“Pobre Marilyn. Aquella mujer tan guapa, tan joven, con el mundo rendido a sus pies, los días que estuvo en México dio muestras de estar sumida en el abismo de alcohol y drogas que en poco tiempo la llevarían al infierno”.
La frase, recogida por Xavier Navaza en su libro El último amante de Marilyn, pertenece a Luis Soto, periodista y eminente emigrante gallego en México, que conoció a Marilyn Monroe cuando la estrella pasó un par de semanas en el país, cinco meses antes del trágico desenlace. Se conocen muchos detalles de lo sucedido la noche del 5 de agosto de 1962, cuando la actriz fue encontrada muerta en su casa del distrito residencial de Brentwood, en California. Sólo que muchos son contradictorios.
Se han destruido tantas pruebas que probablemente sea ya imposible esclarecer los pormenores de un suceso acaecido hace 50 años. Hay quienes piensan que murió de una sobredosis accidental, otros piensan que se suicidó. Otros dicen que fue asesinada. Creer en una u otra de las diversas hipótesis obedece más a una cuestión de fe que de evidencias.
La versión oficial, la de sobredosis de barbitúricos, parece la más creíble. Como señala el periodista francés François Forestier en su libro Marilyn y JFK: “No hay misterios en esta muerte. Jim Dougherty, el primer marido, inspector de policía en Los Ángeles, sabe de qué habla: –Tomó la pastilla que hizo rebosar el vaso, el vaso de alcohol de más”.
Donald Spoto, otro reconocido biógrafo de Marilyn, por el contrario, está prácticamente seguro que se trató de un asesinato, basándose principalmente en evidencias tales como el estado en el que se encontró el colon de Marilyn en la autopsia, que revelaría la posible introducción de droga por vía rectal.
Su fallecimiento llegaría tras el final de sus affaires con los dos hombres más poderosos del país más poderoso del mundo: el presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, y su hermano, Robert F., el fiscal general. En plena Guerra Fría, y en plena batalla de ambos hombres contra el todopoderoso director del FBI, J. Edgar Hoover.
Los Kennedys eran unos braguetas calientes, y Marilyn era demasiado famosa: tarde o temprano el secreto a voces se convertiría en un escándalo de magnitudes incalculables. Tenían que renunciar a ella. Tenían una reputación que conservar ante la sociedad, y ella no brindaba garantías de discreción: Marilyn era impulsiva, imprevisible. Primero fue JFK quien dejó de atender sus llamadas. Entonces comenzó a beneficiársela el hermano menor. La historia fue igual de breve, pero el despecho de Marilyn fue doble: el mayor se la pasó al menor como una mercancía usada, quien la desechó después de haberla usado hasta cansarse. Ella, entre tanto, se aferraba vaya a saber uno a qué ilusiones: ninguno de los dos se comportó según lo que ella hubiera deseado. Marilyn había pasado de ser una niña rechazada una y otra vez, a ser la mujer más deseada: no podía aceptar bajar de nuevo a la condición de repudiada. Una mujer como ella podía ser un peligro. Además, en el lecho, a los Kennedys se les soltaba la lengua, y la otrora rubia tonta hacía varios años que demostraba interés por la política. ¿Sabía Marilyn demasiado? ¿Se había convertido en un problema de seguridad nacional? Según la CIA y el FBI, sí: tenían expedientes sobre ella, y la investigaban.
Eso daría pie a todo tipo de teorías conspirativas: que la mato el FBI para que no revelara secretos de EEUU a los comunistas, que fue RFK para mantener su imagen de chico bueno y padre de familia intachable, que la mató la mafia porque ella conocía muchos entretelones de ellos a través de su amigo Frank Sinatra. Etcétera. Forestier no cree que Robert Kennedy haya tenido necesidad de matar a Marilyn: bastaba con encerrarla en un manicomio acusándola de loca, como lo fueron su madre y su abuela, y se sacaba de encima el problema, evitando el disgusto de ordenar un asesinato. Para la mafia, enemiga de los Kennedy, con la muerte de Marilyn se perdía una posibilidad de chantajearlos.
Su matrimonio con Arthur Miller ya la había colocado, unos cinco años atrás, en la mira del tristemente célebre Comité de Actividades Antiestadounidenses. En su viaje a México, meses antes de morir, Marilyn tenía la intención de comprar muebles para su nueva casa. Y de tomar un poco de distancia de su vida. Pero allí coincidió con personalidades de izquierda, y Hoover pensó que estaba conspirando contra la Unión.
A los Kennedy y al FBI les vino bien la desaparición de Marilyn, pero se cercioraron de que no quedara ningún registro que de alguna manera pudiera comprometerlos a ellos o a la política del país. Hicieron “limpieza general”: desaparición de pruebas fundamentales para el normal desarrollo de una investigación, lo que generó que se acrecentara el misterio en torno a su muerte.
“El público era la única familia, el único príncipe encantador y el único hogar con el que jamás había soñado”, decía una Marilyn citada por Jenna Glatzer en una de las tantísimas biografías de la actriz, pues evidentemente, en el verano de 1962, Marilyn necesitaba algo más que a su público.
Por algo el tango dice que “la fama es puro cuento”: la vida de Marilyn, la mujer más famosa del mundo, fue una incesante búsqueda de afectos, de amor, de respeto, de llenar un vacío que nunca iba a poder llenarse.
Pocos meses antes de morir, Marilyn compró la única casa de su propiedad que tuvo en su vida. Como una premonición, a la entrada había un adorno formado por cuatro azulejos que rezaban: Cursum Perficio (algo así como “El final del camino”). Sin embargo, pese a la leyenda de los azulejos, el final de su camino no parece vislumbrarse. Marilyn sigue presente, probablemente más que nunca. En este año del 50º aniversario de su muerte, en Madrid se realizó un ciclo de sus películas en el Circulo de Bellas Artes, el canal de televisión Divinity llevó a cabo una maratón con ocho de sus filmes, el canal NBC emite una serie musical, Smash, producida por el mismísimo Steven Spielberg, sobre los avatares de una actriz que quiere representar a Marilyn en Broadway. Durante estos meses, la rubia que murió hace medio siglo estaba en los kioscos en la portada de Fotogramas, Gentleman, Vanity Fair. La editorial Taschen acaba de publicar varias ediciones de libros con fotos de ella en ediciones de lujo. El año pasado salió una película muy elogiada sobre un episodio de su vida, y el año que viene muy probablemente salga otra basada en ella. He leído varios titulares de prensa en estos días que rezaban: 50 años sin Marilyn. No pueden estar más equivocados.
Pese a haber tenido conductas autodestructivas en su edad adulta que muy probablemente hayan precipitado su prematuro fallecimiento, Marilyn, después de muerta, se resiste más que nunca a abandonarnos.
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Periodista todoterreno, ha escrito de política, economía, deportes y más. Además de Letras Libres, publicó en Clarín, ABC, 20 Minutos, y Reuters, entre otros.