10 años sin XELA

El 3 o el 4 de enero de 2002, el teléfono y la voz de Paulina Lavista me dieron la negra noticia: la XELA, la estación de la Buena Música en México, tras sesenta y tres años de estar “al aire”, ya no trasmitía más y nos dejaba huérfanos a todos los melómanos que  había procreado.
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El 3 o el 4 de enero de 2002, el teléfono y la voz de Paulina Lavista me dieron la negra noticia: la XELA, la estación de la Buena Música en México, tras sesenta y tres años de estar “al aire”, ya no trasmitía más y nos dejaba huérfanos a todos los melómanos que  había procreado. No queriendo creerlo, encendí la radio. En el 830 según el cuadrante sólo sonaban noticias y reseñas sobre goles, jonrones y asesinatos de toros de lidia.

¡Muerta la “Chela”! Intentando encajar el hecho, recordé que en mi niñez, y cuando aún crepitaba la IIª Guerra Mundial, me levantaba por la noche de la cama y, sigilosamente para no despertar a mis padres, iba a la sala y prendía la radio (aquella capilla de madera y tela, bulbos y cuadrante luminoso), hacía girar la aguja del dial y arrimaba la oreja. Una noche una voz elegante y algo pomposa (que en esa estación sería la misma durante décadas) anunció el Concierto Varsovia, de Addinsell,que entonces me estremeció y lo creí un clásico sublime. Al paso de los años, gracias a la XELA y desde el concierto de Addinsell y otras joyas de lo cursi (los Esbozos caucasianos de Ivanov y sus empalagos folcloroides!,¡la Suite del Gran Cañón de Groffé, con su orquestal tormenta y su trote de una mula!), trasbordé a Tchaikovski, Saint-Saens, Dvorak, Rinski Korsakoff, Rachmaninov, y desde éstos, y para siempre, a otro superior nivel: Mozart, Beethoven, Schubert, Chopin, Brahms, Debussy, Ravel, Stravinsky, Bartok, etc., y gocé de la gran música pianística española: Albéniz, Granados y Falla, y de “mis” modernos:  Chausson, Delius, Gershwin, Revueltas, Villalobos, Schoemberg, Satie, etc, y también aquellas aisladas delicias musicales: el Soupir de Liszt, The lark ascending de Vaughan Williams, el Adagio de Barber, o los valses mexicanos, tan bella y emotivamente sombríos… Ah, y cómo olvidar el sentimiento de participar en la historia viva cuando oí el Poème de Chausson cantado en el violín (como nadie volverá a hacerlo) por Fritz Kreisler en un concierto de la BBC del Londres del comienzo de la posguerra. (Tengo en CD copia de esa grabación imperfecta, que prefiero a grabaciones mucho mejores, pues es una de mis “magdalenas mojadas en té”.)

Así, la XELA, con su cotidiano Concierto de las Tres de la Tarde, con su nocturna Hora Sinfónica y otras emisiones de una rica programación para todos los gustos, fue mi iniciadora en el amor a la música en tiempos en que no podía adquirir discos y pagar asistencia a los conciertos (aunque alguna vez lograba colarme a los del Palacio de las  Bellas Artes). Y ahí no paraba la generosidad de la XELA. A ella le debo además el haberme iniciado en mi pequeña aunque bastante presentable cultura musical gracias a que la estación publicaba un boletín con la programación comentada y regalaba a sus fieles un breve diccionario de términos musicales y el libro Invitación a la música, un manualito redactado entre Noel Lindsay y Salvador Novo, editado por Bacardí y Cía e ilustrado con viñetas en las cuales los rostros de los magnos compositores estaban enmarcados entre instrumentos musicales y botellas de ron cuya marca no es difícil de adivinar.

Pero… todo hay que decirlo: siendo una estación radiofónica de discreto carácter comercial, la XELA necesitaba apoyarse en las piéces de résistance y los “caballitos de batalla”, en los nombres y títulos de moda. Fatiga un poco pensar en aquellas rachas de programación que reiteraban, a veces hasta las ganas de tirar por la ventana el aparato de radio, al siempre autoplagiado Vivaldi (de quien por esos tiempos acababa de descubrirse una multitud de desconocidas partituras olvidadas en un rincón de iglesia), o al frecuentemente cursi Gustav Mahler, o al facilón y seudoestravinskiano Karl Off, cuya Carmina Burana , lo confieso, nos atrapó a muchos como una universal gripe, o el brioso, pero fatigante por demasiado frecuentado, Bolero de Ravel. Nada diré (porque se enfadará mi amigo el excelente violinista y escritor Román Revueltas Retes y me echará otro regaño como el que hace años me asestó en Milenio) de las dominicales emisiones integrales de ópera, un género que, salvo si el autor es Mozart, o si canta mi amada Kiri, y alguna obra más, no se lleva muy bien conmigo. Ni de la incursión en “clasicos populares” al modo del inefable André Kostelanez, que hacía música para consultorios de dentista. Y para no alargar el texto, paso rápidamente por la música de órgano, de clavecín o harpsicordio, o de acordeón, o de harmónica, o de “cilindro”, instrumentos que, si ejercen de solistas, no me son tolerables por más de dos minutos. Sucedía que la XELA era un palacio democraticamente abierto a todos los oídos, pero, aparte algunos noticiarios culturales, nunca agobió su programación con  cloroformizantes rollos verbales como acostumbran Radio Universidad, Radio Educación y Opus 94 (sólo escuchables por ausencia de la XELA).

 [He leído el penúltimo número de la revista Letras Libres, que le dedica al affaire XELA un acucioso reportaje de G de la G y un doliente artículo de Gabriel Zaid, y me pregunto:]

¿Volverá algún día a estar “al aire” la  XELA-AM de 830 kHz (o kilovatios) de buena música?¿Qué habrá sido de su inmenso y variadísimo repertorio, aun si inevitablemente habrán de abundar en él las grabaciones obsoletas de 33 rpm o de 45 rpm y quizá hasta de 78 rpm? En fin, pero sin fin: ¿se habrá perdido para siempre ese aéreo palacio del arte a cuya condición aspiran todas las demás artes?

Dibujo de Saul Steinberg

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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