Foto: Azerifactory, CC BY-SA 4.0 , via Wikimedia Commons

Escocia y el Reino Unido: la renovada voluntad de vivir separados

El jueves 6, Escocia celebrará elecciones parlamentarias cuyo resultado decidirán no solo el futuro de esa nación, sino también del Reino Unido.
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Inglaterra y Escocia han estado legalmente unidas desde el Acta de Unión de 1707. Sin embargo, la tendencia a separarse ha cobrado ímpetu en los últimos años. El nacionalismo escocés es la respuesta ante una centralización en Londres que excluye a Edimburgo, Cardiff y Belfast. Se ha visto también espoleada por el Brexit: en el referéndum sobre la independencia realizado en Escocia en 2014, una razón primordial para mantener la asociación con el Reino Unido fue que la prometida permanencia en la Unión Europea. En Holyrood, sede del parlamento escocés, se resiente la preponderancia de Westminster y su rechazo del nuevo referéndum que exige Nicola Sturgeon, primera ministra escocesa, y cuya realización depende, en buena medida, del resultado de las elecciones parlamentarias de este 6 de mayo, en las que su partido, el Scottish National Party (SNP), busca alcanzar la mayoría.

La tendencia a favor de la independencia del Reino Unido es ya mayoritaria en las encuestas. El próximo jueves se verá si los votos confirman y aumentan su peso electoral o si, por el contrario, lo pierde en favor de una continuidad problemática aun en el caso de una devolución de poderes auténtica. El Brexit y la covid-19 son crisis importantes también en términos fiscales y su efecto creará, según el Financial Times del sábado 3 de abril, una contracción de 10% del producto interno bruto, el alza de impuestos y la cancelación de las aportaciones del presupuesto público del Reino Unido destinadas a Escocia, que equivalen a 1,765 libras anuales por persona.

Separarse de Inglaterra tiene, pues, consecuencias diversas y amenaza con un duro futuro inmediato, al menos mientras Escocia equilibra su presupuesto y espera ser recibida en la constelación europea. En 2014, 45% votaron en favor de la independencia, y este año se espera que, a pesar de las advertencias económicas, la cifra ascendería a 58%. En cambio, las predicciones financieras pesan en el ánimo empresarial escocés, ya abrumado por el infierno burocrático provocado por el Brexit.

Las finanzas escocesas enfrentan un grave reto. El precio del petróleo bajó desde 2014 sin haberse recuperado por la transformación del mercado y la evolución tecnológica que anuncia industrias alternativas basadas en recursos como el viento y la electricidad, que ganan cada vez más terreno. Entre 2016 y 17, se calculó el déficit del producto interno bruto en 8.3%, que de independizarse se incrementaría a 9.9%. Se acepta la necesidad de disminuirlo a 3%, lo cual exige austeridad y reducción drástica del gasto público “social”. De permanecer dentro del Reino Unido, Escocia podría bajar su déficit a 5.9%.

El Brexit ha producido un acuerdo frágil e ineficaz para los intereses de varios sectores. Uno de ellos es la pesca escocesa, cuyas aguas territoriales fueron uno de los mayores puntos de contención entre el RU y la UE. Sin embargo, los pescadores escoceses lamentan un mal negocio que les ha arrebatado el mercado europeo y se sienten defraudados por el Brexit. El descontento afectará el voto por los conservadores, ya que ser arrastrados fuera de la UE fortaleció la opinión de quienes desean independizarse del RU.

La idea de independencia trasciende las épocas. Es la brasa que los románticos encendieron y que inflama a los libertarios del XVIII, en ascuas aún entre quienes decidieron en 2016 abandonar la UE. La flama localista arde en el centro de la independencia y del nacionalismo que en el Brexit fue territorial para sellar sus fronteras. Recuperar el control de la patria fue el mantra que Boris repitió infatigablemente y que ahora impulsa el independentismo escocés que decidirá su identidad el 6 de mayo. De contar con la mayoría, el Partido Nacionalista Escocés insistirá en la validez del referéndum sobre su independencia, que de ganarse significaría el epitafio del RU. Entre los votantes jóvenes escoceses, los independentistas triunfan porque esta nueva generación de románticos tenía aspiraciones “continentales”.

Pero además de los peligros externos que obstaculizan el independentismo, los hay también internos: la disputa entre el ex primer ministro Alex Salmond y Nicola Sturgeon ha ensombrecido la última etapa del gobierno. El juicio a Salmond por acoso sexual dio ocasión para acusar a Sturgeon de haber roto el código ministerial. Aunque el caso no procedió, nada pudo haber hecho más feliz a los conservadores.

Además de las reyertas entre los líderes nacionalistas, Alex Salmond lanzó su partido “Alba”, que en gaélico significa Escocia, para ganar votos regionales. La intención es contribuir a una “súpermayoría” a favor de la independencia, aunque lo contrario también es posible. Conservadores y laboristas han reaccionado como si el nuevo partido nacionalista los amenazara, pero, de ser un riesgo, “Alba” lo es para el nacionalismo, porque podría dividir el voto y lesionar la legitimidad para cuestionar la posición de Westminster.

Las elecciones del 6 de mayo decidirán el futuro nacional, pero también el del Reino Unido. Boris deberá elegir entre negar el referéndum definiéndolo como “ilegal” o seguir el ejemplo de David Cameron en 2014, para evitar una situación que recuerda a la de Cataluña. Poner la unión por encima de todo significa mantenerla mediante la coerción legal y la amenaza económica, una situación contraria al espíritu que alentó la unión en 1707 y que asumiría a Escocia no como reino asociado, sino sometido a Inglaterra.

El Scottish National Party ha adquirido la densidad necesaria para enfrentar al unionismo conservador, que con el laborismo son partidos secundarios, pero que, en conjunto con quienes desean permanecer en el Reino Unido, dividen a los cinco millones de escoceses en dos tribus. Cada nacionalismo aspira a recuperar control en nombre de derechos confundidos con leyendas oportunistas En todo caso, el 6 de mayo puede esperarse la devolución ilimitada de poderes como replanteamiento de las condiciones políticas entre Escocia e Inglaterra o, de triunfar el independentismo escocés, el desgajamiento final del RU y el retorno a un territorio original que reemplace a Gran Bretaña con la pequeña Inglaterra.

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