De morirme, en ningún otro lado tanta gente me desconocería como en la ciudad en la que nací. Eso es lo que acaso me gusta de ella: es la última instancia, el último lugar sobre la tierra donde se viene a morir con millones de extraños que se mirarán con prisa pero con mucha curiosidad en su mutua agonía semanal: del Domingo de Dolores al Viernes de Resurrección. La gente que se ha salvado hasta ahora de la muerte me recuerda a la ciudad después de que ha llovido. Un rezo se escucha mientras se seca. Es un rezo por los supervivientes. Esa ciudad es una donde nada se destruye ni se crea, todo se reglamenta
una ciudad que es necesario sobrevolar para saber cómo circularla
una ciudad donde todo se hunde, se inunda o se desbarranca
una ciudad que tiene unas banquetas que contienen iniciales de personas que estuvieron enamoradas
una ciudad en la que una Virgen de Guadalupe pintada en la pared es el único antídoto verdadero contra las bolsas de basura en esa calle
una ciudad donde un edificio que pasó cinco años en construcción, de repente ya no está
una ciudad donde una cubeta en la calle marca el lugar de un automóvil que todavía no ha llegado
una ciudad que tiene un Zócalo que sólo sirve para ser cruzado
una ciudad cuya comida es una suma de aperitivos que conducen a más aperitivos
una ciudad cuyo concepto de elegancia es todo lo que está entre una carroza en forma de calabaza y una canción de Agustín Lara
una ciudad donde el antojo es el único alimento de los gordos
una ciudad donde lo viejo se recicla tanto que una lata de refresco puede haber sido, en su origen, un taxi
una ciudad donde las bodas se planean en función del álbum de fotos
una ciudad donde los adornos de las casas son lo más parecido a lo que sobrevivió de una venta de garaje
una ciudad donde todos somos héroes porque nadie estaba preparado para la catástrofe que nos sorprende todos los años
una ciudad donde el fútbol, los toros y las luchas son divertidos sólo por los espectadores
una ciudad donde puedes pasar tan cerca de la flama de un taquero que casi termina tratando de venderte tu propia mejilla al pastor
una ciudad donde, en el mismo puesto de la calle, un tipo vende alarmas contra robo y llaves maestras para abrir puertas
una ciudad donde los cables de electricidad son rastafari
una ciudad donde las doncellas mexicas de los calendarios están tan buenas que uno se preguntan por qué los aztecas, en vez de sacrificarlas, no hacían películas
una ciudad donde los rótulos de los camiones nos hace perdonarles la forma en que nos atropellaron
una ciudad donde la gente tiene confianza en una pollería sólo porque tiene un retrato del Papa
una ciudad donde los indigentes no acarrean, como en Nueva York, carritos de súper, sino guitarras
una ciudad donde si preguntas por una calle, todo mundo opina y siempre te pierdes
una ciudad donde los taxis son “ecológicos” sólo porque están pintados de verde
una ciudad donde la gente no te vende pescado sino su palabra de honor de que está fresco
una ciudad donde lo pirata no es la mala imitación del producto sino del precio
una ciudad donde la letra “ch” inicia el 80% del vocabulario local
una ciudad donde el delantal es el traje típico
una ciudad donde los únicos buzos están en el drenaje profundo
una ciudad en la que, cuando explota el volcán, la gente no huye sino que lo sube para “ir a ver”
una ciudad donde los emblemas de las estaciones del metro guardan secretos irresolubles
una ciudad donde el fotomural sustituyó al viaje
una ciudad donde cualquier espacio de más de diez metros de largo es considerado una cancha de fútbol
una ciudad donde, tras diez segundos de que el repartidor azotó un cilindro de gas, todos los espectadores suspiran con alivio y encienden cigarros
una ciudad donde las varillas pelonas son el signo de que el ingeniero ya huyó con el presupuesto
una ciudad donde los danzantes aztecas usan plumas porque no tienen el cabello suficiente para ser punks
una ciudad donde el único uso de los postes es amarrar en ellos adornos de colores chillantes
una ciudad donde es más importante la iluminación que la fiesta
una ciudad donde el 90% de los hogares cuenta con un cuadro de la Última Cena
una ciudad donde los perros son amarillos
una ciudad donde los pájaros son del color del aceite quemado sobre las banquetas, tan manchadas que ya nadie puede leer las iniciales de los que estuvieron enamorados
una ciudad donde el canto de los gallos por la mañana fue sustituido por las alarmas de los coches
una ciudad donde los jabones son los sustitutos de las hechiceras
una ciudad en la que los deportes locales son leer el periódico a través del hombro de quien lo va leyendo, oír conversaciones de la mesa de junto, y mirar por las ventanas
una ciudad donde el primer día de la primavera las calles amanecen cubiertas por flores moradas que, si las pisas, eyaculan
una ciudad donde una cabeza de cerdo no es un adorno puesto por el taquero, sino su manjar más codiciado
una ciudad donde existe la misma posibilidad de que el mismo que te amenaza con un cuchillo, te mate o esté tratando de vendértelo
una ciudad donde un auto compacto puede contar con una canastilla de bicicleta y una bicicleta con un estéreo de tres bocinas
una ciudad donde todos están convencidos de que ellos podrían hacer mucho mejor el trabajo del director técnico del equipo de fútbol, del mecánico automotriz y del presidente
una ciudad donde el muralismo pasó de los edificios de gobierno a la cortina metálica del cerrajero
una ciudad donde nos cansamos tanto de esperar que los ovnis aterrizaran que hicimos palacios en forma de naves espaciales que permanecen a la velocidad de la luz
una ciudad donde una panorámica de su monstruosidad es el único argumento para irse de vacaciones.
Y quizá unas vacaciones era todo lo que necesitaba. Irme un rato, nada más. ~
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