Fernando Soler y Ninón Sevilla en Sensualidad
Títulos de películas del cine mexicano cabaretero y/o putañero realizadas de 1944 a 1952 (año casi terminal del género): La insaciable, La sin ventura, Pecadora, La bien pagada, Cortesana, De pecado en pecado, Amor de la calle, Perdida, Cabaret Shanghai, Amor vendido, Puerto de tentación, No niego mi pasado, Mujeres sin mañana, Por qué peca una mujer, Sensualidad, Yo fui una callejera… Películas despachadas en dos o tres semanas de filmación, pero aspirantes a la eternidad en las pantallas de tela.
En ese cine hecho a la diabla, tan reiterado como antes el de los idilios rancheros, el los dramas de casa-vecindad y el de las madrecitas sufridas, surge el nombre de quien será la reina del caderazo rítmico, una cubana bailarina de conga, rumba, danzón, luego mambo, chachachá e incluso “En un mercado persa”: Ninón Sevilla, nacida en Cuba como Emelia Pérez Castellanos.
Caballona,prógnata, boquigrande, ojigrande, la vivaz Ninón se apodera gozosamente de la zona cabaretera del cine mexicano y la electriza con danzas vigorosamente eróticas. Esa fuerza de la naturaleza, ese tumulto de caderas, muslos y pantorrillas, no sólo fascina a los consumidores de cine de de México, sino además, quién lo diría, a algunos críticos franceses. El futuro cineasta François Truffaut, en la prestigiosa revista Cahiers du cinéma, y el poeta Jacques Audiberti, en la muy seria Cinéma 60, celebran a la diva del cine “azteca” [sic], y en 1977 François Tailleur, en la surrealizante Positif, añoraba “los delirantes y moralmente subversivos melodramas mexicanos de los años 50, cuando en los sets de Churrubusco [sic] reinaba la rubia y pulposa Ninón Sevilla, cuyo rostro evocaba tanto el de Madeleine Robinson como el de Fernandel [sic]”.
Casi todas las películas de Ninón fueron tan malas y ridículas como cualesquiera del género. Si hoy son interesantes lo deben a los bailes insertados en las repetidas tramas. En Perdida, Agustín Lara, tel qu’en lui-même, la buscaba por incontables cabaretuchos, la encontraba en el momento en que doblemente se suicidaba (bebiendo una cerveza y un tequila envenenados) y la llevaba a su casa, donde ella moría sin que se llegase a saber por qué el Músico-Poeta no la había llevado antes a un hospital. Pero de esa filmografía ninónica es posible rescatar al menos dos películas dirigidas por Alberto Gout, escritas por Alvaro Custodio, fotografiadas por Alex Phillips y amenizadas con ritmos de orquestas generalmente afrocubanas, sobre todo la del “Cara’efoca” Pérez Prado, el gran brujo del mambo, pero todos los clichés argumentales del cine de pecado fatal se reunirían, casi parodísticamente, en Aventurera (1949) y en Sensualidad (1950), en las cuales Ninón, con sus bailes, con una sexualidad casi en bruto, dinamitaba el esquema moral del melodrama sin dejar de acatar hipócritamente el imprescidible final amonestador.
Revéase Aventurera. En la amparadora atmósfera del cabaret, Ninón se pasea con un lánguido garbo, mientras la voz solemne de Pedro Vargas, alias el Samurai de la Canción, la celebra con el bolero justificador del título: “Vende caro tu amor,/ aventurera,/ ponle precio al dolor/ de tu pasado,/ y aquel que de tus labios/ la miel quiera/ que pague con brillantes/ tu pecado.” Emputecida por un padrote (Tito Junco en su papel más frecuente), Ninón triunfa en el lujoso escenario del cabaret bailando “Chiquita banana”, “Sigui-Sigui”, “Arrímate, cariñito”,“En un mercado persa”, se blanquea conquistando a un redentor “niño bien” (Rubén Rojo en su papel más frecuente), a cuya madre está a punto de matar porque la señora (Andrea Palma) resultó ser la lenona que la explotó en un burdel de Ciudad Juárez. Finalmente la pecadora, redimida por el amor, se marcha del bracete con el novio, dejando tendido en la calle el cadáver del villano acuchillado por “El Rengo” (otra vez Miguel Inclán en el papel de ángel de la guarda). Melodrama exacerbado, Aventurera es una de las joyas del cinéma noir al modo mexicano.
Revéase Sensualidad. Aunque ahora la Pecadora muere en el unhappy end, habrá bastado su aparición en la figura de Ninón para que haga crisis la honorabilidad pequeñoburguesa representada, claro está, por tres cuartas partes de la familia de actores aun muy activa en el cine nacional; y así, hechizado por la rumbera pecadora, el juez justo (Fernando Soler) se convierte en adúltero, ladrón y finalmente en asesino, el empleado judicial modelo (don Andrés Soler) rezonga contra el orden oficinesco, leguleyo, monótono y espeso, y, haciendo de tripas corazón, el policía bueno pero leal servidor de la ley (don Domingo Soler) tiene que arrestar al juez al que poseyeron los demonios de la lujuria y el crimen desde el momento en que acarició la turgente pantorrilla de la Tentadora (véase foto). Mientras tanto la buena esposa (doña Andrea Palma, ahora de veras señora decente y antiputa por excelencia) llora chantajeando moralmente a todo el personerío. Y, como antes en Aventurera, en esta otra feroz epopeya de la sensualidad hay una escena clave: aquella en la que, arrestada por faltas a la moral, Ninón, parafraseando a Goebbels sin saberlo, desenfunda en el juzgado de guardia sus armas: las formidables piernas en cuyo apretón sucumbirá la honorabilidad del juez.
Como ya Ninón era una gran diva del melodrama negro mexicano y el omnipotente mito del cine de rumba y putería, urgía ponerla en manos de otro mito, el cineasta nacional por excelencia: Emilio Fernández. Y eso ocurrirá en 1950 con Víctimas del pecado, uno de los más intensos y logrados epítomes del género.
Continuará
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.