AdiĆ³s a la tribu

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Jon Juaristi acaba de publicar unas memorias atĆ­picas (Cambio de destino, Seix-Barral, 2006), centradas en la historia de su relaciĆ³n sentimental con Bilbao ā€“su ciudad natal y en la que viviĆ³ hasta que le fue literalmente imposibleā€“ y en su descubrimiento, acercamiento y ruptura con el nacionalismo vasco, dejando de lado todos los demĆ”s aspectos de su vida.

El orbe hispano, a diferencia del anglosajĆ³n, no ha sido particularmente prĆ³digo en memorias, diarios y autobiografĆ­as, quizĆ” culturalmente precavido ante el riesgo de exponer fantasmas y miedos ocultos. Sin embargo, la anormalidad democrĆ”tica del PaĆ­s Vasco ha sido tan flagrante, determinada en exclusiva por la presencia de un grupo terrorista durante dĆ©cadas, que no son pocos los autores que han sentido la necesidad vital, y la obligaciĆ³n intelectual, de dejar por escrito su historia. De este rasgo excepcional es que nacen las memorias de JosĆ© RamĆ³n Recalde, Fernando Savater o Mario OnaindĆ­a. Vidas paralelas que recorren un itinerario comĆŗn: del apoyo y entusiasmo juvenil ante el renacimiento cultural vasco, al rechazo de la aquiescencia entre nacionalismo y violencia.

La peculiaridad de las memorias vascas de Jon Juaristi es que se trata de unas memorias intelectuales, como si la historia de su vida ā€“por quĆ© noā€“ fuera sobre todo la historia de los libros que leyĆ³ y que ha escrito. La entrevista se realizĆ³ en una larga sesiĆ³n de trabajo en la redacciĆ³n madrileƱa de la revista. Las tres Ćŗltimas preguntas, contestadas por escrito, se aƱadieron despuĆ©s de que ETA declarara un alto al fuego permanente.

 

Lo primero que sorprende al leer Cambio de destino es que, a diferencia de la mayorĆ­a de los miembros de tu generaciĆ³n, tĆŗ descubres el nacionalismo vasco a travĆ©s de los libros, por vĆ­a intelectual.

SĆ­, soy un caso algo atĆ­pico. Lo normal es que la transmisiĆ³n del nacionalismo se efectĆŗe a travĆ©s de una narrativa sentimental, dentro del cĆ­rculo familiar. Yo tenĆ­a acceso a un par de bibliotecas familiares (una rareza en el mundo nacionalista, porque los nacionalistas no suelen ser bibliĆ³filos). Una de ellas, la de mi abuelo paterno, era una buena biblioteca ā€œvasquistaā€, con muchos de los libros fundamentales de la literatura fuerista del XIX, de los historiadores romĆ”nticos y post-romĆ”nticos, de los clĆ”sicos de la literatura nacionalista del siglo XX y de publicaciones filolĆ³gicas. De hecho, la utilizamos a finales de los aƱos sesenta y en los aƱos setenta para reeditar clĆ”sicos vascos en ediciones de bolsillo, con el poeta Gabriel Aresti y la editorial Lur.

Yo era un niƱo mĆ”s bien debilucho, gordito, bajo, y obviamente la ā€œerudiciĆ³nā€ me vino muy bien para compensar estas limitaciones fĆ­sicas. Y sobre todo para crear un mundo paralelo. AsĆ­ como otros ā€“pienso en Fernando Savaterā€“ lo hacĆ­an por la vĆ­a de la literatura de aventuras, desde Walter Scott hasta Stevenson, mi mundo privado consistĆ­a fundamentalmente en esa literatura que tenĆ­a un sesgo claramente tradicionalista y arcaizante. En el mundo triste y polvoriento de la Bilbao de los aƱos sesenta la biblioteca de mi abuelo fue para mĆ­ una vĆ­a de evasiĆ³n de la murria cotidiana.

 

En El bucle melancĆ³lico estudias cĆ³mo la tradiciĆ³n vasca es un invento romĆ”ntico o tardorromĆ”ntico del XIX y cĆ³mo muchos de los supuestos y arquetipos por los que algunos estĆ”n dispuestos a asesinar, no son una verdad histĆ³rica sino mĆ”s bien una creaciĆ³n literaria. ĀæCuĆ”l serĆ­a el retrato hablado de esa construcciĆ³n mĆ­tica?

En el XIX se construye una identidad vasca que sustituye a otra anterior. Habƭa una identidad tradicional vasca, muy espaƱola, que consideraba lo vasco como quintaesencia de lo espaƱol. Esta identidad tradicional habrƭa surgido con el imperio hispƔnico, en el siglo XVI, y fundamentalmente estaba caracterizada por dos factores: por una parte, los vascos se consideran los espaƱoles mƔs antiguos, por tanto, los que mƔs derecho tienen a ostentar nobleza y privilegios; y son, por otra, los cristianos viejos por excelencia. Es decir, espaƱoles acrisolados y cristianos viejos puros. La limpieza de sangre es un rasgo fundamental de esa identidad tradicional vasca.

Cuando EspaƱa se vuelve liberal, ambos factores, el de la nobleza colectiva y el valor castizo de la limpieza de sangre, se devalĆŗan, y la reacciĆ³n por parte de un sector de la sociedad vasca fue reciclar esta identidad tradicional y transformarla sobre las bases racialistas de la etnologĆ­a romĆ”ntica, pasando tambiĆ©n a travĆ©s de la literatura, especialmente de algunos gĆ©neros fundamentales de la narrativa romĆ”ntica, como la novela histĆ³rica o la leyenda.

En este sentido, el proceso es muy parecido al que se dio en otras partes de Europa y AmĆ©rica, pero en el caso vasco hay una paradoja muy curiosa que se ha puesto de relieve recientemente en un libro excepcional, La tierra del martirio espaƱol, de un joven historiador, Fernando Molina Aparicio. La tesis de este libro, cuyo tĆ­tulo es una expresiĆ³n que utiliza GaldĆ³s para referirse al PaĆ­s Vasco en uno de los Episodios nacionales, es que, efectivamente, el fuerismo del siglo XIX diseƱa una nueva identidad romĆ”ntica, pero la novedad que descubre Molina es que quien pone en circulaciĆ³n esa identidad es el nacionalismo espaƱol; es decir, el nacionalismo espaƱol liberal, y dentro de Ć©ste, su corriente mĆ”s de izquierda, el republicanismo, que irĆ­a desde los federales de Pi y Margall hasta los posibilistas de Castelar. Lo que demuestra Molina es que en los aƱos del sexenio revolucionario, paralelamente a la tercera guerra carlista, aparece una literatura antifuerista, de signo ultraliberal y revolucionario, que sostiene que los vascos son una naciĆ³n distinta de EspaƱa. Esa literatura identifica ā€œvascosā€, ā€œcarlismoā€ y ā€œfuerosā€, y sostiene que la permanencia de la insurrecciĆ³n carlista en el PaĆ­s Vasco se debe a que los vascos no forman parte de la naciĆ³n espaƱola. Esto es algo que ya me habĆ­a sorprendido al leer a algunos de los autores fundamentales de la corriente liberal espaƱola del XIX, de Pi y Margall a Blasco IbƔƱez. Efectivamente, de vez en cuando aparecĆ­a esta idea de que los vascos no son espaƱoles, pero siempre lo habĆ­a tomado como una consecuencia del radicalismo republicano ā€“lo que desde el marxismo se tachaba de ā€œradicalismo pequeƱo-burguĆ©sā€ā€“ que impregna esa literatura, tan bien estudiada por JosĆ©-Carlos Mainer. Pero lo que querĆ­an los liberales radicales es que los vascos y los carlistas, que para ellos eran la misma cosa, se independizasen de una vez y dejasen en paz a EspaƱa para que Ć©sta pudiera ser una naciĆ³n liberal como la Italia ā€œresurgidaā€, por ejemplo. Esa literatura liberal, que fundamentalmente se encauza a travĆ©s de la oratoria polĆ­tica y el periodismo, ya le deja el trabajo hecho a Sabino Arana, que se limita a recoger ese discurso.

 

Como si los liberales hubieran inventado un enemigo a modo…

Efectivamente. Lo que yo habĆ­a detectado en El linaje de Aitor es que el fuerismo romĆ”ntico, aunque crea una nueva identidad vasca, no la separa de la identidad espaƱola: esa identidad romĆ”ntica sigue siendo enfĆ”ticamente espaƱola, y aunque ya no se sostiene sobre los pilares de la pureza de sangre, sigue insistiendo en la idea de que lo vasco es lo mĆ”s esencial de EspaƱa. Molina Aparicio lo concreta mucho mĆ”s: dice que el fuerismo vasco del XIX era en realidad la expresiĆ³n del nacionalismo espaƱol en el PaĆ­s Vasco. Es interesantĆ­simo, sobre todo porque da la clave de lo que sucede en la Ć©poca de Isabel ii, la Ć©poca del liberalismo moderado. El liberalismo moderado es un liberalismo casi sin Estado; el Estado espaƱol de esa Ć©poca no es mĆ”s que un grupo de amigos que se reĆŗnen todos los aƱos a cenar y a hablar de cĆ³mo les va en sus respectivas provincias: todos los prĆ³ceres isabelinos se hacen retratar, como puede verse en el Museo RomĆ”ntico de Madrid, vestidos de maragatos o con el traje regional correspondiente. El fuerismo vasco
no es mĆ”s que otra expresiĆ³n de ese tipo de nacionalismo que vive en el mundo provinciano de la mesa camilla, con muchas seƱas de identidad, pero que en absoluto cuestiona la existencia
de una naciĆ³n espaƱola.

 

Y el siguiente paso serĆ­a, entonces, el etnicismo ultramontano de Sabino Arana.

SĆ­, pero con esta transiciĆ³n curiosa de una literatura liberal, que se autoproclama espaƱola y nacionalista, y que crea el fantasma de los vascos como naciĆ³n aparte.

Sabino Arana no era precisamente Giuseppe Mazzini, no era una lumbrera. La literatura nacionalista del XIX no produce grandes intelectuales, pero Sabino Arana podrĆ­a estar perfectamente a la cola de todos ellos. Era un grafĆ³mano, como sucede con muchos escritores de origen tradicionalista en la EspaƱa del XIX: allĆ­ donde hay un grafĆ³mano, alguien que llena miles y miles de pĆ”ginas, seguro que detrĆ”s hay un carlista o un tradicionalista al menos (el caso extremo serĆ­a MenĆ©ndez Pelayo). Sabino Arana, efectivamente, llenĆ³ unos cuantos miles de pĆ”ginas, pero sin demasiadas ideas. Las pocas que aparecen son malas y ademĆ”s no son originales. Arana es un caso muy claro de resentimiento: es un hijo de carlistas derrotados, amargado, enfurecido por la derrota y por la ruina familiar, que se pasa al integrismo,
y que subraya el componente religioso de una opciĆ³n polĆ­tica, en este caso del carlismo. DespuĆ©s del integrismo, se pasa al nacionalismo vasco. Es decir, lo que hace es darle la vuelta a ese discurso liberal y decir que, efectivamente, los vascos no son espaƱoles, porque EspaƱa es liberal y los vascos no pueden ser liberales, luego tampoco espaƱoles.

Eso tiene bastante que ver con el fenĆ³meno del integrismo en EspaƱa. El integrismo es una derivaciĆ³n tardĆ­a del carlismo, que se acaba manifestando en la escisiĆ³n de Nocedal y sus seguidores, en 1888. Los integristas retiran del viejo lema tradicionalista ā€œDios, patria y reyā€ el elemento ā€œreyā€, porque creen que el rey les ha traicionado transigiendo con el liberalismo, y conservan los otros dos elementos del lema: ā€œDiosā€ y ā€œpatriaā€. Lo que sucede es que en el pensamiento tradicionalista la patria no se puede entender sin el rey, ni el rey sin la patria, que son aspectos del mismo elemento. La patria es el conjunto de obligaciones que los antepasados de uno han contraĆ­do con la dinastĆ­a legĆ­tima; si se quita la dinastĆ­a, no hay patria posible. Al desdibujarse la patria, los integristas se quedan sin una dimensiĆ³n de naciĆ³n o de Estado ā€“la que tenĆ­a el carlismo era muy dĆ©bil, pero ahora la pierden por completo. AsĆ­ pues, no tienen mĆ”s remedio que acogerse a las pequeƱas patrias regionales, las patrias de campanario: primero a Vizcaya, despuĆ©s al PaĆ­s Vasco, en el caso de Arana.

En CataluƱa se da un fenĆ³meno muy parecido. Hay una figura en CataluƱa que a mĆ­ me parece paralela a Sabino Arana: mosĆ©n Antonio MarĆ­a Alcover, que en realidad era mallorquĆ­n. Alcover es coetĆ”neo estricto de Sabino Arana y de Unamuno, y sufre la misma transmutaciĆ³n polĆ­tica que el primero de Ć©stos. Era un hijo de masoveros carlistas de Manacor que llegĆ³ a ser canĆ³nigo en Palma y una figura de importancia destacadĆ­sima en el primer catalanismo. SecundĆ³ la escisiĆ³n integrista del carlismo en el 88, y siguiĆ³ siendo integrista hasta que se encontrĆ³ con Prat de la Riba y Ć©ste lo atrajo a Solidaridad Catalana, que lo recibiĆ³ como el gran patriarca del nacionalismo cultural. Se incorporĆ³ al nacionalismo catalĆ”n y permaneciĆ³ en sus filas hasta la muerte de Prat de la Riba. Digamos que descubriĆ³ asĆ­ su ā€œpatriaā€, que se le habĆ­a desvanecido en la aventura integrista. El lema que se autoimpuso Alcover, ā€œDĆ©u i la llengua vetllaā€, es muy parecido al que adoptĆ³ Sabino Arana: ā€œDios y la ley viejaā€. Alcover no pudo echar mano de los fueros porque en CataluƱa no habĆ­a fueros desde la Ć©poca de Felipe V pero recurriĆ³ a un elemento equivalente para reconstruir el lema tradicionalista. Sabino apelĆ³ a los fueros porque Ć©stos se identificaban de alguna forma con la patria perdida, la EspaƱa absolutista. ā€œDios y la ley viejaā€ sigue siendo a estas alturas el lema del Partido Nacionalista Vasco.

 

Volviendo a tus memorias, ĀæquĆ© habĆ­a de atractivo en esa literatura para que te cautivara al grado en que lo hizo, convirtiĆ©ndote en un nacionalista vasco?

Creo que transmitĆ­a una ensoƱaciĆ³n romĆ”ntica, una melancolĆ­a. En El linaje de Aitor intentĆ© describir el dispositivo romĆ”ntico de construcciĆ³n de una identidad a travĆ©s de una literatura heroica o seudo-heroica, que podĆ­a cumplir un papel semejante al que en el conjunto de mi generaciĆ³n espaƱola cumplieron las novelas histĆ³rico-romĆ”nticas o las de aventuras, esa tradiciĆ³n del XIX, heredera de Walter Scott. Obviamente, se trata de una literatura de mucha menor calidad intelectual que la gran literatura de Stevenson, Dumas, etcĆ©tera, pero,
en combinaciĆ³n con esa literatura romĆ”ntica, podĆ­a producir efectos de exultaciĆ³n parecidos.

Desde luego yo no fui el primero. Hasta Unamuno pasĆ³ por una fase parecida, y sus lecturas de adolescencia no fueron muy distintas a las mĆ­as. Por otra parte, el franquismo, y es importante tenerlo en cuenta, recupera como literatura edificante toda una tradiciĆ³n del xix que es muy semejante a la que yo leĆ­a. Lo que se lee en la EspaƱa franquista en los cincuenta y sesenta, la ā€œbiblioteca adolescenteā€, era esa literatura romĆ”ntica de tipo scottiano, desde Ivanhoe hasta La isla del tesoro, y eso se mezcla con algunos de los textos fundamentales de la tradiciĆ³n romĆ”ntica privativa vasca. Por ejemplo, Amaya o los vascos en el siglo VIII, una de las novelas mĆ”s leĆ­das por los niƱos espaƱoles, en general, durante esos aƱos. Su traslaciĆ³n cinematogrĆ”fica se consideraba como lo mĆ”s aconsejable para que los niƱos pasaran las tardes de domingo en los cines parroquiales. No sĆ© cuĆ”ntas veces he leĆ­do Amaya, pocas, pero desde luego he visto un montĆ³n de veces la pelĆ­cula de Luis Marquina, un film franquista del aƱo 52, con unos valores claramente nacional-catĆ³licos y antisemitas, que termina con una ā€œedificanteā€ matanza de judĆ­os en las calles de Pamplona por los vascos. Eso, sĆ³lo siete aƱos despuĆ©s del fin de la Segunda Guerra Mundial, ilustra mejor que nada el aislamiento mental y moral del rĆ©gimen franquista.

 

A diferencia de la mayorĆ­a de los miembros de tu generaciĆ³n, tĆŗ decides aprender euskera y lo haces por tu cuenta.

No fui el Ćŗnico que emprendiĆ³ un aprendizaje autodidĆ”ctico del euskera; los que lo hicimos asĆ­ Ć©ramos en mi generaciĆ³n un sector minoritario, por lo menos en Bilbao. Lo aprendimos en viejos manuales y gramĆ”ticas, escritos muchos de ellos antes de la Guerra Civil, y que vinieron a nuestras manos por vĆ­as diversas y fortuitas. Yo, por ejemplo, habĆ­a visto un mĆ©todo de euskera en el escaparate de una librerĆ­a de Las Arenas, y sabĆ­a que ahĆ­ estaba la clave para entender lo que decĆ­an las aldeanas que pasaban todas las maƱanas por delante de mi casa hablando en una lengua extraƱƭsima. ConseguĆ­ hacerme con Ć©l y comencĆ© asĆ­ mi aprendizaje del vasco.

Fue un aprendizaje emprendido en la adolescencia como una manĆ­a personal, idiosincrĆ”sica, para blindar de alguna forma ese mundo privado que era una especie de paraĆ­so cerrado. Tengo claro que tiene mucho que ver con una deriva personal autista, no patolĆ³gica, pero sĆ­ cultural. Esto habrĆ­a que situarlo dentro de un sĆ­ndrome general de pertenencia al bando derrotado y por tanto, excluido; excluido no sĆ³lo socialmente sino tambiĆ©n de la cultural oficial y del imaginario simbĆ³lico dominante. La alternativa era construir una cultura clandestina, solitaria, porque no habĆ­a ningĆŗn tejido social orgĆ”nico que nos permitiera a los aprendices solitarios ponernos de acuerdo entre nosotros, en esa Ć©poca y a esas edades.

 

Llama la atenciĆ³n de tus memorias descubrir un PaĆ­s Vasco alejado de la imagen de resistencia heroica y que acepta, salvo los hijos de los derrotados estrictamente, con mĆ”s indiferencia que complacencia, las coordenadas bĆ”sicas del franquismo. Uno descubre, sobre todo en la Bilbao de los cincuenta y sesenta, una ciudad que estĆ” acomodada a las nuevas circunstancias, simplemente.

Es que Bilbao era una ciudad franquista. Es mĆ”s, yo creo que gran parte de la retĆ³rica del franquismo se habĆ­a formado en Bilbao. El lenguaje literario del fascismo espaƱol surge en Bilbao en los aƱos veinte en torno a la Escuela Romana del Pirineo y a la revista Hermes, que por otro lado estaba financiada por los nacionalistas. Ese mundo simbĆ³lico de la Bilbao de los aƱos cuarenta y cincuenta en gran parte habĆ­a hecho suyo el lenguaje del fascismo espaƱol. Y no sĆ³lo los triunfadores: la mayorĆ­a social habĆ­a legitimado, aunque fuera con su silencio, el triunfo del franquismo.

El mundo nacionalista, minoritario, se movĆ­a en unos Ć”mbitos sociales y geogrĆ”ficos muy claros dentro de las ciudades. En Bilbao era el mundo del casco viejo, de las familias de la pequeƱa burguesĆ­a que habĆ­an suscitado el primer nacionalismo hacĆ­a no tanto tiempo ā€“el PNV se habĆ­a fundado en 1895; en la Guerra Civil tenĆ­a cuarenta aƱos de existencia. El mundo nacionalista lo componĆ­a una cierta clase media que no habĆ­a conseguido tampoco rebasar las fronteras de Bilbao. En la Guerra Civil, el campo vasco seguĆ­a siendo mayoritariamente carlista. La Bilbao de la posguerra era una vieja ciudad industrial, con una alta burguesĆ­a financiera, que en la guerra habĆ­a optado por el alzamiento contra la RepĆŗblica. La pequeƱa burguesĆ­a tuvo siempre en ella una presencia dĆ©bil y se habĆ­a ido difuminando. Una cosa que a mĆ­ me sorprendiĆ³ retrospectivamente, en los ochenta, era la absoluta opacidad de la cultura nacionalista en Bilbao desde la Guerra Civil casi hasta la muerte de Franco; el nacionalismo vasco o se vivĆ­a en la privacidad estricta de las familias, como era mi caso, o simplemente estaba en una situaciĆ³n quĆ­mica de extraƱa suspensiĆ³n inactiva, y lo que lo catalizĆ³ fue la apariciĆ³n de ETA en los sesenta. Hasta entonces distaba de ser un fenĆ³meno social perspicuo.

 

Por estas razones personales decides dar un paso adelante inmenso y formar parte de ETA. Tu papel en la banda terrorista se limitĆ³ a ser un correo, bastante ineficaz por otra parte…

Como todos en aquellos aƱos. Me alegro de haber contribuido a la colecciĆ³n de inĆŗtiles de la banda. Hay memorias que lo cuentan mejor. Por ejemplo, las de Teo Uriarte ā€“yo dirĆ­a que, en un momento dado, la cabeza mĆ”s sensata que quedĆ³ al frente de etaā€“, que han aparecido el aƱo pasado. Teo, que viviĆ³ dentro del cogollo de los ā€œliberadosā€, cuenta unas historias espantosas de ineficacia, tan espantosas que uno no se explica cĆ³mo la policĆ­a no acabĆ³ con la banda, aunque, es justo decirlo, tampoco es que la policĆ­a franquista fuera brillantĆ­sima.

AdemĆ”s, en los inicios de los sesenta se ve a ETA como una extraƱa excrecencia del nacionalismo, que les podĆ­a plantear algĆŗn problema sĆ³lo en el caso de que los comunistas la infiltrasen o se aprovechasen de ella.

 

Los fantasmas y las obsesiones ideolĆ³gicas del propio Franco y su rĆ©gimen le imposibilitaron descubrir las dimensiones de lo que se estaba gestando…

Es que Franco era muy vasquista, como toda la derecha espaƱola. TenĆ­a una especie de adoraciĆ³n por los vascos: veraneaba en San SebastiĆ”n, asistĆ­a al frontĆ³n, le encantaban los obispos vascos, por supuesto, y los futbolistas, a los que admiraba. El AthlĆ©tic de Bilbao de Zarra, Canito, etc., era el equipo emblemĆ”tico del rĆ©gimen, la quintaesencia del casticismo espaƱol.

 

De la historia de ETA me interesa no tanto tu saga personal, que es bastante chusca y por suerte, inocua, sino algunas de las claves que das en el libro. Una, la importancia del primer asesinato que comete la banda, como una necesidad tƔcita de forzar las tornas y que no haya un paso atrƔs.

La izquierda tiende a infravalorar el acontecimiento y a valorar mucho las estructuras y las continuidades. Stendhal decĆ­a que lo imprevisto irrumpe en la historia y acaba poniendo patas arriba todo lo que antes se consideraba constante. Efectivamente, hay un encuentro fortuito entre dos activistas de ETA, muy jĆ³venes los dos, IƱaki Sarasqueta y Javier EchevarriETA, y un guardia civil de trĆ”fico, JosĆ© Pardines, aproximadamente de su misma edad ā€“estamos hablando de un mundo donde los activistas mĆ”s viejos tenĆ­an veintitrĆ©s aƱos. Ese encuentro fortuito se resuelve trĆ”gicamente cuando Echevarrieta mata a Pardines. En el momento en que se derrama la primera sangre, hay un sector de la sociedad vasca que lo asume y se solidariza con la responsabilidad de Echevarrieta y vuelve a coagularse una comunidad nacionalista que no existĆ­a sino en estado virtual: tras la Guerra Civil habĆ­a desaparecido o flotaba en ese estado de suspensiĆ³n al que antes me referĆ­a. Hay como una cristalizaciĆ³n de esa comunidad en torno a ETA tras la muerte de Pardines y de EchevarriETA, que muere horas despuĆ©s tiroteado por guardias civiles. Por otra parte, hay algo importante: aunque el encuentro es fortuito, realmente se estaba buscando…

 

IƱaki Sarasqueta ha contado posteriormente que Javier Echevarrieta disparĆ³ por la espalda…

Frente a lo que habĆ­a sido el relato heroico del nacionalismo ā€“que Echevarrieta disparĆ³ sobre Pardines para defenderseā€“, Echevarrieta disparĆ³ sobre Pardines cuando Ć©ste estaba agachado comprobando la matrĆ­cula del coche. A pesar del carĆ”cter fortuito del acontecimiento, se buscaba y se necesitaba ese enfrentamiento violento del nacionalismo con el franquismo. ĀæPero para quĆ©? En mi opiniĆ³n, y es algo que cada vez estĆ” mĆ”s claro, lo que necesitaba el nacionalismo vasco era detener la historia, es decir, impedir que ese franquismo crepuscular se encaminase hacia una soluciĆ³n democrĆ”tica. Necesitaba que el franquismo se estancase en una situaciĆ³n como la de los aƱos sesenta, que para el mundo social del nacionalismo vasco era cuasiperfecta. ĀæPor quĆ©? Porque el PaĆ­s Vasco estaba en una fase de prosperidad econĆ³mica innegable, debido fundamentalmente a la inversiĆ³n del ahorro espaƱol en el PaĆ­s Vasco y CataluƱa y a la mano de obra emigrante. Esto tenĆ­a sus inconvenientes para la mentalidad del nacionalismo: la convivencia con lo que los nacionalistas llamaban el extranjero, el maketo, podĆ­a suponer un elemento incĆ³modo, pero por otra parte eso beneficiaba al PaĆ­s Vasco y a sus clases medias. Entonces, era una necesidad perentoria la de impedir que se evolucionase hacia un sistema distinto, con una distribuciĆ³n territorial mĆ”s equitativa de la renta nacional. Para frenar la historia, el PNV ya no servĆ­a, hacĆ­a falta una nueva organizaciĆ³n capaz de hacer involucionar al rĆ©gimen. De ahĆ­ que el propio nacionalismo vasco, que no se habĆ­a caracterizado precisamente por hacer una resistencia feroz al rĆ©gimen en las Ć©pocas duras del franquismo, emergiera en los aƱos sesenta en medio de lo que era ya una cierta delicuescencia terminal del rĆ©gimen.

Ahora bien, la muerte de Pardines es un hito fundamental, pero no definitivo. Lo decisivo fue lo que siguiĆ³ a las muertes de Pardines y EchevarriETA, en el verano del 68, cuyo significado se nos escapĆ³, porque sĆ³lo fuimos conscientes del mismo a posteriori: en ese momento ETA franquea la frontera del terrorismo y decide, despuĆ©s del crimen ā€œfortuitoā€ de Pardines, planear el asesinato de MelitĆ³n Manzanas. Ɖse es el paso decisivo.

Otro factor al que generalmente no se suele dar demasiada importancia: la revoluciĆ³n interna de la Iglesia espaƱola en esos aƱos. No sĆ³lo es el Concilio Vaticano Segundo, hay algo previo: la necesidad de unos sectores de la Iglesia espaƱola de tomar distancia respecto al rĆ©gimen y comenzar a contar una historia distinta, crear un relato sobre la Guerra Civil que se separase del oficial. Ese relato se va construyendo a lo largo de los sesenta, y se empieza a contar una nueva historia donde las principales vĆ­ctimas de la guerra son los nacionalismos y en general, los regionalismos catĆ³licos. Por tanto, un sector de la Iglesia, el de la periferia espaƱola, puede arrogarse tambiĆ©n la condiciĆ³n de vĆ­ctima de la Guerra Civil. Eso es importante, porque los jĆ³venes de familias nacionalistas y catĆ³licas del PaĆ­s Vasco estĆ”bamos muy directamente en contacto con este nuevo credo, el del etnocatolicismo, por llamarlo de alguna forma.

El Consejo de Guerra de Burgos, en diciembre de 1970, proporciona la primera ocasiĆ³n para la manifestaciĆ³n pĆŗblica de esa nueva comunidad nacionalista que ha surgido al albur de la conversiĆ³n de ETA en una organizaciĆ³n terrorista, pero las bases ya estaban puestas. La catalizaciĆ³n se produjo en el 68. Burgos fue la ocasiĆ³n para poner a prueba la capacidad de movilizaciĆ³n del nuevo nacionalismo.

 

Y el asesinato de Carrero Blanco, en esta lĆ­nea, construye en el imaginario popular vasco la idea de una organizaciĆ³n poderosa, cosa que nunca habĆ­a sido, capaz de matar a un jefe de Gobierno.

SĆ­, eso estimula mucho la megalomanĆ­a de ETA, una nueva ETA reconstruida despuĆ©s de la VI Asamblea. A Carrero Blanco ya lo mata la eta-militar. Ante lo que son los primeros pasos en el terrorismo, hay una especie de inflexiĆ³n general de esa generaciĆ³n de los sesenta, de la base de ETA, que dice ā€œhemos llegado demasiado lejosā€, que tiene mucho que perder, que estĆ” muy en contacto con las organizaciones clandestinas espaƱolas de esos momentos, y que ve claramente que por ahĆ­, por la vĆ­a del terrorismo nacionalista, no se va a ninguna parte. En ese sentido, yo no me salĆ­ de ETA, yo me quedĆ© con los mĆ­os, con lo que era ETA en esos momentos, que, en su VI Asamblea (1970), se convirtiĆ³ en una organizaciĆ³n marxista-leninista y rompiĆ³ con el nacionalismo y el terrorismo. Los perdedores de esa vi Asamblea refundaron ETA y la convirtieron en una organizaciĆ³n blindada, evitando todo debate polĆ­tico interno, para impedir que se volviera a producir ese proceso de, como ellos decĆ­an, ā€œliquidaciĆ³n del problema nacionalā€. Lo que se propugnaba y se consiguiĆ³ fue el dominio de la nueva organizaciĆ³n, eta-militar, por los pistoleros.

 

Una de las paradojas mƔs terribles de ETA es que, al luchar contra la dictadura franquista, muchos asumieron que luchaba tambiƩn a favor de la democracia y esto era falso.

Pero esa es una percepciĆ³n errada de la oposiciĆ³n clandestina del franquismo ā€“de la cual una buena parte, por cierto, tampoco luchaba por la democraciaā€“, no de eta.

Por eso mismo es tan sorprendente que justamente cuando EspaƱa se encamina por fin hacia la democracia, hacia el pacto ciudadano, es cuando ETA, sin los amarres represivos de la dictadura, realmente se vuelve la protagonista del Paƭs Vasco.

ETA lo que hace es seguir fiel como una brĆŗjula rota a lo que era el objetivo inicial. Es una organizaciĆ³n que ha surgido para evitar la evoluciĆ³n del franquismo hacia la democracia, y concibe el final de su lucha como un pacto entre dos Estados totalitarios, EspaƱa y Euskadi, sometidos a dictaduras militares. ETA nunca ha imaginado el final de otra forma que un pacto de poder fĆ”ctico-militar a poder fĆ”ctico-militar entre Estado Vasco y Estado EspaƱol.

Hay un individuo curioso que se mueve en el PaĆ­s Vasco de los primeros aƱos de la transiciĆ³n, el antiguo ministro de Interior del Gobierno vasco durante la Guerra Civil, Telesforo MonzĆ³n, un tĆ­pico fascista europeo de los treinta, comparable con JosĆ© Antonio Primo de Rivera, pero en nacionalista vasco. MonzĆ³n reaparece como el gurĆŗ social del movimiento que se crea en torno a ETA en los primeros aƱos de la transiciĆ³n. MonzĆ³n encabezĆ³ el movimiento polĆ­tico de apoyo a eta-militar. Al mismo tiempo, otra parte de ETA se descuelga del terrorismo mediante lo que se llamĆ³ en su momento la ā€œestrategia del desdoblamientoā€, que darĆ” lugar en los ochenta a una organizaciĆ³n de izquierda pacifista, Euskadiko Ezkerra, cuyos sucesivos secretarios, Mario OnaindĆ­a y Kepa Aulestia hicieron una especie de reconstrucciĆ³n palinĆ³dica de su paso por ETA. El argumento de Mario y de Kepa es que la ETA del tardofranquismo en realidad era una organizaciĆ³n que luchaba por la democracia. Yo creo que esto es insostenible, ahĆ­ estĆ” mi discrepancia fundamental con ellos, la que me llevĆ³ a salir de Euskadiko Ezkerra en su momento, porque creo que es una reconstrucciĆ³n poco honesta. Lo cierto es que efectivamente hubo un sector de ETA que evolucionĆ³ pronto y rĆ”pidamente hacia la democracia y que distorsionĆ³, quizĆ” con las mejores intenciones, la propia historia de eta.

 

En tu libro muestras cĆ³mo ETA condiciona la vida del PaĆ­s Vasco, no sĆ³lo porque haya amenazados y no amenazados, sino porque produce una cierta degradaciĆ³n moral del nacionalismo. ĀæCuĆ”l es la incidencia de ETA en la vida vasca?

El terrorismo destruye todos los dispositivos de discernimiento Ć©tico que existĆ­an en una sociedad muy catĆ³lica y que sabĆ­a dĆ³nde estaban las fronteras entre el bien y el mal. ETA impone su propia categorĆ­a Ć©tica con sus actos, una Ć©tica, o mejor, una an-Ć©tica de la facticidad. La gente empieza a no saber quĆ© estĆ” bien y quĆ© estĆ” mal. Los atentados imponen su propia valoraciĆ³n: ā€œalgo habrĆ”n hecho cuando ETA los mataā€. Por una parte, un sector de la poblaciĆ³n vasca se inhibe por miedo, y otro sector, lo que habĆ­a sido el franquismo visible, o bien desaparece del paĆ­s, o bien es exterminado o bien se mete en las catacumbas, y frente a eso hay una conciencia excedente, que estĆ” en la izquierda y en la derecha democrĆ”ticas, que se enfrenta al nacionalismo, pero que pasa por un verdadero calvario para subsistir.

 

Al terminar Cambio de destino, uno tiene la sensaciĆ³n de derrota, de que hay algo que ya nunca se va a poder recuperar. Y no sĆ³lo porque parte de la sociedad vasca tenga que vivir exiliada, callada o protegida, o porque sus mejores intelectuales enseƱen fuera de su universidad ā€“Elorza, UnzuETA, Fusi, Juaristi, Savater… Pienso en los planes de estudio de los colegios, basados en ese imaginario nacionalista que se convierte en verdad oficial. O en todo el entramado de intereses que genera el nacionalismo vasco y que hacen tan difĆ­cil su derrota.

Lo que existe en el PaĆ­s Vasco es un rĆ©gimen nacionalista que ha tenido la oportunidad de crear ā€“por abandono y claudicaciĆ³n de la oposiciĆ³n en unos perĆ­odos clave de la construcciĆ³n de la democraciaā€“ un paĆ­s a su imagen, dotĆ”ndolo de sus sĆ­mbolos como si fueran los sĆ­mbolos generales del PaĆ­s Vasco y conformĆ”ndolo segĆŗn sus intereses. Ha creado una red clientelar amplia y sĆ³lida que resulta muy difĆ­cil de desmontar. Uno no sabrĆ­a hasta quĆ© punto los intereses pĆŗblicos y los privados son distinguibles en el PaĆ­s Vasco, debido al manejo del trato fiscal. Ese rĆ©gimen ha creado tambiĆ©n una historia a su medida y ha montado unos dispositivos de exclusiĆ³n, algunos de ellos escandalosos; pero tambiĆ©n otros que funcionan en el mundo empresarial, en el universitario, en el cultural, etcĆ©tera, que han ido bombeando eficazmente hacia el exterior a los disconformes. A mĆ­ me sorprendĆ­a que en los ochenta, cuando Arzalluz comenzĆ³ a darse cuenta de la existencia de un sector incĆ³modo en el mundo cultural, su planteamiento no era ā€œpues lo siento si no estĆ”is conformes, porque estĆ”is en minorĆ­a y tendrĆ©is que intentar ganarnos en las urnasā€, sino: ā€œsi no estĆ”is conformes, fuera de aquĆ­, que ancha es Castillaā€. En ningĆŗn paĆ­s democrĆ”tico funciona esta lĆ³gica. Y claro, esto se ha traducido a la larga en un exilio, un exilio muy raro, porque no marchĆ”bamos al extranjero. Yo en Madrid no estoy en el exilio, porque estoy en un paĆ­s que es el mĆ­o y por-
que en fin, serĆ­a el primer exiliado de la historia al que cinco meses despuĆ©s de llegar lo nombran director general de algo… No es el formato de un exilio serio, pero sĆ­ hay un elemento de exclusiĆ³n y destierro que biogrĆ”ficamente ha supuesto una derrota: sĆ© que no puedo volver al PaĆ­s Vasco, sĆ© que aunque ETA desaparezca seguirĆ” siendo un lugar incĆ³modo y poco acogedor para mĆ­. Si a eso se suma el hecho de que muchos hemos rehecho nuestra vida en el exterior, enfrentar la perspectiva de que nuestros hijos crezcan en medio de la hostilidad del nacionalismo no es algo que nos apetezca. En mi caso, no veo posible el regreso.

 

ĀæCuĆ”l es tu lectura del alto al fuego declarado por ETA, y por quĆ© te has mostrado, en tus columnas de opiniĆ³n del ABC, tan escĆ©ptico?

Las razones de mi escepticismo no son hoy las mismas que en 1998, ante la penĆŗltima ā€œtreguaā€ de ETA, pero se parecen mucho. En primer lugar, tampoco ahora nos encontramos ante una organizaciĆ³n que se considere derrotada. Esto es importante. Quienes sĆ­ tenemos una sensaciĆ³n de derrota somos los vascos que nos consideramos espaƱoles. Muchos de nosotros vivimos lejos del PaĆ­s Vasco. Nos vimos obligados a irnos. Volver hoy, incluso de visita, se nos hace bastante incĆ³modo. No sĆ³lo porque ya hemos rehecho nuestra vida en otros lugares, sino porque la acogida al que regresa es hostil, displicente o paternalista. Lo he comprobado y creo que tĆŗ lo podrĆ”s comprender muy bien. ImagĆ­nate cĆ³mo se sentĆ­a un exiliado republicano al volver ā€“incluso de visita, insistoā€“ a la EspaƱa franquista de mediados de los sesenta, donde ya no lo iban a meter en la cĆ”rcel, pero donde seguĆ­an mandando los que ganaron la guerra. La sensaciĆ³n no debĆ­a de ser muy agradable.

 

ĀæPero, entonces, por quĆ© da ahora justamente este paso eta?

ETA cree que ha conseguido, al menos parcialmente, algunos de sus objetivos. Y tiene razĆ³n. Su actitud presente me recuerda mucho la del ERI y los republicanos irlandeses en vĆ­speras del acuerdo de Stormont. ETA ha interpretado el pacifismo del gobierno socialista como una claudicaciĆ³n. Saben ademĆ”s ā€“lo sabe todo el mundoā€“ que es un gobierno que se replegĆ³ ante el islamismo. Su transacciĆ³n con los nacionalistas catalanes no ha hecho mĆ”s que confirmar a ETA que se encuentra ante un gobierno que cede, que no quiere lĆ­os, y cuya Ćŗnica estrategia consiste en mantener aislada a la derecha. En tales circunstancias, el terrorismo estĆ” de sobra. El terrorismo es un mĆ©todo para alcanzar objetivos que serĆ­an inalcanzables si se respetasen las reglas del juego polĆ­tico. Pero si el propio gobierno se muestra partidario de cambiar las reglas, ETA alimentarĆ”, como es el caso, la esperanza de alcanzar tales objetivos en un nuevo marco polĆ­tico. Por supuesto, los socialistas afirman que no van a cambiar el marco constitucional de 1978, pero su alianza con los nacionalismos y la izquierda neocomunista les obligarĆ” a hacerlo. SĆ³lo es cuestiĆ³n de tiempo, de poco tiempo. Y ETA sabe esperar.

 

ĀæY cĆ³mo deja este nuevo panorama al nacionalismo vasco democrĆ”tico?

El nacionalismo vasco del siglo XXI no necesita ya a la ETA clĆ”sica, pero sigue necesitando a ETA. Me explicarĆ©: en el franquismo tardĆ­o, a ETA se le encomendaba la doble funciĆ³n de evitar la evoluciĆ³n del rĆ©gimen hacia la democracia y de encuadrar a los emigrantes en la lucha nacionalista. Durante la transiciĆ³n, sirviĆ³ como elemento de presiĆ³n sobre el gobierno para conseguir la gradual desapariciĆ³n de la presencia institucional del Estado en el PaĆ­s Vasco. Los objetivos iniciales no se alcanzaron: el franquismo se desvaneciĆ³ y el Partido Socialista de Euskadi y la derecha democrĆ”tica compitieron eficazmente con los nacionalistas por hacerse con el voto de la inmigraciĆ³n. Ahora bien, el Estado casi ha desaparecido del PaĆ­s Vasco. Es un hecho. ETA advierte muy bien ambos factores: en primer lugar, que la democracia ya es irreversible y, en segundo, que el Ć”mbito autonĆ³mico vasco estĆ” prĆ”cticamente libre de constricciones estatales. ĀæPara quĆ© sirve entonces el terrorismo? Ahora la clave de la hegemonĆ­a nacionalista no estĆ” tanto en el terrorismo como en la posibilidad de un resurgimiento del terrorismo.

En la EspaƱa de 2006 el terrorismo es engorroso para el propio nacionalismo vasco, en el que incluyo, claro estĆ”, a Izquierda Unida-Ezker Batua y al Partido Socialista de Euskadi. La estrategia frentista iniciada en 1998 por los firmantes del acuerdo de Estella ha triunfado. El PP ha quedado aislado tambiĆ©n en el PaĆ­s Vasco. El Ćŗnico problema interno del frente nacionalista estriba en saber quiĆ©n se quedarĆ” en el gobierno autonĆ³mico, dirigiendo el proceso soberanista o de autodeterminaciĆ³n, llĆ”malo como quieras. Se estĆ” hablando de una alternativa de izquierda al PNV, de una posible coaliciĆ³n PSE-Izquierda Unida-Batasuna. A mĆ­ esto me parece una memez; en cualquier caso, es de importancia muy secundaria. En mi opiniĆ³n, seguirĆ”n en lo posible el modelo catalĆ”n, sin la disfunciĆ³n que supone tener a CIU en la oposiciĆ³n. IrĆ”n hacia un gobierno de frente nacional, pentapartidista (PNV-EA-PSE-IU-Batasuna), pero, como digo, esto es lo de menos. Ya hay un acuerdo en lo fundamental, que es el soberanismo. Y en este proceso, ETA tiene todavĆ­a un papel: el de amenaza latente. ETA no se va a disolver. No, al menos, hasta consumar el proceso (despuĆ©s, como sucediĆ³ con la ETA poli-mili a finales de la transiciĆ³n, se integrarĆ” en un partido nacionalista cualquiera, no necesariamente en Batasuna). Hasta entonces, pesarĆ” como una hipoteca agobiante sobre el gobierno de RodrĆ­guez Zapatero. Ya estĆ” actuando asĆ­, pero su posiciĆ³n serĆ” mucho mĆ”s fuerte cuando el gobierno comience a negociar oficialmente con ellos. BastarĆ” entonces con que perpetre un atentado, un solo atentado, para que el gobierno socialista se hunda. La negociaciĆ³n con ETA es la antesala de la autodeterminaciĆ³n del PaĆ­s Vasco. ~

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(ciudad de MĆ©xico, 1969) ensayista.


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