Arts Santa Mònica: la cultura como laboratorio

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La nueva etapa del Arts Santa Mònica está a punto de cumplir un año. Por tanto, ya se puede hacer un primer balance sobre el cambio de dirección –en los dos sentidos de la palabra: rumbo y gestión– a que ha sido sometido el espacio barcelonés. De ser un museo consagrado en exclusiva al arte estrictamente contemporáneo, dirigido en sus últimos años por Ferran Barenblit (que ahora está al frente del Centro de Arte Dos de Mayo de la Comunidad de Madrid), ha pasado a ser un centro interdisciplinario que entiende las artes como vasos comunicantes entre otros, como la comunicación y las ciencias, coordinado por el traficante de ideas Vicenç Altaió y su equipo del KRTU (órgano del Departamento de Cultura de la Generalitat de Catalunya creado en 1990 como observatorio transversal de tendencias culturales). La transición ha supuesto cambios radicales. El antiguo convento del siglo XVII está siendo nuevamente reformado, tras la supresión del restaurante y el traslado de la sede de KRTU al edificio. Se ha impuesto un nuevo logotipo. En la fachada la sonrisa del gato de Cheshire luce en blanco neón. La agenda no tiene absolutamente nada que ver con la del viejo Centre d’Art Santa Mònica.

Para la inauguración se apostó por autores consagrados, que lamentablemente no supieron estar a la altura de las expectativas generadas por un proyecto que se había anunciado como propio de nuestro siglo XXI, pero que a cambio brindaron al Arts Santa Mònica la visibilidad y el impacto mediático que precisa una institución que aspira a aumentar considerablemente el número de visitantes (el casm era percibido como minoritario y elitista, tanto por los turistas como por el mundo cultural barcelonés). Carles Santos llevó a cabo una de sus performances pianísticas, Alfredo Jaar basó su intervención pública en una serie de preguntas un tanto ingenuas y sin duda anacrónicas (¿Qué es la cultura? ¿El arte es necesario? ¿El arte es política? ¿La cultura es crítica social?) y la instalación estrella se puso en manos de John Berger y de Isabel Coixet. De hecho, la cuestión generacional podría constituir uno de los puntos débiles de la nueva etapa del Santa Mònica, sobre todo si es contrastada con la etapa anterior. John Berger nació en 1926. No sólo Santos nació en los cuarenta, también las artitas Eugènia Balcells y Mireia Santís, que expusieron en 2009, nacieron en esa década. Jaar, Quim Monzó –objeto actualmente de una exposición– y Miquel Barceló –estrella de la programación de 2010– lo hicieron en los cincuenta. Isabel Coixet tiene cincuenta años, igual que Chema Alvargonzález, programado también para este año. Las dinámicas culturales acostumbran a ser generacionales, pero justamente la conciencia de ese hecho debería llevar a un replanteamiento de las cuotas de representación. Tanto desde la perspectiva de género como desde la geográfica, a juzgar por los nombres citados en este párrafo (quizá los más representativos), no hay duda de que la selección es satisfactoria. En términos políticos, se puede afirmar que el predominio del arte catalán no excluye el diálogo con el de otros ámbitos del Estado y con el internacional.

Pero no es en el ámbito tradicional de las exposiciones donde el Santa Mònica está marcando tendencia. Estamos ante un centro cultural expandido, en la línea del CCCB o de La Casa Encendida. Como en ellos, la página web es tan o más importante que la sede física. Por un lado, se buscan las alianzas con plataformas digitales: la actividad en Facebook y en Myspace, el canal en Youtube donde se pueden ver videos de las presentaciones, mesas redondas y conferencias, las publicaciones disponibles en Issuu, el enlace con Delicious que permite acceder a la presencia de las actividades del centro en la prensa. Por el otro lado, se generan proyectos on-line autónomos o que amplían el alcance de la exposición, tanto cuando está en cartel como cuando ya ha acabado. Tal es el caso, por ejemplo, de Arquitecturas sin lugar, comisariada por Martí Peran, que indaga en los proyectos arquitectónicos utópicos, fugaces o imposibles que (no) han tenido lugar en Cataluña desde 1968. La website www.arquitecturessenselloc.cat tiene dos dimensiones: una reproduce virtualmente los materiales de la exposición, la otra indexa proyectos que no estaban recogidos en ella. No se trata, por tanto, solamente de re-presentar; sino de expandir. En una visión integradora de las ciencias (naturales y sociales); de la tecnología, la comunicación y el arte. Y por tanto con una voluntad de estimular las colaboraciones transversales y las obras colectivas. Así se entiende, por ejemplo, la instalación “Garbage Pin Project” y las actividades sobre el valor y el reciclaje de la basura, o un taller sobre experiencia sensible y bioinspiración pensado a partir de la pregunta “¿Robots sensitivos?”.

Quizá sea Culturas del cambio. Átomos sociales y vidas electrónicas (hasta el 28 de febrero) el proyecto que mejor define la propuesta actual del Arts Santa Mònica. Se trata de la primera exposición del Laboratorio, situado en el último piso del edificio, y tiene por objeto el diálogo entre las ciencias de la complejidad y las artes digitales, de modo que las ideas y las prácticas de los científicos, los artistas y los tecnólogos conviven en el marco de la obra y congelan parcialmente la noción de autoría. La exhibición invita a un recorrido que puede resultar críptico para el amateur, quien alcanza a intuir el interés de esas instalaciones de arte electrónico, en el contexto de las porosas fronteras entre ciencia, tecnología y experiencia estética que los proyectos seleccionados exploran, pero quizá no a entender teóricamente lo que proponen. Pero la exposición no sólo no acaba en ese espacio físico, posiblemente ni siquiera comienza en él. La dimensión material de Culturas del cambio es casi un pretexto para los talleres y otras actividades simultáneas, que evidencian la implicación de las universidades en el progreso tecnoartístico, cuyo epítome ha sido el congreso internacional “Cultures of Change/Changing Cultures”, donde pudieron conversar sociólogos, matemáticos, biólogos, filósofos y artistas, en interacción con la obra expuesta en el Laboratorio.

Acostumbrados al consumo de la institución museo según unos parámetros seculares, la educación del consumidor cultural del siglo xxi pasa por la reformulación previa de los dispositivos de interacción entre el espectador y los materiales expuestos. La concepción de proyectos expositivos sobre artes plásticas, incluso en simbiosis con la ciencia y la tecnología, y sobre documentación histórica, por la tradición que los ampara, es más sencilla que la gestación de exposiciones sobre ámbitos menos usuales, como el literario. Muestra de ello ha sido El campo de concentración de Bram, 1939. Agustí Centelles, que se clausuró el pasado 10 de enero, una modesta exhibición de fotografías en un marco perfectamente diseñado (con unos tablones de madera que sugerían la precariedad de los barracones sin emularlos miméticamente). Monzó (hasta el 11 de abril), en cambio, evidencia la dificultad de construir un espacio expositivo sobre un escritor vivo sin caer en la sucesión de fotografías, la exhibición de objetos personales, el fetichismo. De los escritores catalanes actuales ya canonizados, Quim Monzó probablemente sea quien más relación ha tenido con las artes visuales, de modo que en teoría era el candidato ideal para una exposición. El comisario, el reputado crítico literario Julià Guillamon, es uno de los precursores en España de la concepción de este tipo de proyectos (ha comisariado exposiciones sobre Joan Perucho, sobre Josep Palau i Fabre y sobre la literatura del exilio republicano) y ha estudiado a fondo la obra monzoniana, sobre todo en relación con la ciudad de Barcelona (véase La ciutat interrompuda, 2001). Sin embargo, Monzó, pese a una primera parte reveladora (los viajes del escritor en los años setenta, su obra gráfica y sus colaboraciones en prensa y en cine) y algunas salas muy interesantes (como la dedicada a interpretaciones visuales de su obra por parte de artistas como Miguel Brieva o Max), no acaba de dar una visión completa de la obra del escritor.

Deberán proseguir las experiencias, los ensayos, los experimentos. No hay duda de que, hoy en día, la cultura sólo puede entenderse como laboratorio. ~

 

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