Para llegar pronto a Cap d´Agde
hay que cruzar el cementerio.
Son diez minutos a buen paso,
sin detenerse a descifrar
los nombres propios o las fechas
del laberinto de epitafios:
lápidas rotas, profanadas
alas de ángeles custodios
frente al salitre de las criptas.
No es un trayecto que resulte
pesado cuesta arriba, o se haga
en absoluta soledad.
Están los pájaros, el canto
de los cipreses. Y el enigma
de un alfabeto gris, tatuado
en cada punta del camino.
Hay que pagar peaje a la entrada,
pocas monedas que permitan
abrir la puerta de salida.
La que conduce al mar, no ésta
que lleva sólo hacia el principio. ~