Álbum de instantes -1

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LA BELLA DEL TREN EXPRESO

¿1972? En la noche insomne, en el zarandeado pasillo de un vagón del Trans-Europe Express, cuando ibas de París a Berlín (¿en 1972?), viste, en un compartimento con la puerta entreabierta y bamboleante, una gran muchacha rubia, ¿francesa, alemana, inglesa, sueca?, de suéter, bluejeans y tenis blancos, que entre una mochila de excursionista y una mandolina, dormía sentada, despatarrada, con un largo mechón rubio sobre un lado del rostro, con la cabeza echada hacia atrás y la nuca sobre el respaldo del asiento, con una mordisqueada barrita de chocolate en una mano colgante, con una fuerte respiración y burbujitas de saliva saliéndole de los labios entreabiertos, y la espléndida garganta blanca le palpitaba serenamente, y el pujante busto ceñido por un suéter negro sin mangas se movía en rítmicos ascensos y descensos que no descomponían la firme, la dura, la perfecta forma de sus pechos. Una imagen de inocente tentación, la Bella Durmiente del Tren Expreso, la Giganta más hermosa que en el poema de Baudelaire, que incautamente se ofrecía a tus ojos como a otro modo de tacto, invitándote a que la abrazaras, la besaras, la poseyeras (actos a la vez delicados y bestiales que perpetraste en el mero espacio, en la fantasmal cabina, en el inconcreto tren de la fantasía deseosa). De pronto, en un transitorio despertar, ella echó aún más atrás la cabeza, el dorado cabello bailó frente a su rostro y su brazo se alzó instintivamente para reacomodarlo, descubriendo una blanca, tersa, apenas húmeda axila velluda de rubiez que, apresada por tu mirada, te envió un embriagador olor de fémina.

Y, en fin, no dormiste siquiera una hora, y “la del alba sería” cuando llegaste a Berlín.

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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