Anáhuac

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Anáhuac. Cauda de imágenes que celebra el tiempo prehispánico y, a la vez, conforma una compleja perspectiva de la historia y la cultura mexicana. Visión de Anáhuac (1519), de Alfonso Reyes, escrita en el exilio madrileño en 1915, puede ser un ensayo poetizado, una prosa poética o una pieza de historia lírica que encomia el paisaje del valle de México y la ciudad indiana. El texto contiene distintos enfoques descriptivos que van del contemporáneo al conquistador, del sabio fascinado al indio. En su cruce de voces y géneros, Reyes, con gran riqueza cromática y melódica, describe el paisaje físico y humano anterior a la Conquista y muestra un refinado mexicanismo que canta las glorias patrias utilizando técnicas literarias innovadoras. Mucho de poderosa apelación a los sentidos, sobre todo a la vista, hay en este montaje plástico, literario e histórico, basado en la asociación libre de testimonio e imaginación y en yuxtaposiciones de hablas y mezclas de colores. Se trata de una indagación en la que la historia utiliza como vehículo la intuición y la persuasión estéticas. Como en otras obras excéntricas de la celebración continental, piénsese en la ulterior La expresión americana de José Lezama Lima, el argumento parecería ser la imagen; sin embargo, tras la prosa exultante e hipnótica, hay una postura intelectual, susceptible de múltiples lecturas.

¿Qué representa esta obra de Reyes? ¿Nostalgia del paisaje mexicano? ¿Gesto de reconciliación vital y política con su patria? ¿Intento de crearse una investidura cultural en su errancia? ¿Ánimo de erigirse representante del alma hispanoamericana en Europa? ¿Modulación de los etnocentrismos y nacionalismos recalcitrantes? Quizás un poco de todo. Los numerosos enfoques sobre Visión de Anáhuac, desde Barili hasta Houvenaghel, desde Castañón hasta Sánchez Prado, pueden aportar argumentos a favor de las distintas hipótesis. El Anáhuac de Reyes es un ejercicio de mnemotecnia y nostalgia; una festiva reminiscencia del paisaje mexicano que, pese a la tragedia familiar, confirma su amor al terruño; una estrategia conveniente del exiliado que no quiere romper los lazos con su país; un pasaporte cultural en Europa; la continuidad de una vocación para discutir lo americano y lo mexicano que proviene de su adolescencia rodoísta y una defensa de un cosmopolitismo temperado y con raíces. Con Visión de Anáhuac, Reyes se inscribe en la prolongada genealogía de autores preocupados por la originalidad americana, el lugar de las naciones hispanoamericanas en la historia y la cuestión de los legados históricos indio y europeo. Desde su Anáhuac, Reyes alaba lo indígena no como una esencia heroica que deba imponerse, sino como un fermento abierto a la mezcla. Reyes hace un elogio de la hibridez: la raíz indígena se enriquece con la asimilación de otras influencias; lo hispano y lo occidental no representan un modelo invariable, sino una amplia tradición que es posible discernir y reinventar. Precisamente, como sugerirá años adelante, en el afán de “descubrir el mediterráneo por cuenta propia” está la fortaleza de la “inteligencia americana”. Enérgica y elocuente, esta obra de Reyes establece con sutileza tesis históricas poco populares en la época. Cierto, acaso la concordia y el pluralismo cultural que fueron su divisa suenen hoy poco emocionantes, pero, en su momento, implicaron una postura a contracorriente del nacionalismo histriónico que tanto sospechó de la orientación universalista del descastado Reyes. ~

 

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(ciudad de México, 1964) es poeta y ensayista. Su libro más reciente es 'La pequeña tradición. Apuntes sobre literatura mexicana' (DGE|Equilibrista/UNAM, 2011).


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