituciones independientes surgieron poco a poco, cada vez que alguien le dijo que no tenía la autoridad para hacer lo que quisiera.

Si Trump regresa al poder en 2024, no estará constreñido de la misma manera. Ahora ha tenido cuatro años de experiencia gobernando al país. Tiene mayor entendimiento de lo que hace falta para traducir sus deseos en realidad. Ha confeccionado un amplio grupo de seguidores leales que también tienen experiencia importante en el ejecutivo. Ahora, sus designados de mayor nivel no van a vacilar al emprender acciones inmorales o incluso inconstitucionales. Casi todos los miembros republicanos del Congreso que estaban dispuesto a desafiar a Trump se han retirado o perdieron sus elecciones primarias. Y consolidar su poder probablemente sea el pendiente número uno en la agenda de Trump para su primer día en el poder.

Hay más razones que en el pasado para creer que Trump tiene la voluntad y la habilidad para subvertir la democracia estadounidense. Lo que da más miedo es que hay buenas razones para temer que probablemente tenga su oportunidad para hacerlo –quizás incluso si pierde por un margen estrecho en 2024.

3) La integridad de la elección de 2024 está bajo amenaza

La conjura para subvertir el resultado de las elecciones de 2020 fue caótica e incompetente. Aunque Trump hizo lo que pudo para socavar su legitimidad, no tenía un plan concreto o accionable para impedir que Joe Biden asumiera como presidente. Eso no será así dentro de dos años. Porque desde hace meses, importantes y poderosos sectores del partido Republicano han creado un plan mucho más sofisticado para llevar a Trump a la Casa Blanca.

En 2020, la decisión final de a quién enviar al Colegio Electoral recaía en una serie de funcionarios clave que habían jurado gestionar las elecciones de manera apartidista. Aunque algunos de ellos, como el secretario de Estado en Georgia, Brad Raffensperger, eran republicanos que habían llegado a su puesto por medio de una elección competitiva, la naturaleza del puesto les entregaba un deber explícito de contar los votos e investigar cualquier reporte de actividades ilícitas sin amedrentarse y sin favoritismos. Y hay que reconocerles enormemente que así lo hicieron.

Pero en los últimos años, las legislaturas republicanas en varios estados han considerado cambiar la ley para politizar el proceso. En estados cruciales como Arizona, los legisladores y los gobernadores pronto tendrán mucha mayor libertad para realizar sus propias determinaciones sobre quién debe ser el legítimo vencedor. Esto abre la posibilidad de que políticos partidistas sin ningún tipo de deber especial de gestionar las elecciones de manera neutral puedan descartar miles de votos y enviar electores a favor de Donald Trump al Colegio Electoral, aún si Joe Biden (o cualquier otro demócrata) gana la mayoría de los votos en su estado.

Lo que ocurra después solo lo podemos suponer. Dado que históricamente los estados han gozado de gran amplitud para gestionar sus elecciones como ellos consideren, no es claro si la Suprema Corte estaría dispuesta a frenar los abusos más descarados en el proceso de certificación estatal. Mientras tanto, a nivel federal, la ley que define cómo debe certificar el Congreso el resultado de la elección es arcaica y enormemente confusa. Sería ingenuo excluir la posibilidad de que Trump tome el control de la Casa Blanca subvirtiendo el voto popular en un estado bisagra clave. Y aunque este escenario es altamente improbable, se puede imaginar que los funcionarios y generales del ejército con poder quizá lleguen a conclusiones distintas sobre quién es el legítimo comandante en jefe el 20 de enero de 2025, lo que plantearía la posibilidad de enfrentamientos violentos entre distintas facciones al interior del gobierno de Estados Unidos.

La república estadounidense enfrenta ahora dos peligros graves. El primero es que Donald Trump gane la elección de 2024 de manera clara y legal. El segundo es que intente subvertir el resultado de la elección de 2024, y con ello provoque una crisis constitucional peligrosa y posiblemente incluso regrese a la Casa Blanca aunque la aplicación justa de las reglas indique que él es el perdedor. Para evitar este resultado, los demócratas necesitan ir en busca de una victoria contundente. Pero dada la impopularidad de Joe Biden, y el hecho de que Kamala Harris parece estar en una posición aún más débil, ese resultado en este momento es altamente improbable.

4) Joe Biden es muy débil

En 2020, Joe Biden salvó a Estados Unidos del abismo. Cuando declaró su candidatura, generó poco entusiasmo en su propio partido y burlas entre los expertos y estrategas electorales. Pero su propuesta fue perfecta para el momento. Él era uno de los únicos candidatos en las primarias que no suscribía ideas de moda pero profundamente impopulares, como la descriminalización de los cruces fronterizos. Y fue capaz de ampliar la coalición demócrata al enfatizar la importancia de la decencia, y enmarcar la contienda electoral como una pelea por el alma del país. Merece un gran crédito por ayudar a garantizar que los ciudadanos estadounidenses lograran algo preocupantemente raro: sacar a un populista autoritario del poder por medio de una elección democrática después de un solo cuatrienio.

Pero a dieciocho meses de la presidencia de Biden, está claro que probablemente será un candidato muy débil para 2024. Sus niveles de aprobación actuales son extremadamente bajos. De acuerdo con el sitio FiveThirtyEight, 39% de los estadounidenses aprueban su labor, y 56% la desaprueban. Esto quiere decir que Biden es menos popular que los últimos doce presidentes, incluido Donald Trump, en el mismo momento de su presidencia.

Parte de la razón que explica la debilidad de Biden está fuera de su control. Cualquier presidente habría sido culpado por los impactos que aún persisten después de una pandemia que esperábamos haber dejado atrás hace mucho tiempo. Y cualquier presidente habría sido responsabilizado por una acentuada alza en la inflación, aun si cuentan con herramientas limitadas, en el mejor de los casos, para controlarla.

Y sin embargo, gran parte de su debilidad es autoimpuesta. Las políticas de la Casa Blanca, como advirtieron algunos economistas de alto nivel en su momento, ayudaron a incrementar la inflación. La calamitosa salida de Afganistán hizo que Biden se viera débil e insensible. Y aunque prometió gestionar acuerdos bipartidistas, su gobierno ni siquiera ha sido capaz de coordinarse efectivamente con los demócratas en el congreso; una y otra vez, la Casa Blanca parece recurrir a la presión pública para que los senadores dubitativos se alineen, en lugar de negociar con ellos de buena fe o buscar pasar las leyes de compromiso que estos últimos proponen.

En los primeros meses de su presidencia, la gente que apoyaba a Biden intentó promoverlo como la nueva encarnación de Franklin D. Roosevelt. Pero la ambición de aprobar legislaciones sociales a nivel del New Deal nunca compaginó ni con los deseos del electorado ni con la tenue influencia de Biden en el Congreso. Después de dieciocho meses de gobierno, y con una dolorosa elección de medio término en el horizonte que tal vez lo prive del control de la Cámara de Representantes, Biden no ha logrado aprobar la mayoría de sus propuestas legislativas.

Las heridas autoinfligidas son mucho más costosas en temas culturales. Biden fue electo como un moderado que se oponía apasionadamente a los desagradables prejuicios de Donald Trump sin hacer propias las variantes más extremas del identitarianismo en la izquierda. Pero muchos votantes que consideraron que el partido Demócrata liderado por Joe Biden era el menor de los males en 2020 ahora están alarmados por la influencia sostenida de ideologías extremas de izquierda. Aunque les horrorice el racismo de la extrema derecha, por ejemplo, no están de acuerdo con que el gobierno haya intentado hacer que la entrega de importantes beneficios sociales dependiera del color de la piel de las personas solicitantes.

Por último, está la tirante cuestión de la edad de Biden. Una creciente cantidad de votantes parece creer que es demasiado mayor para realizar las labores básicas de su puesto. Eso es exagerado. Pero la presidencia es un trabajo demandante. E incluso si Biden fuera simplemente una persona de 79 años de edad con el nivel típico de energía y agudeza mental para alguien de su edad, es lícito cuestionar su capacidad para sacar al país de su crisis actual –y preocuparse por si será un portador efectivo del estandarte del partido Demócrata en unas elecciones importantísimas que todavía tardarán dos años en llegar.

5) Harris, el reemplazo más probable de Biden, tiene menos oportunidades de derrotar a Trump

Si Joe Biden decide no buscar la reelección en 2024, Kamala Harris probablemente será la candidata de los demócratas.

En la política estadounidense, el vicepresidente en funciones es el presunto heredero. Al Gore y Joe Biden fueron considerados candidatos relativamente débiles, sin partidarios apasionados. Y sin embargo, ambos prevalecieron contra otros precandidatos animosos debido a la importancia inherente del puesto que ocuparon.

Este efecto probablemente sea mucho más fuerte en el caso de Kamala Harris. Ya que se trata de la primera mujer negra en ocupar el puesto de vicepresidenta, cualquier intento por tirar a la presunta nominada podría interpretarse como sexista o racista, y de esta manera el riesgo para la reputación de la mayoría de los políticos que consideren apuntarse en la contienda es muy alto.

Es por eso que preocupa más que Harris probablemente sea una candidata más débil que el presidente en turno. Biden es impopular a niveles históricos. Pero la aprobación neta de Kamala Harris es igualmente mala; de hecho, solo 36% de la población dice que está haciendo un buen trabajo.

Las razones para explicar su impopularidad quizá no se desvanezcan pronto. Harris es una excelente fiscal que brilló cuando interrogaba testigos en el Comité Judicial del Senado. En sus mejores momentos, puede ser altamente carismática y exudar calidez genuina en entornos menos formales como en los shows de televisión.

El problema es que la mayoría de los votantes no saben qué defiende Harris, y dudan de la autenticidad de sus perspectivas. Dadas las grandes transformaciones por las que ella ha pasado en su comparativamente corta carrera política –de Demócrata moderada a una de las senadoras más progresistas en el Congreso–, no es difícil culparlos.

Recuerdo haber comprado The truths we hold, el libro que acompañó la candidatura presidencial 2020 de Harris. La mayor parte del libro parecía orientada a convencer a la extrema izquierda del partido Demócrata de que la senadora de California estaba a tono con los eslóganes más recientes que conquistaban Twitter. Pero lo primero que vi cuando le eché una hojeada a sus páginas fue el mensaje apolítico del editor: “También de Kamala Harris: Smart on crime: A career prosecutor’s plan to make us safer”.

La gente se mofó de Harris por declarar que escuchaba a Snoop y Tupac en la universidad (aún cuando ninguno de los dos artistas había lanzado música para cuando ella se graduó), y por decir que fumó mariguana y que apoyaba la legalización de la mariguana debido a sus orígenes jamaicanos (lo que hizo que su padre respondiera que “mis queridas abuelas fallecidas… así como mis padres muertos deben estar dando vueltas en la tumba al ver el nombre de su familia, la reputación y la orgullosa identidad jamaicana conectada, de cualquier manera, en broma o no, con el estereotipo fraudulento de los mariguanos alegres”). Es verdad que todos los políticos de alto perfil cometen gazapos serios en algún momento, y estos tropiezos no son materia de acusaciones criminales. Pero los errores, incluso los moderados, se quedan en la mente de los votantes cuando parecen conectar con algo que los votantes ya creen sobre el o la candidata –y dadas las amplias fluctuaciones en convicciones políticas de Harris, se les puede perdonar por creer que no tiene un núcleo político claramente articulado.

Esa impresión se profundizó en el que resultó ser uno de los momentos más icónicos de su campaña de precandidatura. En un intento cínico por socavar a Biden, lo atacó salvajemente por no haber estado a favor del busing (ofrecer transporte para que estudiantes de primarias segregadas se integraran a escuelas no segregadas) en los años setenta. Pero unos días después, se vio obligada a conceder que ella misma en el presente no estaba a favor de una política que había señalado que Biden no apoyó en el pasado. Más tarde, cuando aceptó ser compañera de fórmula de Biden, despreocupadamente desestimó una pregunta sobre cómo podía trabajar con un hombre cuya postura sobre temas raciales le parecía tan aborrecible hasta hacía muy poco.

Una contienda presidencial entre Trump y Harris en 2024 promete no tener precedentes en cuanto a crueldades se refiere. Y aunque es muy pronto para predecir el resultado con certeza, la probabilidad de que Trump emerja como el ganador es preocupantemente alta.

En política, nada sucede como se predecía. Aunque cada uno de ellos es improbable, hay muchos escenarios que podían ayudar a que Estados Unidos evite el desastre.

Quizá la economía del país esté al alza para el otoño de 2024, con la inflación finalmente bajo control, lo que colocaría a Biden o a Harris en una posición mucho más fuerte para ganar la reelección. Quizá Trump esté demasiado enfermo o tenga tantos problemas legales que no podrá postularse como candidato en 2024. Quizás un candidato que emule el estilo político de Trump, como Ron DeSantis, logre derrotar al expresidente en las precandidaturas, y luego resulte ser más respetuoso de las instituciones básicas de la democracia. Quizás un republicano moderado logre hacerse de algún modo con la nominación de su partido en 2024. Tal vez un contendiente ambicioso, como el gobernador de Colorado, Jared Polis, el alcalde de Nueva York, Eric Adams, o el senador de Georgia, Raphael Warnock, se conviertan en el candidato demócrata 2024 y logren derrotar a Trump. Quizás una celebridad como Dwayne “La Roca” Johnson o Mark Cuban se conviertan en los primeros estadounidenses desde George Washington en ganar la presidencia como independientes. O quizá Biden simplemente logre una victoria cerrada contra Trump en una revancha peleada entre dos candidatos altamente impopulares.  

Hay muchas maneras en las que el país y sus instituciones podrían evitar el peor destino posible. Y sin embargo, el escenario más probable –lo que los científicos sociales gustan llamar “el valor esperado”– es profundamente preocupante. En este momento es mucho más sencillo imaginar cómo Trump lograría volver a la Casa Blanca y provocar daños profundos a la república estadounidense de lo que es imaginar un resultado distinto.

Cualquiera que se preocupe por la supervivencia de la república estadounidense debe comenzar a pensar en algún plan para evitar el desastre. Idear un plan realista es extremadamente difícil, y las distintas personas tendrían roles distintos que desempeñar. Pero por lo menos hay algunos pasos que los demócratas deben realizar si quieren estar en una mejor posición para encarar a Trump:

  • Los demócratas deben priorizar legislaciones federales que clarifiquen cómo debe el Congreso certificar el resultado de las elecciones futuras y minimizar la intromisión partidista en el proceso.
  • Deben regresar a las corrientes centrales culturales. Aunque deben defender con todo los derechos de las minorías, los líderes del partido deben distanciarse de los excesos de la izquierda identitaria.
  • También deben demostrarles a los estadounidenses que escuchan sus preocupaciones sobre la inflación y el alza en crímenes violentos. Y aunque las herramientas que la Casa Blanca tiene a su disposición para encarar ambas crisis son limitadas, Biden debe emplearlas tan bien como pueda para ponerse en una posición de asumir el crédito si es que hay mejoras genuinas para 2024.
  • Los demócratas deben aprobar legislaciones imperfectas para las que tienen los votos en lugar de esperarse a lograr esos acuerdos más ambiciosos que han resultado elusivos. Si la Casa Blanca estaba dispuesta a negociar con los moderados en temas como Build Back Better, el gobierno tendría algunos logros genuinos que presumir.
  • Por último, los demócratas que tienen una mejor posibilidad de derrotar a Donald Trump en 2024 además de Joe Biden y Kamala Harris deberían explorar una precandidatura y hacerlo rápido. Para protegerse contra ataques de mala fe, los candidatos que quieran ganar probablemente deberían anunciar que tienen intenciones de postularse antes de que Biden deje en claro cuáles son sus intenciones.

Este plan es solo el inicio. Muchas personas estarán en desacuerdo, es razonable, sobre si cada uno de los pasos ayuda o perjudica. Pero una cosa, como nos enseña la sabiduría de los memes, es cierta: cuando la habitación está incendiándose, el peor curso de acción es quedarse sentado en la silla y decir “Esto está bien”.

Traducción de Pablo Duarte.

Publicado originalmente en Persuasion y reproducido con autorización.

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Es historiador y politólogo. Autor de "El pueblo contra la democracia. Por qué nuestra libertad está en peligro y cómo salvarla" (Paidós, 2018).


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