La editorial Carl Hanser acaba de publicar en Alemania un nuevo libro de Elias Canetti (1905-1994), titulado Party im Blitz. El volumen, editado por Khristian Wachinger con la colaboración de Johanna Canetti hija del escritor, reúne textos que el autor de Auto de fe no dejó revisados para su impresión definitiva pero que pertenecen al último de sus proyectos: la supuesta continuación de su Historia de una vida con un cuarto volumen de memorias dedicado a los años que pasó en Inglaterra, desde 1938, año en que abandonó Austria huyendo del nazismo en compañía de su esposa Veza, hasta 1988, cuando se trasladó a Zurich con su segunda mujer. Este volumen, producto del feliz buceo en el voluminoso legado del escritor, se añade a otro publicado también recientemente por Hanser: Über den Tod, una recopilación de fragmentos sobre la muerte extraídos asimismo de entre las notas inéditas de Canetti.
El curioso título del libro, que juega con la palabra inglesa party (fiesta) y la alemana Blitz (relámpago), tiene su origen en una experiencia del autor. Invitado a casa de unos amigos, en Hampstead Heath, donde residió durante algún tiempo en 1940, poco después de la célebre “Batalla de Inglaterra” y en plena ofensiva aérea alemana o Blitzkrieg (“guerra relámpago”), Canetti pudo contemplar a la luz de un claro día otoñal cómo en el cielo los aviones ingleses combatían contra los alemanes. Las estelas en zigzag que trazaban las máquinas al atacarse o esquivarse constituían un espléndido espectáculo, algo así como una “fiesta entre relámpagos” que le recordaba más a una inocente competición deportiva que a una batalla mortal. Se trataba de una celebración aérea cuya visión fascinaba y paralizaba a los espectadores, y contrastaba con las otras fiestas, más “secas” y menos luminosas, que los ingleses, dotados de su proverbial flema, continuaban celebrando como si los bombardeos fueran una molesta inclemencia climática.
También Canetti observaba la contienda mundial desde lejos, y ello “a pesar de que es una guerra que se emprende por defender a los tuyos”, como escribió. Su principal tarea durante los primeros años de exilio fue el ingente estudio preparatorio para la que consideraba su obra principal: Masa y poder, que publicaría en 1960. El cosmopolita de origen sefardí era en realidad un escritor desconocido: aunque había publicado ya su novela Die Blendung (1935) en el continente, la obra no aparecería en inglés hasta 1946 con el título de Auto-da-fe, e incluso entonces apenas tendría resonancia; pero aquel hombre orgulloso y vivo pasaba por ser un inteligente intelectual al que todo el mundo recibía, pues, al parecer, subyugaba a cuantos lo conocían con su manera de comportarse y su fabulosa capacidad de escuchar y dialogar: “Para muchas personas llegué a convertirme en una especie de vicio al que no querían renunciar. Aunque yo tampoco era menos vicioso, pues siempre me mostré dispuesto a dejarme arrastrar a esas interminables conversaciones que duraban horas enteras. Me gustaba escuchar y empaparme de lo que los otros me contaban de sus vidas”.
Así, aunque Inglaterra estaba en guerra y los recuerdos de Canetti se concentran principalmente en la época en que caían bombas sobre Londres de ahí que abandonase la metrópoli para residir en sus inmediaciones, en Amersham y Hampstead, los acontecimientos históricos sólo están presentes como telón de fondo en unos textos que el escritor comenzó a redactar en su vejez, concretamente en 1990; deseaba, antes que cualquier otra cosa su teoría sobre el totalitarismo había quedado más o menos plasmada en Masa y poder, rememorar a las personas: “Quiero mantener vivos sólo algunos caracteres que en aquella época llegaron a convertirse para mí en figuras y que continúan siéndolo, a pesar de que desde hace decenios no he vuelto a verlos”. Las personas son, en su irrepetible singularidad, las que ocupan su mente y merecen ser sustraídas al olvido. Así que, como ya hiciera en El juego de ojos, el tercer tomo de Historia de una vida, también en esta ocasión Canetti ejerce de retratista y juez nadie más admirador que él, pero también nadie más iconoclasta y despreciador de sus conocidos ingleses. Al comienzo de estas páginas, el escritor revelará la clave de su celebrado arte miniaturista; durante los años ingleses, confiesa, se empapó de Hobbes o Burton, pero hubo un autor y una obra que se ganaron su especial aprecio: John Aubrey y su Brief Lives, donde éste trazó más de 450 retratos en miniatura. Ésta había sido su lectura predilecta mientras permaneció en Inglaterra.
Por las páginas de este singular Party im Blitz desfila una hilera de retratos, algunos microscópicos y otros casi a tamaño natural, de una parte considerable de la intelectualidad inglesa de los años cuarenta tanto como de otros habitantes menos significativos del célebre barrio de Hampstead y sus inmediaciones. Así, desde el filósofo Bertrand Russell, el sinólogo Arthur Waley, el poeta Herbert Read, Dylan Thomas, las escritoras Diana Spearman, Verónica Wedgwood y Kathleen Raine, el compositor Vaugham Williams, el escultor Henry Moore, políticos como el conservador Enoch Powell y el ministro laborista Douglas Jay o los aristócratas Aymer y Gavin Maxwell, grandes viajeros y protectores financieros de Canetti, hasta los caseros en Chesham Bois el curioso matrimonio Milburn o el barrendero sabio con apariencia de apóstol, la galería de retratos es imponente, pero a veces las pinceladas son demasiado breves. Junto a los ingleses, Canetti recuerda también a algunos emigrados continentales, como el pintor Oskar Kokoschka, el etnólogo Franz Steiner o la escritora Friedl Benedikt.
A la mayoría de las figuras públicas Canetti las conoció de manera superficial en esas parties inglesas, “tan absurdas como frías”, que tanto le llamaron la atención y en las que nunca se había sentido “tan abandonado e inconsolable”, ya que en semejantes encuentros sólo se mantenían conversaciones convencionales y nunca se trataba a las personas con verdadera intimidad. Ello no es óbice para que, a veces tan sólo de un vistazo, creyera conocer bien a sus “figuras tipo”, como por ejemplo al poeta y premio Nobel de Literatura T. S. Eliot, verdadero mandarín de la época contra quien Canetti arremete con ira, haciendo gala de un odio apasionado: “No puedo escribir su nombre sin verme impulsado a atacarle”. Ahora bien, el galardón del desprecio se lo lleva la escritora Iris Murdoch, a la que el autor de La lengua absuelta en modo alguno conoció de forma fugaz. El escritor fue su amante, y su relato es de una crudeza y explicitud, está cargado de tanto desprecio y animadversión, que incluso raya el mal gusto. El breve capítulo dedicado a la novelista irlandesa ha suscitado el mayor interés por parte de un público ávido de impresiones morbosas.
En cambio, de la vida real de los Canetti en Inglaterra, donde se sabe que pasaron penalidades económicas, nos quedamos sin saber nada, y también muy poco de Veza, la inteligente y sufrida primera esposa, que moriría en Inglaterra.
En Alemania se ha recibido el libro con sumo interés, aunque la crítica no se ha dejado deslumbrar y ha sido justa: se muestra unánime en advertir a los lectores de que es un libro para “canettianos”, sólo para sus incondicionales. La desigualdad estructural, las repeticiones y esa muestra ostentosa de la personalidad de Canetti que rebosa casi en cada una de sus frases, esos juicios de verdadero outsider individualista y ciertamente arrogante, espantarán a quienes no estén acostumbrados a la magia que, en general, rebosa de sus escritos. ~
(Cรกceres, 1961) es traductor y ensayista. Ha escrito Martin Heidegger. El filรณsofo del ser (Edaf, 2005) y Schopenhauer. Vida del filรณsofo pesimista (Algaba, 2005). Este aรฑo se publicรณ su traducciรณn