Abuso sexual y esclavitud

Un registro pictórico del abuso sexual que las mujeres padecieron durante la esclavitud de la primera mitad del siglo XIX.
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Hace algunos años, la Fundación Colonial de Williamsburg se hizo de una inusual pintura que  compró a un comerciante de antigüedades de Virginia.

A primera vista, pasaríamos por alto el cuadro, pues es otro retrato —uno mal pintado— de un hombre joven, blanco y rico del siglo XIX. No hay nada excepcional ni valioso en él. Su autor no conocía las técnicas del manejo de la luz, de modo que los colores, planos y sin matices, rellenan de manera uniforme el fondo, el saco y la cara del retratado que, inmóvil, parece más una figura de cartón que una persona.[1]

El óleo era parte de la herencia de una mujer de Connecticut. Al descolgarlo de la pared, descubrió algo inesperado. Al darle la vuelta, el bastidor de madera, que sostiene y tensa al lienzo, se vuelve el marco de otra pintura. La imagen oculta detrás del retrato, titulada Virginian Luxuries, se divide en dos. Del lado derecho, el dueño de la plantación —la organización agrícola más común de la Colonia y de la primera mitad del siglo XIX— golpea con un fuete la espalda desnuda de un esclavo. Del lado opuesto, un hombre blanco, que viste la misma ropa que el retratado, besa a una esclava africana.

A pesar de las investigaciones históricas acerca del abuso sexual que las mujeres padecieron durante la esclavitud, no contamos con registros pictóricos de este tema. La mayor parte de la propaganda abolicionista expuso los castigos físicos que los amos imponían a los esclavos. Cientos de grabados y dibujos muestran los detalles de bozales, cadenas y grilletes. Sin embargo, estos abordan a la esclavitud sin atender  las diferencias entre hombres y mujeres, de modo que la experiencia aparenta ser la misma para todos. Así, es insólito encontrar una imagen que distingue, con tanta crudeza, lo que aquello significó no solo en términos raciales, sino de género.

También hay que reconocer el ingenio de esta denuncia. El lienzo público depende de la escena oculta, es decir, el privilegio y la prosperidad del retratado son posibles gracias al abuso laboral, físico y sexual. Por lo tanto, la pobreza no es el antónimo de la riqueza, sino su contraparte. Así, la estructura y los materiales del arte son una metáfora crítica de la economía estadounidense de la época.

Se han propuesto varias interpretaciones desde que la pintura se expuso al público. Algunos han querido ver un gesto romántico en las manos que el hombre pone en las mejillas de la esclava. Otros insinúan que ella expresa su consentimiento porque “no parece oponer resistencia”. Concluyen entonces que no es una denuncia de la esclavitud, sino un reproche santurrón de la inmoralidad de los sureños pues, aunque el sexo y el matrimonio interraciales estaban prohibidos por la ley, ambos eran una práctica secreta pero común.

Quienes así lo argumentan pierden de vista que la pareja fue pintada junto a la escena en la que un hombre golpea a su esclavo y detrás de un retrato. Cuando dos o más imágenes se juntan, cambia su significado, cosa que hizo el pintor.En vez de analizarlas por separado debemos considerar que son una unidad. El mensaje es claro: esta es una denuncia del abuso físico y sexual en las plantaciones del sur de Estados Unidos.

Otros creen que el óleo es una sátira del movimiento de emancipación. Y es cierto que en este periodo se imprimieron grabados que intentaban persuadir a la población en contra de las relaciones con afroamericanos. Sin embargo, este tipo de caricaturas utiliza ciertos recursos que no están presentes en Virginian Luxuries. Por ejemplo, The Amalgamation Waltz reúne a hombres y mujeres de distintas razas en un salón de baile. El dibujante se esmeró en los rasgos de los africanos; borrando todo rastro de su apariencia humana, los representó como simios.

 Esta era una estrategia muy común, que se repetía tanto en Europa como en América, de modo que su ausencia en Viriginian Luxuries –así como la falta de otros elementos cómicos– demuestra que la imagen no es una caricatura contra la abolición sino una denuncia de la esclavitud.

A pesar de su osadía, es muy importante detenerse en el autor de esta obra. Joshua D. Rothman, experto en la historia del sur de eua y profesor de la Universidad de Alabama,  nos advierte que el sexo interracial solo entraba a la discusión pública cuando un hombre blanco quería destruir la reputación de otro.[2] Así, el motivo principal de la pintura es deslegitimar a la élite de Virginia. Es más probable que sea parte de una agenda política que una defensa de las mujeres afroamericanas.

Todavía hay algo más que decir acerca del pretendido consentimiento sexual de las esclavas. Un nuevo giro en la academia de historia ha enfatizado la decisión y la capacidad de negociación de los africanos frente a los blancos. Al respecto, Joshua D. Rothman recupera el caso de Angela Barnett, una mujer libre de color que fue encarcelada y consiguió un indulto después de quedar embarazada, en prisión, de un convicto blanco. Por su parte, Eric Foner rescata el interesante testimonio de Madison Hemings, cuya madre, Sally Hemings, quedó embarazada de Thomas Jefferson en París. Ella se rehusó a regresar a Virginia, pues sabía que la esclavitud era ilegal en Francia. Madison asegura que Hemings y Jefferson llegaron a un acuerdo: ella regresaría a Estados Unidos solo si él aceptaba emancipar a sus hijos.[3] A pesar de estos casos, no debemos estirar los nuevos matices con los que ahora nos acercamos a la historia de la esclavitud, como la posibilidad de negociar, para afirmar, por ejemplo, el consentimiento sexual sin cortapisas.

La desigualdad económica, política y social de las mujeres compromete hoy, como lo ha hecho antes, la libertad con la que tomamos ciertas decisiones. En un contexto de poca movilidad social y de acceso dispar a la justicia ciertas grietas se vuelven vías de escape: es el caso de Hemings y de Barnett. Si aceptamos que el sexo está determinado por la cultura específica en la que vivimos, ¿qué tipo de consentimiento y qué significado adquieren las relaciones sexuales en circunstancias de desigualdad? Mejor aún, considerando el perfil del pintor de Virginian Luxuries y la situación política que le permitió tocar el tema, debemos preguntarnos cuáles son los casos de violación relevantes para la opinión pública, en qué coyunturas se vuelven parte del debate político. En suma, ¿qué provoca que le pongamos atención a algo, todavía tan cotidiano, como el abuso sexual?

 



[1]Tomado de Elise Lemire, “Miscegenation”. Making Race in America, eua, University of Pennsylvania Press, 2002, p. 54.

[2]Joshua D. Rothman, Notorious in the Neighborhood. Sex and Families Across the Color Line in Virginia, 1787-1861, Estados Unidos, The University of North Carolina Press, 1993, p. 5.

[3]Eric Foner, “The Master and the Mistress”, New York Times, 3 de octubre de 2008.

 

 

 

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(Ciudad de México, 1986) estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Es editora.


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