Foto: Casa de América

Ánimo, Carlos

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“El afecto está más allá de las diferencias”, me has dicho siempre, Carlos, y al enterarme que estás en el hospital entiendo mejor tus palabras. Por mi parte, el afecto, unido al reconocimiento intelectual, proviene de los años sesenta, años de festiva e irreverente “contracultura”, cuando mis amigos de ingeniería y yo sintonizábamos Radio UNAM para morirnos de risa con el programa “El cine y la crítica”. No dejabas títere con cabeza. Después del 68, te visité en tu casa de San Simón 42 en la Portales. Recuerdo la gentileza de tu mamá, tu selvática biblioteca, tus libros escolarmente forrados con vinil transparente, y alguno de tus gatos.

En 1971 me invitaste a “La cultura en México” de Siempre! Nos tocó vivir el 10 de junio y a partir de allí emprendimos lo que, a nuestros ojos, era una crítica revolucionaria de la cultura “liberal” representada por Plural, la nueva revista de Octavio Paz. Yo terminé por coincidir con Plural y dejar Siempre!, y hasta escribí un artículo bastante pesado contra todos ustedes, que tuviste el valor de publicar. Nunca, ni en los momentos más ásperos de la polémica entre Vuelta y los escritores que entonces se congregaban alrededor tuyo, dejamos de saludarnos con afecto.

Siguieron, recuerdas, los tiempos de nuestro desayuno en la YMCA de División del Norte. Aunque siempre confirmaba contigo el día anterior (contestabas el teléfono fingiendo que eras tu bisabuelita) no recuerdo un solo día en que hayas llegado puntual. A quien nos preguntaba le explicábamos: “aquí es donde Monsiváis ejerce la más secreta de sus pasiones, la natación. Su estilo predilecto es el crawl australiano”. Nos veíamos para hablar de la vida cultural, los amigos y ex amigos, la historia, la literatura y la política. Los comensales del lugar se te acercaban con devoción: “A usted sí lo admiramos, maestro”.

Los amigos tienen lenguajes cifrados y el nuestro -curiosamente- ha sido el Viejo Testamento. ¿Puede haber humor en los personajes de la Biblia? Se diría que no, pero tú lograbas el milagro. Otro repertorio común ha sido la cultura popular: el cine mexicano, los actores, los lejanos tiempos de la cultura radiofónica y, por supuesto, la música popular. Un día te reté a un duelo de letras de boleros: “¿Te sabes tal canción del ‘Jibarito’ Hernández?”. Tu respuesta, como un rayo, me fulminó: “¿Cuál versión?”. Y comenzaste a tararearla. Sabías hasta el extraño nombre del requinto de “Los tres diamantes”.

Se dice fácil pero así pasó una década. En 1992 te invité a participar en una presentación del libro Mea Cuba, de Cabrera Infante. Aceptaste con entusiasmo porque habías perdido las ilusiones sobre la Revolución Cubana. Guillermo no pudo llegar, pero se comunicó con nosotros desde Londres. ¿Recuerdas a los provocadores en la sala? ¿Y las amenazas de que estallaría una bomba? Estábamos, que yo recuerde ahora, tú, Pepe de la Colina y yo. (Ahora que te repongas me dirás quién más). No nos amedrentaron. Mientras abordábamos aquel libro extraordinario y denunciábamos la situación de los presos y los homosexuales en Cuba, un contingente de la policía entró al recinto y comenzó a rastrear la bomba detrás y hasta debajo de nuestra mesa. La escena fue de película. Octavio se reía a carcajadas cuando se la contamos. Desde entonces has seguido escribiendo valerosamente contra esa dictadura. Y hace unas semanas fuiste tú quien me alertó primero sobre el drama actual de los presos políticos y su huelga de hambre.

Dice Cicerón en su tratado Sobre la amistad, que una causa principal de discordia entre los amigos es la política. Yo lo he comprobado en demasiadas ocasiones, pero no en tu caso. Se crea una distancia, es verdad, porque la política tiene tal impacto en la vida colectiva que las opiniones divergentes no pueden tomarse a la ligera. Pero al cabo del tiempo uno comienza a sentirse cerca de sus “adversarios”, sobre todo si el debate o la polémica que entabló con ellos fue genuina y preservó un nivel de decoro y respeto. Algo así, estoy seguro, hizo que Octavio Paz mantuviera también su vínculo contigo. Desde los años sesenta saludó en ti el nacimiento de un nuevo crítico y escribió que tu Antología de la poesía mexicana del siglo XX era “un libro excepcional”. Tú te acercaste a él luego de las polémicas de los setenta, y honraste su vida y obra con un pequeño libro: Adonde yo soy tú somos nosotros.

Esta ciudad, que algunos consideran la sucursal del infierno, ha tenido un cronista que la reivindica en sus detalles más íntimos, en su música y su grafiti, en su vocación para la fiesta y su sufrimiento, en su terca voluntad de seguir viva. Tus crónicas, Carlos, la han ayudado a seguir viva, y las tribus urbanas lo reconocen. Hoy, domingo de Resurrección, harán cola en tu “Museo del Estanquillo” para ver la exposición “México a través de sus causas”. Yo no podré ir porque prefiero esperarme a recorrerla contigo. Te llamaré para fijar la hora. Esta vez, por favor, llega a tiempo. ~

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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