Chomsky en Caracas

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Fidel Castro ya tenía a Jean Paul Sartre y Gabriel García Márquez antes de que Omar Torrijos tuviese a Graham Greene; ¿podrá Hugo Chávez conformarse solamente, por no decir apenas, con Noam Chomsky?

La tentación primera fue dedicar este post a refutar las ¿desprevenidas? simplezas que a Noam Chomsky le infunde venir a Venezuela invitado por Chávez. Pero me pudieron las efusiones de Chávez: son más suculentas que los elogios del gramatólogo. “Ya era hora que nos visitaras”, dijo Chávez, campechanamente, a Chomsky hace dos días, antes las cámaras de la TV gubernamental. “Aquí son bien conocidas tus tesis, tus ideas”, añadió.

Recordé entonces que ya en 2006, Chávez publicitó en Nueva York, ante la Asamblea General de la ONU, un libro de Chomsky del que le habían hablado. No era la primera vez que elogiaba el libro de un autor conocido de oídas.

Al comienzo de su carrera política, todavía candidato en gira por Europa, confió a un auditorio de ultraizquierdistas españoles que La Rebelión de las Masas era su libro de cabecera. Movía las cejas arriba y abajo al decirlo, como lo habría hecho Ramón “Loco” Valdés –y con ellas, su verruga emblemática. Lo ofuscaba, como siempre, la megalomanía, y se las apañó para extenderse en una evocación de cómo la mentida lectura de lo que suponía era un manual para subversivos escrito por Ortega, sumada a la ola de saqueos que en 1989 quedó inscrita en nuestro álbum de familia como el “Caracazo”, le empujaron a la decisión de hacerse golpista para mejor ser redentor de humillados y ofendidos.

El Culto a Bolívar, obra del historiador venezolano Germán Carrera Damas, denunciaba ya en los años sesenta el uso políticamente perverso del pasado que entraña lo que Luis Castro Leiva, un brillante historiador de las ideas también venezolano llamó “la teología bolivariana”. A Chávez nunca se lo dijeron y por eso llegó a decir alguna vez que su veneración por Bolívar tenía un evangelio: el de Carrera Damas. Pero volvamos a 2006.

Chávez toma turno en la tribuna de los jefes de estado y en el acto se apodera de él un arrebato pedagógico y recomienda a los delegados ante la ONU que lean a Chomsky.

Para ser justos, las ventas de Hegemonía y supervivencia se dispararon, al menos por unos días; quizá por vez primera vez desde que fue publicado. En esta ocasión, hace un par de días, Chávez jugó con el título, pero una vez más, tan sólo con el título: “Entre la hegemonía y la supervivencia, nosotros hemos escogido la supervivencia”. Y puesto a hablar de libros que no ha leído, recordó a Galbraith. Sí, a John Kenneth Galbraith.

Chomsky, el tiranófilo, escuchaba al hombre fuerte del antiamericanismo latinoamericano, asintiendo, embobecido y sonriente, sin esperar la traducción, y asintió imperceptiblemente más recio cuando escuchó a Chávez mencionar a Galbraith, su compatriota. Para los venezolanos no era nueva la anécdota; lo único distinto, lo único que cambia es el autor y el libro. Memorialista oral que rehace permanentemente su biografía intelectual, Chávez gusta de evocar cómo siendo todavía un teniente destacado en una remota guarnición del llano venezolano, la lectura de un libro inspirador lo hacía soñar en su catre de campaña con todo el bien que, tan pronto se hiciese con el poder, iba a hacerle a los condenados de la tierra.

El bulto de los textos que informan su ideario, sea éste lo que fuere, ha engordado en estos diez años. Al principio, en su mochila cabían escasamente la Carta de Jamaica, de Bolívar, los aforismos rousseaunianos de Simón Rodríguez y La Historia me absolverá. El martes vine a enterarme –junto con Chomsky– de que también la lectura de John Kenneth Galbraith contribuyó a hacer de Chávez un aspirante a tirano.

Por un instante llegué a pensar que Chávez iba a obsequiarle a Chomsky un ejemplar del libro de Galbraith que desvelaba sus patrullas llaneras –Economía y subversión—, y lo pensé porque, no hace mucho, obsequió Las venas abiertas de América Latina al presidente Obama y expresó el deseo de que leyendo a Galeano Barack aprendiese algo acerca de nuestra región. Él es así: regala libros inspiradores, como El Quijote, pero nunca sin colocarle un aguijón doctrinario.

Así, una edición masiva de El Quijote, adquirida por el gobierno bolivariano a la editorial Santillana y destinada a los escolares venezolanos, hubo de ser modificada, sustituyendo el prólogo de Mario Vargas Llosa por uno de José Saramago, mucho más paladeable para la progresía a sueldo del Ministerio del Poder Popular para la Cultura. ¿Quién recomienda lecturas a Chávez? Más precisamente, ¿quién recomienda dejar caer títulos y nombres de autores? ¿Los cubanos del G2? ¿Los trotskos canadienses, expertos comunicadores, que según la conseja ocupan desde hace tiempo una oficina en Miraflores? ¿O los españoles que, como el neomarxista salmantino Juan Carlos Monedero, dirigen el llamado Centro Internacional Francisco de Miranda? La pregunta aviva las tertulias, cada vez más alarmadas por el acelerón represivo del régimen, de la intelectualidad opositora venezolana. Quizá sea la misma persona que recomendó invitar a Oliver Stone a filmar en Venezuela un documental sobre el hombre que, para decirlo con palabras de Chomsky, “está creando en Venezuela un mundo diferente, un mundo posible”.

Que sea posible, puedo creerlo; pero que sea un mundo diferente, bueno, eso ya son otros cinco pesos, profesor Chomsky.

– Ibsen Martínez

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(Caracas, 1951) es narrador y ensayista. Su libro más reciente es Oil story (Tusquets, 2023).


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