Estimada Sanjuana:
Leí su artículo de opinión en Sin Embargo, titulado “Del Mundial y otras perversiones”. Me sorprendió el tono tan condescendiente con el que se dirige a los hipotéticos aficionados al futbol. Según se desprende del inicio de su texto, usted parece querer informarlos y movilizarlos contra las reformas del gobierno federal, aunque luego ya no se sabe si el artículo busca seriamente crear conciencia sobre las reformas o es tan sólo una más de las innumerables, y ya francamente aburridas, peroratas llenas de frustración y prejuicios contra los futboleros mexicanos.
Déjeme adelantarle aquí el punto central de mi crítica. Usted sabe poco de futbol y menos aún de la psicología del aficionado, pero donde verdaderamente muestra una preocupante falta de conocimiento es en el tema del activismo social. Así como usted se echó al hombro la dura tarea de informar a los futboleros sobre las clasificaciones de FIFA, las expectativas de la selección mexicana en el Mundial y las reformas en trámite en el Congreso de la Unión, yo me tomaré la libertad de darle a usted un breve repaso sobre las expectativas de los aficionados a la selección y le explicaré, con un ejemplo, cómo movilizar a un grupo de personas para un objetivo específico. Para ello emplearé el mismo tono didáctico que usted empleó en su texto, así que le ofrezco una disculpa anticipada si percibe cierta condescendencia.
De todos los que han escrito sobre el Mundial del Brasil, es usted una de las personas que se toma más en serio las clasificaciones mensuales de la FIFA para predecir la ruina de la selección mexicana. En su lógica, el torneo no debería ni siquiera llevarse a cabo y la Copa se le debe entregar a Brasil y cada quien a su casa. No funciona así, Sanjuana. Los mundiales son pródigos en sorpresas, como ya vimos con el extraordinario triunfo de la selección de Costa Rica (lugar #28) sobre Uruguay (lugar #7) y la goliza que le propinó Holanda (lugar #15) a España (lugar #1 y campeón defensor). De esa expectativa de lo inesperado es de la que los aficionados al futbol nos colgamos cada cuatro años para alimentar nuestras ilusiones. Le escribo estas líneas a pocas horas del empate a cero que le sacó el Tri a la selección de Brasil, candidata casi universal al título. Parece más probable ahora que México sobreviva a la ronda de grupos; pero también es posible que el equipo se achique ante Croacia y la combinación de resultados juegue en su contra. Ya veremos. El caso es que yo jamás había escuchado una táctica de movilización más absurda que apostarle a la desilusión futbolística. ¿Lo dijo en serio?
Supongamos que sí. Déjeme entonces informarle algo importante. Los partidos de futbol duran poco menos de dos horas. Ese universo paralelo donde la patria se encarna en los botines del Gio dos Santos y los guantes de Ochoa; esa dimensión alterna donde un tipo como yo, que busca datos duros para sustentar una tesis doctoral, está dispuesto a creer a pie juntillas que Van Persie y Robben nos hacen lo que el viento a Juárez; esa suspensión de la razón, dura 90 minutos. Esto le costará trabajo entender, pero una vez que termina el partido, la inmensa mayoría de los aficionados vuelve al trabajo (los que tienen), recoge a sus hijos de la escuela, compra las verduras en el mercado o lucha por meterse a codazos en el metro. Aún más: nunca se ha conocido un caso de un aficionado al futbol que intente darles de comer un balón a sus hijos, que vaya a buscar empleo vestido con la camiseta de su club o que vote en las elecciones por su ídolo en la cancha.
Sanjuana, el futbol no es tan importante como usted piensa. No le apueste a la decepción o alegría futbolera para lograr lo que su falta de imaginación política le impide alcanzar. Apuéstele a la organización paciente y creativa. Le comparto esta historia.
Hace 11 años se creó en Miami una coalición de organizaciones sociales para protestar contra una reunión ministerial que impulsaría el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Miami era la principal candidata para alojar el secretariado permanente del ALCA y toda la élite política y económica de la ciudad se frotaba las manos ante la firma del tratado y la esperada derrama económica para la ciudad en caso de ser erigida como Capital de las Américas. Usted debe haber escuchado mucho sobre la derecha cubana de Miami. Casi todo es cierto: controlan la mayoría de los medios en español, integran la clase dirigente de la ciudad y pocas cosas pasan sin su consentimiento. En ese contexto, un grupo de activistas se propuso hacer una gran demostración de rechazo a los efectos negativos de las políticas de libre comercio y se preparó con unos 9 meses de anticipación (¿cuánto tiempo han tenido ustedes desde que se firmó el Pacto por México?)
Yo trabajé en la campaña como organizador. Le confieso que llegué a Miami compartiendo muchos de los prejuicios que usted exhibe en su artículo. Pensaba que lo importante era tirar unas cuantas netas sobre el neoliberalismo y el mal llamado libre comercio y aguijonear a dos o tres para que salieran a las calles. Por supuesto, consideraba a todos los cubanos como caso perdido. Al final, recibí una lección de vida. A nadie impresionaban mis rollos ni mi pedigrí activista (redes zapatistas, CGH, sindicalismo independiente). Se me encomendó tocar puertas en sindicatos, ONGs, agrupaciones de inmigrantes, grupos de jubilados, y todo aquel que pudiera escuchar. Elaboramos materiales de información y educación popular. Yo cargaba el documento “Lecciones del TLCAN”, elaborado por los compañeros de la Red Mexicana de Acción frente al Libre Comercio (RMALC) como biblia, pero de ahí empezaron a salir folletos explicando el impacto potencial del ALCA para cada sector con el que nos vinculamos: trabajadores sindicalizados, jornaleros agrícolas, inmigrantes, etcétera. Hicimos decenas de reuniones, talleres, foros, eventos educativos. Nos fuimos a plantar frente a la prensa hasta que nos abrieron cancha en los medios, inclusive en el programa de Andrés Oppenheimer. Hicimos un descubrimiento crucial: buena parte de los cubanos de la primera oleada llegaron a trabajar a las fábricas textiles de un sector del área de Miami llamado Hialeah (“Jayalía”, en cubiche), muchos se sindicalizaron y para entonces ya eran jubilados. Con el mismo celo con el que denunciaban a Fidel Castro reivindicaban su militancia sindical y conocían de primera mano los efectos de la desindustrialización en las comunidades pobres del área. Durante las protestas, pocos participantes fueron tan entusiastas como los jubilados cubanos.
Y luego, lo inesperado. El equipo de béisbol de la ciudad, los Marlins, se perfiló como serio contendiente a la Serie Mundial después de haber languidecido en la parte baja de la tabla durante la primera mitad de la temporada. Durante un mes entero no se habló de otra cosa en Miami que no fueran los Marlins. ¡Imagínese a nuestros aliados en la comunidad cubana! No cabían en sí de la emoción ¿Y qué cree? A nadie se le ocurrió denunciar a los caribeños beisboleros por su “enajenación”. Nadie se puso a imaginar conspiraciones del liderazgo cubano de la ciudad para “distraer” al pueblo con la Serie Mundial. Los organizadores seguimos trabajado y ya.
Durante la reunión ministerial de noviembre de 2003, logramos movilizar a unos 10 mil miamenses a través de foros, marchas, mítines y actos culturales. Ahí están las crónicas que David Brooks y Jim Cason escribieron para La Jornada. El ALCA no pasó, como ya sabemos, como resultado de la oposición de varios gobiernos sudamericanos. En Miami quedó un núcleo de organizaciones cohesionadas, bien entrenadas en la acción y listas para la siguiente lucha en torno a la miríada de problemas que afectan a los trabajadores, los inmigrantes y las comunidades pobres de la ciudad.
Sanjuana, párese de su “mullido sillón de confort”, acérquese a la gente sin prejuicios y ármese de paciencia porque esto va para largo. Mi admiración por su trabajo como periodista y mi solidaridad por los ataques que ha recibido en Twitter.
Saludos cordiales
Alberto Fernández
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.