A Williams Wordsworth

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Amigo de los sabios, maestro de los buenos,

He acogido en mi pecho ese canto profético,

Más que canto de historia, de cuyo tema excelso

(Bien cantado por ti por vez primera)

Sobre los fundamentos y la edificación

De un Espíritu Humano has osado contar

Lo que puede contarse, revelable a la mente

Comprensiva; y lo que hay dentro de ella,

Por hálitos vitales secretos como el alma,

De vernal crecimiento, que en el pecho acelera

Conceptos tan profundos que no pueden ser dichos.

 

Arduo, elevado tema

De espontáneas sonrisas y miedos misteriosos

(Hijos de la Razón, y nacidos gemelos),

De mareas que ceden a una fuerza exterior,

Y corrientes que pueden parecer auto-determinadas,

O a un poder interior; de momentos terribles,

Ya dentro de tu vida, ya fuera de ella, cuando

De ti mismo brotaba el poder, y tu alma recibía

La luz que reflejaba, como luz concedida;

De hermosas fantasías, de juveniles horas más benignas,

Murmullos ibleanos de pensamiento lírico

Diestros en su alegría, por cañadas y valles

Natales o extranjeros, lagos, montes famosos,

O la calzada sola, cuando salen los astros;

O al lado de secretos arroyos de montaña,

Guías y compañeros de tu paso.

 

De más que Fantasía: de Sentido Social que se dilata,

Vasto, y el hombre amado como hombre,

Donde, en todos sus pueblos, Francia quedaba trémula

Lo mismo que una barca quieta bajo el estrépito

Del trueno unido al Cielo, cuando ninguna nube

Se hace visible, o sombra sobre el mar.

Allí estabas, tus propias cejas engalanadas,

En medio del temblor de un reino fúlgido,

En medio de una fuerte nación alborozada,

Cuando del corazón común del ser humano

La esperanza brotó como Deidad oriunda.

–De esa amada Esperanza infeliz y abatida,

Así llamada a casa, desde entonces pacífica y segura

De la atalaya atroz del yo total del hombre,

Con la luz no menguante en sus ojos, que miran

Lejos –ella, en sí misma, gloria que contemplar–,

Ángel de la visión. Y del Deber, entonces (canto último),

Leyes electas que controlan la elección,

Acción y júbilo. Un verdadero canto órfico,

Un sacro canto de altos, ardorosos conceptos

Cantados a su propia partitura…

 

Velada tras velada,

Querida hora tranquila, cuando el dulce sentido del Hogar

Es el más dulce… Instantes por su objeto aclamados,

Más deseados, más preciados por tu canto,

Escuchando en silencio, como un niño devoto,

Mi alma estaba pasiva, por tus varios acordes

Llevado como en olas, unas veces, debajo de los astros,

Con fugaces estrellas de mi propio principio,

Hermosa espuma constelada, todavía corriendo

Hacia lo oscuro; un mar tranquilo, a veces,

Desplegado y brillante, mas combado a la luna.

 

Y cuando, amigo mío, mi consuelo y mi guía,

Fuerte en ti mismo y con poder para dar fuerza,

Tu duradero canto finalmente acabó
     Y cesó tu voz grave –pero tú todavía
     Delante de mis ojos, y a nuestro alrededor
     Una alegre visión de amados rostros–
     Consciente apenas, aunque consciente de su fin,
     Colmo mi ser fundido en un solo concepto
     (¿Concepto? ¿Aspiración? ¿Resolución?),
     Absorto, pero aún pendiente del sonido,
     Y al levantarme me encontré rezando. ~
     (1807)
     Versión de Andrés Sánchez Robayna y Sally Burgess

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