“¡Cocaรญna!”, grita un adolescente flaco, parado sobre una mesa cubierta de bolsas de plรกstico transparente rellenas de dosis de polvo blanco y apiladas junto a etiquetas de precios en la sucia calle del barrio. Ademรกs de la cocaรญna, hay bolsas de mariguana comprimida y piedras de crack, que se venden a un flujo constante de clientes. A unos doce metros, un joven en motocicleta tiene un rifle ar-15 colgado en la espalda, y no hace el menor intento de ocultarlo. La policรญa solo viene a este barrio, conocido en Brasil como una favela, en convoyes armados, lo cual con regularidad les da tiempo a los traficantes para huir… o disparar.
Esta escena surrealista en la favela de Antares, en el lรญmite de la expansiรณn urbana de Rรญo de Janeiro, es un lado de Brasil que el gobierno no quiere mostrar a los turistas cuando lleguen en masa para el Mundial. Desde 2008 (un aรฑo despuรฉs de que la fifa nombrรณ a Brasil como sede) la policรญa en Rรญo ha desplegado una ofensiva conocida como “pacificaciรณn”, en la que entra a las favelas en gran nรบmero, con el apoyo de tanques y helicรณpteros. Una vez adentro, los oficiales instalan unidades permanentes para demostrar que es el gobierno quien manda en esas รกreas y no las bandas de narcotraficantes. La criminalidad flagrante descrita lรญneas arriba ha sido expulsada de las favelas cercanas al centro, como Pavรฃo-Pavรฃozinho, la cual serpentea en las colinas de la ciudad, a tiro de piedra de la playa Copacabana, conocida por sus baรฑistas en tanga.
Pero los problemas de violencia, drogas y pobreza de Brasil son demasiado profundos como para esconderlos fรกcilmente. Las favelas, o barrios erigidos de manera ilegal, son el hogar de once millones de personas en Brasil, y de mรกs de un millรณn en Rรญo, la segunda ciudad mรกs grande del paรญs. Desde la dรฉcada de los ochenta, grupos del crimen organizado como el Comando Rojo o Comando Vermelho han usado las favelas de Rรญo para vender drogas y han librado una guerra con la policรญa que ha cobrado la vida de decenas de miles de personas. Cuando los oficiales asaltan una favela e instalan una Unidad de Policรญa Pacificadora (upp), los hombres armados pueden simplemente huir hacia otra, como Antares, donde yo observรฉ a los narcotraficantes vender bolsas de cocaรญna como si fueran tortas.
Algunas favelas datan del siglo xix y fueron fundadas por antiguos esclavos de ascendencia africana. (Brasil aboliรณ la esclavitud en 1888, siendo uno de los รบltimos paรญses en hacerlo.) Otras fueron fundadas en la dรฉcada de 1970, cuando la poblaciรณn rural llegรณ a las ciudades en busca de una vida mejor. Antares es una de las comunidades mรกs recientes y mรกs pobres. A diferencia de las favelas mรกs antiguas, que se asientan en las colinas de la ciudad, estรก situada en una tierra plana y รกrida cercana a una estaciรณn de trenes.
Antares es territorio del Comando Rojo. Su presencia es obvia apenas me acerco a la entrada en un auto, junto con un periodista estadounidense y un productor brasileรฑo. Grupos de jรณvenes resguardan todos los caminos de la favela hablando por radio. El control del comando, y la ausencia del Estado, es evidente.
Primero nos presentamos con el jefe de la asociaciรณn de residentes de Antares, para explicar que somos periodistas. A รฉl no le preocupa que hayamos venido a documentar la descarada criminalidad de la zona, y le pide a un joven en un mototaxi que nos acompaรฑe. Nuestro guรญa nos lleva directo a los puntos de venta de droga, conocidos como bocas. Es un nombre curioso, y me pregunto si se refiere a la boca que alimenta las necesidades de quienes consumen drogas o a la boca que alimenta a la favela con dinero.
Los traficantes mexicanos se convirtieron en millonarios gracias al contrabando a Estados Unidos, pero el comercio de drogas en Brasil se enfoca en el mercado local. La cocaรญna que llegรณ al paรญs desde Europa encontrรณ un rรญo de consumidores entre sus doscientos millones de habitantes y Brasil es ahora el segundo mayor consumidor de cocaรญna en el mundo, despuรฉs de Estados Unidos. Los brasileรฑos fuman o aspiran mรกs de noventa toneladas del polvo al aรฑo, de acuerdo con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. En sus intentos por convertirse en un paรญs de primer mundo, Brasil se ha transformado en una naciรณn de consumo, tanto de autos como de cocaรญna.
El Comando Rojo, la organizaciรณn de narcotrรกfico mรกs grande del paรญs, tuvo en sus comienzos aspiraciones cuasi polรญticas y estuvo formada por reos de la prisiรณn Ilha Grande bajo la dictadura militar. El rรฉgimen encarcelรณ a prisioneros polรญticos de clase media con ladrones de bancos de las favelas, pensando que los rebeldes izquierdistas perderรญan sus convicciones a golpes. Pero lo que sucediรณ fue que los criminales del gueto absorbieron la retรณrica y las habilidades de los prisioneros polรญticos; asรญ naciรณ el Comando Rojo en 1980. El grupo se propagรณ de la cรกrcel a las favelas conforme los presos eran liberados y reclutรณ a miles de miembros. Tres decenios de venta de cocaรญna despuรฉs, el comando tiene poca agenda polรญtica, pero algunos de sus miembros aรบn se ven a sรญ mismos como bandidos sociales.
En la boca, los productos del Comando Rojo son exhibidos en una mesa, con los precios: bolsas de cuatro, ocho y diecisรฉis dรณlares. Una lรญnea de clientes entrega arrugados billetes de reales a cambio de dosis de crack, cocaรญna y mariguana. He visto cรณmo se vende la cocaรญna en Londres, Madrid y la ciudad de Mรฉxico, pero nunca tan abiertamente como aquรญ. Existen varias bocas alrededor de la favela y los traficantes suelen ofrecer sus productos a travรฉs de una cerca que da a la plataforma de la estaciรณn de tren, para que los ciudadanos de clase media puedan llegar por tren y comprar cocaรญna sin aventurarse dentro de la favela.
Un grupo de adolescentes emocionados gritan los precios y muestran las bolsas con hierba y polvo. Les explico que soy un periodista britรกnico y un hombre adulto que estรก dirigiendo la tienda de drogas se presenta como Lucas. Me parece que los residentes de Rรญo, conocidos como cariocas, se encuentran entre las personas mรกs carismรกticas y amigables del mundo, y los narcotraficantes no son la excepciรณn. Le pregunto a Lucas sobre el Mundial y me dice que quiere mostrarme algo. Se aleja, y regresa con su celular, el cual tiene una foto de รฉl con el brazo alrededor de uno de los jugadores de la selecciรณn nacional. “Es mi amigo, creciรณ cerca de aquรญ”, me dice Lucas con orgullo.
Trabajar como narcotraficante
Lucas me dice que no quiere ser traficante. Siempre soรฑรณ con ser portero profesional, pero las circunstancias lo rezagaron. Me cuenta esto mientras tomamos refresco en vasos de plรกstico, en un bar cercano a la boca. Acaba de terminar un turno de veinticuatro horas supervisando el punto de venta y estรก exhausto.
“Este trabajo puede parecer fรกcil, pero es cansado y estresante. Trabajo veinticuatro horas y descanso veinticuatro horas. Tienes que permanecer alerta, siempre cuidando el dinero, cuidando las drogas, a los clientes, a los vendedores. Por eso me veo viejo. Solo tengo veintiocho pero parece que tengo mรกs de treinta.”
No creo que Lucas se vea tan mal para su edad. Tiene una constituciรณn atlรฉtica y facciones afiladas que reflejan la mezcla racial entre รfrica, Europa y los pueblos indรญgenas de Brasil. Como muchos otros narcotraficantes, usa camisetas de diseรฑador, tenis y joyerรญa ostentosa al estilo de los ochenta, incluyendo gruesas cadenas de oro, medallones y anillos.
Lucas naciรณ en Antares y no tiene lazos con el exterior. Las favelas solรญan ser sitios a los que las personas llegaban en busca de algo mejor, pero ahora son lugares donde la gente vive y muere, muy a menudo, de forma violenta. Su padre trabajรณ un tiempo en los servicios pรบblicos de agua potable, pero cuando el narcotrรกfico creciรณ en los ochenta se involucrรณ en la venta de drogas. Lucas es uno de los quince hijos que su padre tuvo con varias mujeres.
Desde que Lucas naciรณ el Comando Rojo ha controlado Antares y desde que puede recordar la favela ha estado en guerra. Por un lado, lucha contra otra favela controlada por un grupo rival, Terceiro Comando. Por otro, pelea contra las milicias vigilantes, organizaciones de exoficiales de policรญa que han formado turbios grupos armados para combatir al narco. Pero las batallas mรกs comunes son contra la policรญa que de modo habitual asalta la favela.
A pesar de los inmensos riesgos, Lucas se enlistรณ en el comando cuando tenรญa doce aรฑos. “En esa รฉpoca querรญa fama. Nunca tenรญa miedo, los disparos no me asustaban. Amo la adrenalina.”
Lucas conociรณ el combate a los catorce, cuando narcotraficantes de Antares fueron llamados a apoyar al Comando Rojo, en otra favela, en su lucha contra el Terceiro Comando. Su primer trabajo fue entregar municiones a un compaรฑero que usaba una ametralladora, pero cuando la batalla se alargรณ por dรญas comenzรณ a pelear. “Me ganรฉ respeto por mi forma de luchar y me convertรญ en un soldado.”
Desde su sangrienta iniciaciรณn, Lucas ha estado en mรกs batallas armadas de las que puede recordar. Describe con orgullo que usa un fusil automรกtico para rociar de balas a la policรญa cuando entra a la favela. “La policรญa es mierda. Si dejas que la policรญa entre a tu casa, te mata. Matan a niรฑos. Matan a cualquiera.” Esta fuerte postura contra la policรญa se ajusta a la retรณrica cuasi polรญtica del Comando Rojo. Se ven a ellos mismos como opositores de un sistema opresivo.
Esta violencia le ha dado a Brasil una cifra trรกgica de muertos. En 2012, el รบltimo aรฑo del que se tienen datos completos, mรกs de 47,000 personas fueron asesinadas en el paรญs. La tasa de homicidios por cada cien mil habitantes fue de 23.5, ligeramente arriba de la cifra mexicana de veintidรณs por cada cien mil.
Lucas usa a menudo un chaleco antibalas en los enfrentamientos armados, pero me muestra una herida de bala de cuando le dispararon en la pierna. A diferencia de muchos narcotraficantes, รฉl no ha pasado tiempo en prisiรณn, por lo que todavรญa tiene alguna esperanza de obtener un trabajo normal. Dejรณ el comando por varios aรฑos y pudo ganar algรบn dinero como portero para un equipo de segunda divisiรณn. Pero sufriรณ algunas lesiones y luchรณ para mantenerse a flote. La gota que colmรณ el vaso fue una pelea con un jugador de un equipo rival, que pertenecรญa a una milicia vigilante. El hombre lo amenazรณ de muerte y Lucas regresรณ al Comando Rojo por protecciรณn.
En la boca, Lucas supervisa miles de dรณlares en ventas todos los dรญas, pero solo gana un pequeรฑo porcentaje. Dice que continรบa traficando para mantener a su esposa y a su hija de seis aรฑos, pero estรก determinado a encontrar un trabajo formal. “Sรฉ que puedo hacerlo. Si te quedas en el comando, las รบnicas dos opciones son acabar en la cรกrcel o en el cementerio.”
¿Un narcoestado alternativo?
Segรบn Lucas, el Comando Rojo permite que sus miembros lo abandonen, siempre y cuando no deban dinero. Tambiรฉn es menos abusivo que muchos cรกrteles en Mรฉxico, como los brutales Zetas. El Comando no extorsiona empresas ni secuestra personas; se limita a vender drogas.
Pero en definitiva comete asesinatos. Si un miembro del grupo roba dinero, el comando lo convierte en un ejemplo. Lucas describe cรณmo un amigo suyo, adicto al crack, robรณ dinero de un punto de venta. El comando le ordenรณ que devolviera el dinero, pero รฉl no lo hizo. “Tratรฉ de ayudarlo pero no pude”, me dice Lucas. “Lo cubrieron con gasolina y lo quemaron vivo.”
El comando tambiรฉn castiga a quienes cometen “crรญmenes sociales” en la favela, como violaciรณn o robos. Si alguien es acusado de este tipo de acciones, la comunidad lo lleva con la cabeza del comando en la favela, quien decide si debe ser golpeado, exiliado o asesinado. Esta puede parecer una forma brutal y primitiva de justicia, pero para muchos en la favela es mรกs efectiva que denunciar con la policรญa.
La prรกctica de este sistema alterno de justicia en las favelas de Rรญo ha llevado a que algunos argumenten que los narcotraficantes son un Estado alterno. “El comando es un poder absoluto en esas comunidades”, dice Andrรฉ Fernandes, un periodista brasileรฑo que encabeza una red de noticias sobre las favelas. “Ellos son los รกrbitros de la vida y la muerte. Ellos deciden todo.”
Por otro lado, el comando ofrece una suerte de beneficios sociales a los residentes. Si alguien necesita medicina puede llevar su receta mรฉdica a los narcotraficantes, quienes por lo general se hacen cargo de comprarla, dice Lucas. Tambiรฉn pagaron por un rudimentario sistema de desagรผe en Antares. “La ciudad no hace nada por nosotros. Asรญ que lo hacemos nosotros mismos.”
El comando gana popularidad pagando por fiestas callejeras gratuitas, y regresamos a Antares una noche de viernes para ver una. Conocida como “baile funk”, la fiesta tiene lugar en una cuadra de tierra en el centro de la favela. Una enorme pila de bocinas, de diez metros de alto por veinte de ancho, emite mรบsica electrรณnica a todo volumen. Viejos y jรณvenes mueven el cuerpo, y compran cervezas en una tienda o cocaรญna y mariguana en una boca cercana.
Los miembros del Comando Rojo cargan abiertamente sus rifles de asalto en la fiesta. Algunos estรกn parados junto a la muchedumbre, mientras que otros estรกn en el corazรณn de la pista, sujetando sus armas mientras se mueven al ritmo de la mรบsica. Comienza una canciรณn cuya letra apoya a los narcotraficantes, la versiรณn brasileรฑa de un narcocorrido. Los hombres armados levantan sus rifles en el aire, gritando el coro: “Comando Rojo, Comando Rojo, Comando Rojo.”
Patrullando una zona de guerra
Para conocer el otro lado de la moneda, visito a la unidad รฉlite de policรญa de Rรญo, que irrumpe en favelas como Antares para arrestar, y con frecuencia disparar, a estos narcotraficantes. La Coordinaciรณn de Recursos Especiales (Coordenadoria de Recursos Especiais, core) es un poco como el equipo swat de Estados Unidos, pero ha visto mucha mรกs acciรณn. Su logotipo es una calavera atravesada por un cuchillo y sus oficiales tienen la complexiรณn de luchadores, con marcados mรบsculos. Estรกn de verdad endurecidos por el combate. El comandante Rodrigo Oliveira tiene una bala incrustada en la parte trasera de la cabeza, producto de un operativo en la favela: “Se atascรณ en mi cabeza y los doctores no pudieron sacarla. Estuve en el hospital dos dรญas y una semana despuรฉs ya estaba en el trabajo”, me dice. “La razรณn es que si paras vas a tener miedo la prรณxima vez. No puedes parar.”
Hijo de un abogado fiscalista de Rรญo, Oliveira dice que soรฑรณ con ser un policรญa desde la infancia. Sin embargo, primero se uniรณ al ejรฉrcito, donde pasรณ cuatro aรฑos. Por paradรณjico que parezca, no vio combate en el ejรฉrcito, pero ha visto cientos, quizรก miles, de tiroteos en sus dos dรฉcadas con la policรญa.
“Ya perdรญ la cuenta. Cada dรญa que estamos en las favelas somos atacados. Ahora los del ejรฉrcito vienen a entrenar con nosotros. En lugar de que la policรญa entrene con los militares, es al revรฉs. En este momento tenemos a miembros de los Navy seals de Estados Unidos aprendiendo nuestras tรกcticas. Tenemos un laboratorio muy particular.”
Las fuerzas especiales de Estados Unidos estรกn interesadas en los oficiales de policรญa de Rรญo porque son algunos de los mรกs experimentados en el mundo en cierto tipo de combate: pelear una guerra urbana en espacios muy reducidos. Las favelas tienen calles estrechas que obligan a la policรญa a abandonar sus vehรญculos y caminar, a veces en filas de uno tras otro. Las altas colinas tambiรฉn hacen que encontrarse con hombres armados en un terreno mรกs alto sea un peligro constante.
Estas condiciones hacen riesgosa la labor de los policรญas: ciento veintiรบn oficiales fueron baleados en Rรญo en los primeros meses de 2014, y treinta murieron. Aun asรญ, defensores de los derechos humanos afirman que son ellos quienes disparan con demasiada facilidad. Segรบn Amnistรญa Internacional, la policรญa de Brasil mata a un promedio de dos mil personas cada aรฑo bajo el supuesto de resistencia al arresto. Un oficial en Rรญo fue detenido hace poco por una matanza extrajudicial, y saliรณ a la luz que, desde el aรฑo 2000, habรญa sido parte de incidentes donde murieron 62 civiles.
“Estamos en una guerra”, asegura Oliveira. “Los cรกrteles compiten en una carrera armamentista y traen armamento de guerra a la ciudad. La poblaciรณn queda en medio de este combate.”
La clave de la estrategia de la policรญa, dice Oliveira, es tratar de quitarles a los narcotraficantes sus armas. Muchas de ellas, explica, han sido robadas de los ejรฉrcitos de Bolivia y Paraguay, y han llegado a Brasil debido a la porosidad de sus fronteras. Los narcotraficantes tambiรฉn usan explosivos caseros que son peligrosamente impredecibles y que a menudo les vuelan los dedos o las extremidades a miembros de la unidad de bombas de la core. Aun asรญ, Oliveira admite que las misiones para confiscar armas casi siempre acaban en tiroteos.
“Es una guerra que no terminarรก, porque los narcotraficantes estรกn en medio de las comunidades.”
¿Favelas pacificadas?
El programa de pacificaciรณn fue diseรฑado para romper este bloqueo. En lugar de que la policรญa simplemente llegue a las favelas, pelee con los narcotraficantes y se vaya, los oficiales se quedan adentro, a fin de representar el brazo de la ley. Cuando la policรญa pacifica una favela, anuncia su llegada por radio y televisiรณn, ofreciendo de manera deliberada la opciรณn de fuga a los criminales. Despuรฉs, los oficiales llegan con toda su fuerza, respaldados por soldados y el cuerpo de Marina, e instalan las unidades pacificadoras.
Voy a la favela Pavรฃo-Pavรฃozinho para conocer la pacificaciรณn. El esquema ha evitado que los narcotraficantes caminen sin restricciones con rifles o vendan drogas como en Antares. La policรญa estรก ahรญ, viendo juegos de futbol, y da la impresiรณn de que es un barrio urbano mรกs normal, en un รกrea que puede ser visitada a pie desde Copacabana. Lo mรกs importante es que el nivel de homicidios en las favelas pacificadas ha disminuido un 65%, segรบn el gobierno estatal de Rรญo. Al mismo tiempo, algunas favelas pacificadas han perdido a sus habitantes originales con la llegada de bohemios extranjeros y nacionales que compraron propiedades en su interior o en los alrededores.
El comandante Oliveira acepta que este esquema tiene deficiencias. Aunque ha limpiado el centro para los turistas, la mayorรญa de las favelas de la creciente ciudad no han sido pacificadas. “Solo transfieres el problema de un รกrea a otra. Si le digo a un criminal que voy a ir a su casa maรฑana, ¿se va a quedar ahรญ? Claro que no. Y eso es lo que ha pasado. Ahora el problema pasรณ del centro de la ciudad a la periferia.”
Tambiรฉn hay tensiรณn en los territorios pacificados, donde la policรญa ha sido acusada de asesinar a los mismos residentes a los que deberรญa proteger. En abril, el conocido bailarรญn Douglas Rafael da Silva fue muerto a tiros en Pavรฃo-Pavรฃozinho. A diferencia de otras vรญctimas en las favelas, Da Silva bailaba en un popular programa de televisiรณn y su muerte provocรณ protestas que se convirtieron en disturbios.
Visito el punto en el que Da Silva fue asesinado. Le dispararon en el techo de un edificio y despuรฉs cayรณ veinte metros hacia una guarderรญa. La policรญa afirma que estaba respondiendo el ataque iniciado por narcotraficantes y que no sabe de dรณnde provino la bala que impactรณ en Da Silva. Pero los testigos con los que hablo aseguran que los oficiales les dispararon a jรณvenes desarmados, porque estaban fumando mariguana, y le dieron al bailarรญn.
“La policรญa no estรก preparada para trabajar con esta comunidad”, afirma Paulo dos Santos, un vecino y actor que habรญa trabajado con Da Silva. “Son la ley, pero no la respetan. No queremos a esta clase de policรญas.”
Este rechazo a la policรญa no es generalizado. Leandro Matus, dueรฑo de un taller de bicicletas ubicado junto al lugar donde cayรณ Da Silva, dice que prefiere a la policรญa que a los narcotraficantes, a pesar de las muertes de civiles. “Al menos ha disminuido el nรบmero de gรกngsters con armas”, dice Matus. “No confรญo en los policรญas, pero son el menor de dos males.”
Aun asรญ, la desconfianza en las fuerzas de seguridad de Brasil es un gran obstรกculo que las autoridades deben superar si quieren quitarles a los narcotraficantes el control de los barrios. Oliveira, el comandante de policรญa endurecido por las balas, dice que el gobierno debe ganarse el corazรณn y la mente de los habitantes de las favelas con zanahorias, no solo con garrotes. Asegura que el gobierno debe invertir mรกs en programas sociales para que la pacificaciรณn funcione.
“Los comandos llenan un espacio que deberรญa pertenecer al Estado –considera Oliveira–. La รบnica parte del Estado que entra a estas รกreas es la policรญa. Otras partes tienen que entrar tambiรฉn. Necesitamos inversiรณn en educaciรณn y salud. Pero no estรก sucediendo. Solo hay oficiales de policรญa. Asรญ no vamos a ganar esta guerra.” ~
(Brighton, Reino Unido) es periodista, escritor y productor de televisiรณn. Su libro mรกs reciente es Blood Gun Money: How America Arms Gangs and Cartels (2021).