La calle es en principio el más democrático espacio de la ciudad, dijo hace unas noches un comentarista de los que comentan nomás de todo (y del resto) en las estaciones radiofónicas comerciales pululantes en el éter. Y el Peatón Heroico, caminando cerca de mí, inmediatamente discrepa en mascullado monólogo:
—¿Cuál espacio democrático hay para los ciudadanos de a pie? La calle es del automovilista, especialmente del vicioso del claxon, de quien lo toca fuerte y seguidito por pura vocación. La calle es del güey que nomás sale de casa con su vehiculazo o vehiculito y ya empieza a claxonear fuerte para hacer saber a los vecinos sobre el claxon más moderno y sonoro de todo el barrio, o acaso de toda la ciudad, y va pensando en cuántos divertidos sustos nos asestará a los ciudadanos por aquí, por allá y por acullá, y cómo nos va a atarantar en castigo de que seamos tan retrógrados que ni coche tenemos y sólo nos trasladamos sobre nuestros zapatos y sin ningún ruidófono con el cual glorificarnos la pinche existencia. Y ahí va el claxonmníaco claxoneando por cualquier motivo o sin él y a veces mentando madres con el claxon, nomás por puro placer de ser alguien notorio en esta ciudad de pendejuelos inclaxonados; y claxonea además con la boca: ¡paaahhh paaahhh paaapáh!, y va deseando llegar a la chamba a prolongar la hora del “cofibrik” comentando con los otros chambistas (también virtuosos del claxon) cuán imposible está la pinche ciudad, cada día con más peatones irresponsables, los méndigos sin carro ni claxon, que nos creemos con derecho a peatonar cruzando calles y avenidas a lo güey, o sea como sordos, y luego pasa, ah chingá, que un virtuoso del claxon atropella y deja laminado contra el suelo a uno de nosotros, y lo merecemos, queniqué, por andar de pendejos inclaxonados… Así que, ¿cómo la ve, estimado?, propongo que los peatones también llevemos claxons para responder a las claxoneadas mentadas de madre con otras del mismo tono y la misma melodía, y así esos jijos de su claxonísima quizá aprendan a no aumentar la contaminación sonora que (entre tantas otras, ¿no?) aqueja a Esmógico City.
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.